Virginie T.

Baila Ángel Mío


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En lo más profundo de mi ser, experimento las sensaciones: el exilio de Aurora, su aislamiento en medio del bosque, la alegría de encontrar a los suyos, la pena de perderlos en cuanto vuelve y la esperanza de ser amada por fin. Este ballet está hecho para mí. De alguna manera, relata mi propia vida, desde que dejé Florida hasta el momento en el que encontré mi lugar en el escenario. Para mí no hay príncipe encantador, pero sí un gran amor: el de la danza. Esta pasión que llena mi corazón de entusiasmo. ¡El tiempo pasa tan rápido en el escenario! A un ritmo desenfrenado que no consigo comprender. Muy rápido, demasiado rápido, el ballet se ha terminado. El telón se baja con los aplausos atronadores de los espectadores. Todo este alboroto me provoca tensión en los hombros. Quisiera poder escaparme corriendo lejos de la gente, pero es imposible. Soy la primera bailarina del espectáculo y los espectadores han venido a verme a mí en su mayoría. He logrado conseguir que los saludos no se eternicen, pero es la única concesión que me han dado. Aprieto entonces los dientes mientras que salen al escenario todos los demás y saludamos al público todos juntos en cuanto se levanta el telón rojo. Ahora la sala está iluminada, y me doy cuenta entonces de las muchas personas que han venido, pero prefiero no pararme a pensar en esta imagen porque si lo hago, entraré en pánico. Busco a mi abuela con la mirada. Está en su lugar habitual, en el palco a la izquierda del escenario, y me concentro en su cara. Sus rasgos no han cambiado desde su última visita hace diez meses. Parece que el tiempo no pasa por ella. Su cabello plateado está recogido en un sofisticado moño y su ropa resalta su fina cintura. Aunque estoy lejos de ella, adivino el orgullo en sus ojos y su esbozo de sonrisa. Distingo por el rabillo del ojo a mis padres junto a ella, pero como cada vez que me miran, sus rostros no expresan nada. Ni alegría, ni pena. Es como si mis actuaciones y mi éxito los dejaran indiferentes. Me pregunto por qué siguen viniendo a mis estrenos, ya que no parecen apreciar nunca los ballets. Menos mal que el telón se baja por fin y puedo borrar mi sonrisa forzada que me provoca calambres en el arco cigomático. Toda la compañía salta de alegría y se abrazan unos a otros teniendo cuidado de evitarme. Todos han comprendido que no me gusta el contacto con las personas. Solo algunos bailarines me prestan atención y asienten con la cabeza para felicitarme.

      —Eres patética. Te crees tan superior a los demás que ni siquiera eres capaz de alegrarte con nosotros.

      Parece que Agatha no ha agotado toda su energía en el escenario. ¡Está tan llena de odio hacia mí! Prefiero ignorarla y darle la espalda mientras me dirijo hacia mi camerino personal, pero mi competidora tiene otros planes para mí. Se planta delante de mí, bloqueándome el paso, y sube el tono para que todas las miradas se claven en nosotras.

      —Oye, no tienes por qué pavonearte. Tu actuación no ha sido tan buena. Como mucho, mediocre. ¿Tienes la cabeza en otra parte, quizá? Deberías retirarte del espectáculo antes de estropearlo definitivamente.

      —Déjala en paz, Agatha. Caitlyn ha bailado muy bien esta noche. Ha estado fabulosa, como siempre.

      Alex… Mi ángel guardián, siempre contra viento y marea. Nuestra historia fue breve y sin mayor interés, pero resultó ser un gran amigo para mí en vez de un amante. Es el único que se ha adaptado a mi volátil temperamento y a mi falta evidente de comunicación. Comprendió muy pronto que yo no tenía malas intenciones, sino que era mi manera de ser. Es el defensor de los oprimidos y las causas justas. Creo que yo sola ya represento el grueso de su trabajo de caballero andante, aunque no soy la única en beneficiarse de su apoyo incondicional. Desde luego, soy retraída, pero a Agatha no le gusta nadie, y quiere hacerlo notar especialmente en algunos de nosotros. Aprovecho la intervención de Alex para escabullirme hacia el pasillo mientras Agatha escupe su bilis a quien quiere escucharla.

      Mis compañeros están convencidos de que no tengo carácter. Si se hubieran esforzado por conocerme, habrían percibido la rabia que corre por mis venas y se muestra en mis ojos. Cuando era más joven, cualquier contrariedad provocaba una violenta crisis de ira durante la que golpeaba y rompía todo lo que estaba al alcance de mis manos. Luego empecé a bailar, y mis crisis se fueron espaciando hasta desaparecer. La danza ha sido mi válvula de escape y no quiero volver atrás. Prefiero parecer triste y sosa que loca. De pequeña, el primer médico al que me llevaron mis padres los acusó de maltrato. De los 42 signos de maltrato infantil, yo presentaba más de la mitad, desde las heridas físicas a los trastornos emocionales y de comportamiento. Afortunadamente, la asistente social que fue enviada a mi casa para hacer la investigación tenía formación en problemas de autismo, evitando así enviarme a un hogar que no habría hecho más que deteriorar mi estado fisiólogico. La idea de expresar mis emociones a través de una actividad vino de ella. Una bendición. Me volví menos violenta, y por tanto, presentaba menos moratones y heridas en mi cuerpo, y concentrarme en el colegio se hizo más fácil porque podía dejarme llevar al final de la tarde. Solo mantenía las huidas. No me iba muy lejos. Me refugiaba en casa de mi abuela esperando que pasara la tormenta. Me ha bastado con pensar en ella para verla aparecer en mi espejo. Es la única persona que puede entrar en mi camerino.

      —Hola Caitlyn cat.

      Siempre me hará sonreír. A pesar de los años que pasan, sigue llamándome como cuando era pequeña. Dejo el algodón y el desmaquillante para estrecharla entre mis brazos. Ya está. Por fin estoy en casa. Solo con su presencia, sin importar el sitio, me siento más tranquila.

      —Hola abuelita.

      —Deja que te mire, mi Cat.

      Se aparta un poco y dejo que me vea de buen grado. No se le escapa nada, y tampoco las ojeras que ahora están visibles sin el maquillaje que las disimulaba.

      —Estás magnífica, cariño. Pero trabajas demasiado y eso se ve. Tienes que descansar.

      —Lo pensaré, abuelita.

      Levanta una ceja con cara escéptica. Me conoce demasiado bien.

      —Vale. Haré un esfuerzo durante estos días contigo.

      —Bien. Cuento con pasar el mayor tiempo posible en tu compañía. Después de tanto tiempo, estoy segura de que tenemos muchas cosas que contarnos.

      Lo dudo, pero eso no tiene importancia. Todo lo que quiero es estar con ella, aunque no nos digamos nada. Y si yo no tengo nada que contar, puede que ella sí lo tenga. Sé que le encanta su nueva casa en medio de ninguna parte. Y su vecino. Sobre todo su vecino. Me habla de él cada vez que me llama. Creo que sueña, secretamente o no, con casarme con él. Mi abuela aún tiene sueños para mí. Es adorable.

      —¿Estás preparada para salir, Caitlyn? Tus padres nos esperan para ir a cenar al restaurante.

      Ah, sí. ¡La famosa cena familiar! La cena que solo tiene lugar las noches de mis estrenos y que hoy es mi único contacto con mis progenitores. Y sin embargo, a pesar de nuestra total ausencia de contacto el resto del año, no tengo absolutamente nada que decirles, o más bien, no consigo hablar con ellos, y esta cena se transforma enseguida en una comida silenciosa e incómoda en la que mi abuela se esfuerza durante dos horas en recrear vínculos familiares que nunca han existido realmente. Me hace tan feliz esta idea como dejarle mi lugar de primera bailarina a Agatha.

      —Eres mucho más expresiva de lo que crees, Caitlyn Cat. No pongas esa cara, cariño. Esta cena es importante para nuestra familia.

      —¡Qué va!

      —Bueno, de acuerdo. Es muy importante para mí. Quiero reunir a mi hijo y a mi nieta.

      Esos ojos suplicantes… Durante mucho tiempo, quise tenerlos yo también. ¡Seguro que me habrían cambiado la vida!

      —Eres una manipuladora, abuelita. Solo tengo que cambiarme y estaré lista.

      —Eres la mejor nieta del mundo.

      —Seguro que sí.

      Se para justo antes de cruzar la puerta para darme un sobre que han metido por debajo. Lo cojo con manos temblorosas. Ahora, las cartas me asustan.

      —Y Cat, ponte un vestido bonito, por favor. No quiero que a tu madre le dé un ataque al verte aparecer con jeans desgarrados como la última vez.

      Verle la cara en aquel momento, realmente mereció la pena. Pero