la pequeña charla.
“Vivo en Alejandría, pero mi oficina está en East End. El centro comercial es conveniente, y troto por este camino casi todos los días. Extraño, no me había encontrado contigo hasta ahora. ¿Corres aquí a menudo?”.
“No, acabo de empezar a venir aquí porque las aceras de mi vecindario están cerradas por obras”. Un mechón de cabello se soltó de su trenza mientras corríamos. Quería extender la mano para meterlo detrás de su oreja, pero me contuve.
“Entonces supongo que debería agradecerle al DDOT” [Nota de la traductora: El DDOT, es el Departamento de Transporte de los EEUU].
“¿Por qué?”.
“Por romper las aceras. Cambió tu rutina y nos permitió encontrarnos”. Ella me miró de reojo. Una vez más, ella no respondió, así que continué. “No pude evitar escuchar lo que hablabas por teléfono”.
Cadence se detuvo abruptamente. Cuando me volví para mirarla, vi que su rostro palidecía. Parecía que acababa de ver un fantasma. Dejé de correr y di unos pocos pasos hacia ella.
“¿Lo hiciste?”, chilló ella.
“Sí, lo siento. Debí darme cuenta mejor. Después de todo, una vez me sermoneaste sobre que espiar no es educado”, sonreí, esperando tranquilizarla al mencionar un viejo recuerdo. “Sin embargo, tengo curiosidad. ¿Qué me tienes que decir?”.
“Nada”, dijo, un poco demasiado rápido.
Interesante.
Ahora tenía mucha curiosidad.
“Mira, ha pasado un tiempo, Cadence. Por mucho que estoy disfrutando de este trote inesperado contigo, prefiero hablar cuando no estemos jadeando por el esfuerzo. ¿Por qué no lo dejamos y vamos a tomar una taza de café? Podemos ponernos al día”.
Ella bajó la mirada y sacudió la cabeza. Cuando volvió a mirarme, tenía los ojos doloridos. Extendí la mano y tomé una de sus manos, sabiendo al instante que era un error. Ella siempre había sido un tirón constante en mi pecho y la acción me acercaba peligrosamente a ella. Miré sus labios en forma de corazón. La necesidad de besarla era innegable.
Dios mío, hombre. Contrólate.
No sé cómo sucedió tan rápido, pero no debía haberme sorprendido. Incluso cuando éramos más jóvenes, las cosas habían progresado rápidamente. Ahora, con su pequeña mano descansando entre mis palmas, sabía con absoluta certeza de que no quería dejarla ir. No pude obligarme a dar un paso atrás.
Por primera vez en diecisiete años, ella me estaba mirando. Pensaba que la había superado, pero solo sostener su mano me hizo darme cuenta de que no lo había hecho, en absoluto. De alguna manera, en el transcurso de un verano, Cadence prácticamente me había arruinado para cualquier otra mujer. Desearía poder negarlo, pero si lo intentara, solo me estaría mintiendo a mí mismo. Claro, me había encontrado con otras mujeres hermosas en mi vida, pero ninguna que hubiera movido mi interruptor más que Cadence. La atracción magnética que siempre sentía hacia ella todavía estaba allí, tan cargada como el día en que nos conocimos. Esta podría ser mi oportunidad para explicarme, disculparme por no tener las agallas para hacerle frente a mi padre hace tantos años. Necesitaba escucharme y saber que no había pasado un solo día en que no pensara en ella.
“No creo que el café sea una buena idea, Fitz”, susurró.
“¿Por qué no?”.
“Porque yo…”, se detuvo.
Entonces se me ocurrió otra idea y miré rápidamente la mano que aún estaba en la mía, sin anillo. Traté de ocultar mi alivio. Había estado tan absorto en volver a verla, que nunca se me ocurrió que podría haberse entregado a otra persona. Solo la idea de que ella estuviera con otro hombre hizo que mi intestino se agitara, incluso si no tenía derecho.
“Es solo un café, Cadence”.
Ella liberó su mano y dio un paso atrás. Su postura se puso rígida y su mirada se volvió férrea.
“En lugar de invitarme a tomar un café, tal vez deberías considerar llevar a tu esposa”, dijo con ácido en su tono. La forma en que enfatizó la última palabra me hizo vacilar. Parpadeé, momentáneamente perdido antes de que se encendiera la luz.
Ella no lo sabe.
“Cadence, no estoy casado. Mi esposa murió hace once años”.
Abrió mucho los ojos y comenzó a reír, pero no de una manera que sonara remotamente feliz.
“¡Por supuesto que ella murió! ¿No es la vida irónica?”. Ella bajó la mirada al suelo. Cuando volvió a mirar hacia arriba, su mirada era cautelosa. “Mira, Fitz, lamento lo de tu esposa, de verdad que lo estoy. Pero no sé lo que estás pensando. Hacer algo juntos es una mala idea. Correr, café. Todo es malo. No hay manera de ponernos al día. Han pasado diecisiete años. Ese barco ha partido”.
“¿Lo ha hecho?”. Yo pregunté.
La miré fijamente mientras ella levantaba los brazos con exasperación.
“Nos encontramos. Vaya cosa. Digamos simplemente ‘fue un placer verte’ y sigamos con nuestros felices caminos”.
Atraído como una polilla hacia una llama, o tal vez solo era un masoquista, alcancé su mano nuevamente. Ella no se apartó.
“Toma café conmigo”, insistí de nuevo. “Por favor”.
El conflicto hacía estragos en sus ojos. Lo que no daría por arrastrarme dentro de su cerebro y separar sus pensamientos. Todo lo que sabía era que sentía que había estado soñando con ojos verdes, labios suaves y cabello rubio durante demasiado tiempo.
“Hay una cafetería a poca distancia en la avenida Maryland”, dijo finalmente. “Solo tengo tiempo para una taza rápida. Tengo que trabajar a las nueve y necesito tiempo para ir a casa y ducharme primero”.
Solté su mano e hice un gesto en la dirección a la que se refería.
“Te sigo, cariño”.
Levantó la cabeza para mirarme. Le guiñé un ojo y le lancé una sonrisa arrogante que en silencio decía que sí…, lo recuerdo.
Para cuando termináramos esta cita improvisada de café, ella sabría que no me había olvidado de nada, y no me había olvidado de ella.
7
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo?
Repetía la pregunta una y otra vez en mi cabeza cuando entré en el Café Aroma con Fitz. Sí, Fitz. Si él no hubiera sido la persona que me abrió la puerta de la cafetería, no lo habría creído. Debería haber estado corriendo en la dirección opuesta, lejos del hombre que había destruido mi corazón, del único al que me había entregado por completo. Sin embargo, nunca esperé que verlo de nuevo sacaría a la luz un problema completamente nuevo. Con solo un toque, aprendí que este hombre todavía tenía el poder de hacerme temblar y sacudir y cuestionar todo lo que creía saber sobre mí. Y lo odiaba.
Solo acepté tomar un café porque sabía que Joy tenía razón. Mi corazón ya no pertenecía a Fitz. Pertenecía a Kallie. Tenía que contarle sobre ella…, tal vez. Ahora era un hombre adulto. Estaba segura de que había cambiado a lo largo de los años, tal como yo lo había hecho, y quería saber exactamente quién era este hombre antes de contarle sobre nuestra hija.
Me acerqué nerviosamente al mostrador y ordené lo de siempre.
“Tomaré un latte triple con leche descremada y un toque de vainilla”.
“Esa pudo haber sido la orden de café más complicada que haya escuchado”, con una sonrisa dijo Fitz antes de pedir su propia orden con el barista. “Mezcla de desayuno, negro”.
“Búrlate todo lo que quieras. Es mucho más sabroso que el café negro. Asqueroso…”, contesté y saqué la lengua con disgusto. Entonces, para mi incomodidad, Fitz intentó pagar. Le señalé