Lou Schuler

Musculación práctica


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lo apoyé contra el hombro, lo levanté del suelo y empecé a caminar hacia la leñera.

      Había recorrido la mitad del césped del jardín cuando resbalé y aterricé sobre la mesita para pícnics. El hecho de que rompiera en pedazos la mesa como si de un palito seco se tratase debería haberme servido para pensar que quizá necesitaba otra estrategia para salvar la distancia que me quedaba.

      Así que no escuché a mi cuerpo y la prueba palpable de la mesa rota y volví a cargar con el tronco. Esta vez lo cargué sobre el hombro derecho, el cual, como la mesa de pícnic, nunca ha vuelto a ser el mismo. No me rompí ni luxé nada que yo sepa. No tuve que pasar por quirófano. Simplemente, perdí la fuerza y el grado de movilidad que antes tenía a pesar de los cientos de series de ejercicios correctivos y los mejores esfuerzos de un fisioterapeuta de gran talento.

      Un año después sufrí una pequeña hernia en el costado derecho de la porción inferior del abdomen. No hubo necesidad de operar, pero, como con el problema con el hombro, mi fuerza declinó casi de inmediato.

      Unos meses después, me hice daño en la rodilla derecha practicando sentadillas a una pierna en el gimnasio. Estuve cojeando seis meses hasta que busqué la ayuda de un especialista en tejidos blandos, quien hundió los pulgares en los músculos de mi pierna hasta que deshizo las contracturas y restableció mi grado de movilidad. La mejoría duró una semana o dos hasta que sufrí un desgarro en un músculo de la pantorrilla derecha mientras ejercía de entrenador del equipo de fútbol de mi hija.

      Así que ahí estaba yo, en otoño de 2008, preguntándome que había hecho para provocar esta cadena de lesiones en el lado derecho de mi cuerpo. Llevaba entrenando desde los trece años. Todo cuanto hacía – mi trabajo, mis aficiones, mis amistades, mi vestuario, la forma de comportarme, incluso mi ejercicio de la paternidad– se basaba, al menos en parte, en mi entusiasmo por la actividad física en general, y por el entrenamiento de la fuerza en particular. Y ahora mi cuerpo me estaba diciendo que probara otra cosa.

      Si ya has leído uno o los dos libros anteriores de la serie Nuevas reglas para levantar pesas, ya sabes cómo estructuraba antes mis entrenamientos: un calentamiento mínimo, seguido por cuarenta y cinco minutos a una hora en la sala de pesas. Aportaba gran variedad a los programas, porque, cuando tienes el privilegio de trabajar con Alwyn Cosgrove, un autor tan creativo como pudiera desear un escritor de libros sobre condición física, siempre hay algo nuevo que probar. No obstante, la estructura se mantuvo incólume durante años.

      Mis nuevos entrenamientos eran radicalmente distintos. Empezaba con un calentamiento dinámico cuya finalidad era desarrollar y luego mantener la movilidad, la flexibilidad y la fuerza equilibrada de mi hemicuerpo inferior. Practiqué ejercicios para músculos que nunca había entrenado de forma activa tras casi cuarenta años levantando pesas. Las series de ejercicios eran complejas, pero el objetivo sencillo: no quería volver a sufrir contracturas musculares que requirieran la intervención de los pulgares de un fisioterapeuta.

      La siguiente parte del entrenamiento estaba dedicada a ejercicios para la zona media. Sin ningún plan concreto, hice todo lo que pensaba que me ayudaría a compensar la túnica muscular rota de mi abdomen. Cuando los ejercicios comenzaron a resultar demasiado fáciles, busqué la forma de aumentar su grado de dificultad o pasé a hacer algo nuevo. Descubrí que, cuando practicaba esos ejercicios para la zona media del cuerpo casi al principio de los entrenamientos en vez de al final, podía realizarlos con más intensidad y prestando más atención a la ejecución, y, por consiguiente, obtenía más beneficios que nunca.

      Sólo entonces –por lo general, transcurridos de quince a veinte minutos del entrenamiento– pasaba a la sala de pesas. Era muy limitado lo que podía hacer al principio. La lesión en el hombro convertía el press de banca en un ejercicio para masoquistas; incluso me dolían las flexiones de brazos. Las sentadillas con mucho peso estaban lejos de mis posibilidades debido a las molestias y fragilidad de las rodillas, y, debido a la hernia, tenía miedo de practicar el peso muerto con cargas máximas.

      Aquellas ocho series con pesas pocas veces duraban más de veinte minutos, lo cual significaba que el tiempo transcurrido en el gimnasio era de treinta y cinco a cuarenta minutos. Hacía esto tres veces al día.

      La lógica dice que yo debería haber obtenido unos resultados descorazonadores: pérdida de fuerza, reducción del número de ejercicios posibles, ampliación de los ejercicios de calentamiento y menos tiempo en la sala de pesas. Debería haberme vuelto más débil, más pequeño y más gordo.

      Pero no fue así. Mi fuerza se estabilizó. Reemplacé parte del músculo perdido y lo más sorprendente, adelgacé. La ropa me sentaba mejor. La gente que llevaba tiempo sin verme me hacía comentarios sobre la esbeltez de mi cuerpo.

      Intenté desentrañar qué había provocado ese resultado inesperado. ¿Estaba comiendo menos? Quizá. (Abordaré el tema de los horarios de las comidas y el modo de evitar comer demasiado en la cuarta parte.) ¿Estaba sometido a menos estrés? Pues no. Si algo había cambiado, era que tenía más estrés del habitual. ¿Estaba haciendo más ejercicio fuera del gimnasio? Sí. Además de entrenador de fútbol, estaba jugando al béisbol en un equipo por vez primera desde que tenía doce años. (Hablaré de las actividades fuera del gimnasio a lo largo del libro.)

      La explicación más sencilla probablemente sea la mejor. Si comes menos y practicas más actividad física, está claro que terminarás teniendo menos grasa.

      Eso, sin embargo, planteaba otra pregunta más importante: ¿Por qué estaba haciendo más ejercicio? Había empezado casi desde cero; en verano y otoño de 2008, tenía problemas para andar, y correr quedaba lejos de mis posibilidades. Pero al llegar al verano de 2009, era más ligero y rápido de lo que había sido en años o en décadas. En la final de béisbol, logré batear un sencillo dentro del diamante, algo que no había sido capaz de hacer cuando tenía doce años. (Aunque, hay que decirlo, cuando tenía doce ocasionalmente logré batear la pelota fuera del diamante. Ahí es nada.)

      El hecho de moverme más y mejor parece directamente relacionado con que pudiera moverme más y mejor. En mi opinión está claro que se trataba de un beneficio del nuevo sistema de entrenamiento. Recuperé mis capacidades funcionales, lo cual hizo de mí alguien más rápido y más atlético.

      Pero seguía preguntándome si había algo en esos entrenamientos que me permitiera quemar más calorías en el gimnasio a pesar de permanecer menos tiempo en la sala de pesas y utilizar pesas más ligeras. Los entrenamientos no eran fáciles; estaba obligándome constantemente a trabajar al límite de mi equilibrio, de mi coordinación y fuerza en la zona media. Tal vez, pensaba, estuviera usando más músculos o usando los mismos de modo distinto.

       ALGO MÁS QUE UNA CORAZONADA

      En el ínterin, a 4.800 kilómetros, Alwyn estaba modificando su forma de entrenar a los clientes en Results Fitness, el gimnasio que dirige con su mujer Rachel en Santa Clarita, California. Alwyn se percató de que sus clientes acudían a él en peor forma que unos años atrás. Muchos no se movían lo suficiente fuera del gimnasio como para cubrir siquiera las necesidades mínimas de su preparación física. Las horas que pasaban inclinados sobre el ordenador y el iPhone alteraban su postura natural. Y la falta de actividad física, combinada con la necesidad de pasar más horas trabajando con aparatos de comunicación cada vez más pequeños, significaba que el ejercicio curativo debía centrarse en la movilidad y la fuerza de la zona media.

      Incluso los clientes que llegaron «en forma» a Alwyn –habían practicado ejercicio con regularidad y no presentaban sobrepeso– tendían a mostrar una condición física desequilibrada. Tal vez su movilidad era extraordinaria gracias al yoga, o su tolerancia física era fantástica gracias a correr o a montar en bicicleta, pero, sorprendentemente, su fuerza era escasa. Otros eran fuertes, pero con tendencia peligrosa a mostrar poca tolerancia física y estabilidad en su zona media. Y si bien algunos mostraban una zona media bien entrenada, era a expensas de la fuerza, la potencia, la movilidad y la condición física general.

      Alwyn desarrolló una nueva configuración para los entrenamientos con el fin de servir mejor a los clientes, algo similar a mi programa