ta De Los Perfiles Psicológicos
“La Lista de los Perfiles Psicológicos”
Escrito por Juan Moisés de la Serna
1ª edición: junio 2019
© Juan Moisés de la Serna, 2019
© Ediciones Tektime, 2019
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Prólogo
―En el principio no existía nada, salvo la luz. Al menos así me lo había contado, y también que sería eso, precisamente lo que vería en mis últimos momentos. Pero no era aquello tal y como esperaba. Extrañamente me sentía ligero, como si todas las preocupaciones que me estaban aprisionando estos días se hubiesen difuminado.
»Ni siquiera la prisa que me había hecho correr tanto en la carretera, tenía ahora el más mínimo interés para mí. Me sentía tranquilo, ligero, sin cargas ni ataduras. Me parecía ver todo ahora con más claridad y perspectiva. En realidad, había desperdiciado mucho tiempo de mi vida, con tanto esfuerzo baldío, por aparentar, por conseguir, por lograr más que otros, y todo ahora me parecía tan banal.
Dedicado a mis padres
CAPÍTULO 1. LA INVITACIÓN
―En el principio no existía nada, salvo la luz. Al menos así me lo había contado, y también que sería eso, precisamente lo que vería en mis últimos momentos. Pero no era aquello tal y como esperaba. Extrañamente me sentía ligero, como si todas las preocupaciones que me estaban aprisionando estos días se hubiesen difuminado.
»Ni siquiera la prisa que me había hecho correr tanto en la carretera, tenía ahora el más mínimo interés para mí. Me sentía tranquilo, ligero, sin cargas ni ataduras. Me parecía ver todo ahora con más claridad y perspectiva. En realidad, había desperdiciado mucho tiempo de mi vida, con tanto esfuerzo baldío, por aparentar, por conseguir, por lograr más que otros, y todo ahora me parecía tan banal.
»De repente recordé los mejores momentos de mi vida, cuando estaba con mis padres, allá cuando todavía era un crío, en la adolescencia, con mi primer amor, mi matrimonio y mis niños, y en cambio, no había ni rastro de los grandes éxitos personales o al menos esos que yo consideraba, como mi graduación, mi primer empleo o mis ascensos.
»Tampoco vi nada de todo lo que había conseguido alcanzar, mi casa, el chalé, el coche. Sólo veía escenas entrañables, llenas de amor y ternura, que me reconfortaban y me hacían pensar que lo verdaderamente importante era precisamente eso en la vida, y no tanto lo que se alcance o se quiera lograr, como el amor dado y recibido de los demás.
–¡Bien!, vas haciendo progresos, cada vez vas teniendo más conciencia de lo que te sucedió, aunque parece que todavía tienes muchas lagunas.
–Doctor, ¿cree que hablar de esto me ayudará a recordar?
–Es la única forma que sé de hacerlo. Cuando alguien ha pasado por una situación como la tuya, en que ha estado tan cerca de la muerte, y, además, con las consecuencias que te ha dejado, es importante hablar de ello.
–Pero ¿por qué no recuerdo sobre mí?, ¿por qué no sé nada de mi pasado, ni siquiera de mi persona?
–Amor, tienes que centrarte en aquello que sí recuerdas, aunque sean esos momentos posteriores al accidente. Yo podría darte alguna información sobre el informe de los bomberos que intervinieron en tu rescate, pero preferiría que tú mismo fueses recordando –indicó la mujer que estaba sentada a su lado.
–Pero ¿y si no llego nunca a recordar? ―protestó mientras se incorporaba de aquel mullido diván, desgastado por las muchas horas que había pasado escuchando a los cientos de pacientes que antes que él, se habían recostado ―, ¿y si no vuelvo a saber quién soy?
–Habitualmente esto se supera, únicamente debes tener la suficiente paciencia, y sobre todo la confianza en la naturaleza humana, ya que, aunque nos parezca asombroso, casi todo se soluciona por sí mismo, con el tiempo suficiente.
–¿Lo ha visto antes?, me refiero, un caso como el mío que se solucione.
–No con las mismas características –señaló el psiquiatra mientras terminaba de realizar algunas anotaciones en aquel cuaderno que utilizaba a modo de registro de la sesión.
–Entonces, ¿cómo está tan seguro de que podré recuperar la memoria? –Insistió el paciente mientras se incorporaba, tras haber escuchado la melodiosa tonadilla del reloj que señalaba el fin de la sesión.
–No desesperes, todo llegará, de momento sería bueno que te centrases en esos sentimientos que me describes, que por otra parte son muy positivos, puede que antes fueses así de positivo ―señaló con una leve sonrisa, mientras depositaba la pluma que utilizaba para roturar aquel cuaderno sobre la oreja izquierda.
–Bueno, haré lo que me dice, pues en realidad es la única esperanza de saber quién soy ―comentó mientras se levantaba y se dirigía hacia el psiquiatra para despedirse.
–Bueno, pues la semana que viene seguiremos hablando ―señaló mientras le estrechaba la mano, y le conducía hacia la puerta de salida, palmeándole la espalda con suavidad.
Abrió la puerta y con un gesto de su mano les despidió, viéndolos abandonar su despacho. Una vez cerrada la puerta, esperó a que hubiesen pasado unos segundos, y expiró enérgicamente.
“¡Qué difícil lo tienen algunos!”, pensó para sí mientras regresaba tras su mesa, donde le aguardaba una cómoda silla, ricamente adornada con brocados floridos y un acabado de caoba, que le daba cierto aire de dignidad, tal y como él había deseado cuando lo adquirió en aquella subasta benéfica.
Se supone que había pertenecido a alguien de alta alcurnia, a uno de esos nobles de solera, nada más y nada menos que a un vizconde o algo así…, pero a saber si era cierto, lo que sí podía afirmar es que cuando se dejaba caer sobre su mullido cojín y depositaba sus codos en los apoya brazos, se sentía muy importante.
“Casi puedo imaginar, cuando entrecierro los ojos, lo que sería una vida en palacio, donde no había que luchar para ganarse el pan cada día, cuya única tarea era pasear por los campos de la propiedad para comprobar que todo iba bien. Una vida privilegiada destinada a unos pocos, hijos de buena cuna, que perpetuaban en sus descendientes una casta proveniente de reyes”
Estaba absorto en mis pensamientos cuando de repente sonó el teléfono:
–Doctor, ya no hay más pacientes por hoy, los dos que faltan lo han cancelado a lo largo de la tarde, por diversas razones ―dijo al otro lado del auricular la voz de la secretaria.
–¿Les has dado cita para otro día? ―pregunté asombrado.
–Sí, la semana que viene les podrá atender como es habitual.
–Perfecto, entonces, si quieres por hoy hemos terminado, ya mañana seguiremos, muchas gracias.
–Vale, pues hasta mañana.
Colgué, algo asombrado de aquella casualidad, que me dejaba a media tarde sin clientes que atender. Era habitual que a lo largo de la semana hubiera uno o dos cancelaciones, casi siempre por motivos personales o por algún imprevisto, pero no dos seguidos.
Cogí