Virginie T.

Los Colores Del Dragon


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pensarse que me hace un favor, cuando en realidad se trata de una amenaza velada. Aunque estoy convencida de que no le gusta. Es su manera de dirigir la base. Igual que los presos desobedientes acaban en chirona, los militares rebeldes como yo van a parar al calabozo. Como si estuviéramos en la edad media. Naturalmente ya he disfrutado de algunas estancias en una celda, no es la primera vez que le he contrariado. Ya hace tiempo que mi progenitor tiene una reservada para mí, mi prisión personal. ¡Qué suerte tengo! No obstante, de esta manera no cambiará mi manera de pensar. Una célula de dos por dos metros cuya única comodidad se basa en un catre metálico y un inodoro sin ninguna intimidad no cambiará jamás mis convicciones profundas. En realidad, lo que más me molesta de estos castigos es no poder comer durante los dos días que duran. Soy una luchadora y mi cuerpo, en concreto mis músculos, necesitan proteínas para funcionar. Cada vez salgo debilitada y Luke se ve obligado a llevarme y alimentarme. Es la parte que encuentro más humillante y me parece que mi padre lo ha entendido, ya que siempre espera a que sea incapaz de soportar mi propio peso para liberarme.

      – Sigamos con la reunión.

      La potente voz del general me devuelve bruscamente a la realidad. ¿Acaso esta reunión no se acabará nunca?

      – Vistos los últimos acontecimientos, quiero que le instalen un micro a Dakota tan pronto como salgáis, incluso si no hay ningún contacto con el enemigo.

      Me atraganto con mi saliva y las miradas de Jasper y Jared se ensombrecen. Ellos se alistaron por pasión, por fe, pero les cuesta soportar la falta de libre albedrío que esta vida exige. Con ese micrófono que espiará mis palabras, y también mi comunicación con ellos, se llega a la cima de la falta de libertad.

      – Con todo el respeto que le debo, general, un dispositivo de escucha podría molestar a ojo de lince en un combate cuerpo a cuerpo y, por ello, ponerla en peligro.

      George intenta tocar la fibra sensible del general para conseguir ablandarlo. Pero ha olvidado un pequeño detalle: mi padre no tiene la más mínima sensibilidad, en particular respecto a mí.

      – ¿Acaso discute mis órdenes, comandante?

      – No, ni mucho menos.

      La sonrisa satisfecha de mi general me hace apretar los puños hasta clavarme las uñas en las palmas y hacer palidecer mis dedos. Lamentablemente, si digo algo solo servirá para reafirmarle en su decisión. Haga lo que haga, el general ha hablado y solo puedo aceptarlo.

      – Bien. Pues ahora se entrenarán colocándole un chivato. De este modo ella sabrá como reaccionar en caso de ataque para no perderlo ni que le moleste. Háganlo como deseen, pero quiero oír todo lo que suceda durante sus ausencias, sin excepción. El dispositivo es obligatorio desde el mismo momento que abandonen la base. Pidan al servicio técnico el mejor dispositivo. Y no permitiré que haya blancos en la cinta. No aceptaré ninguna excusa y ustedes asumirán las consecuencias. ¿Comprendido?

      – Sí, mi general.

      Respondemos a la vez, lo que parece gustarle pues nos concede un gesto desenvuelto con la mano, como si fuéramos unos simples peones y no una unidad de élite destinada a combatir a los peores peligros del mundo.

      Es por esto que nos encontramos los seis en el gimnasio, cuando lo único que quiero es deslizarme dentro de mi cama y dormir como mínimo dos días para olvidar esta maldita jornada.

      – ¿Estás bien Dakota?

      – Sin duda. ¿Por qué no habría de ser así? Después de las gafas-cámara, el chivato. Normal. ¿Y cuál es el siguiente paso? ¿Un chip GPS implantado bajo mi piel?

      George se retuerce las manos. Se le ve incómodo ya que no hay ninguna razón para ello. No le gusta nada este tipo de decisiones e incluso ha intentado ayudarme. Prefiere dejarme sola con Luke, que levanta sus manos en signo de paz y yo lo lamento inmediatamente. No es con ellos que estoy furiosa, sino con Robert Jones, el hombre que se reivindica como mi padre cuando le conviene pero que no lo demuestra con hechos. Lo que más me sulfura es que, visto desde fuera, podría pensarse que su exceso de supervisión es un signo de atención, de inquietud por mi seguridad, pero sé que no tiene nada que ver. Todos sus dispositivos son solo un medio para controlarme un poco más, tener la mano encima de la unidad que le ha permitido llegar a jefe de la base.

      – Lo lamento, mi rencor no tiene nada que ver contigo.

      Mi hermano del alma me abraza y me acaricia la cabeza. Es consciente de que estos encuentros con mi progenitor son siempre toda una prueba para mí.

      – DAKOTA.

      George me llama desde el otro lado del gimnasio y su potente voz resuena contra las paredes. Se encuentra justo al lado del saco de arena. Él también me conoce bien. Es exactamente lo que necesito para liberar la tensión y calmar mi furia. Me voy hacia él trotando mientras Jasper y Jared suben al ring para entregarse a un combate de boxeo amistoso. O casi. No me gustaría en absoluto recibir algunos de los golpes que se intercambian. Mi comandante me venda las manos a conciencia y luego me ayuda a ponerme los guantes. Me paso la hora siguiente encadenando directos, ganchos y uppercuts. Contrariamente a lo que se ha avanzado en la reunión, no tengo ninguna necesidad de luchar con un chivato. Que lo pierda o no en el combate no tiene la más mínima importancia, ya que, en primer lugar, eso no me impedirá jamás salvar el pescuezo, que es mi prioridad, y segundo, esté o no completa la grabación, mi padre encontrará alguna razón para criticarme. En fin, que me cuesta relajarme y dejar de lado los agrios comentarios del hombre para quien debería ser lo más importante del mundo.

      

Dakota

      Como sucedía a menudo, después del entrenamiento aterrizamos todos en mi casa. Mi apartamento es sin duda demasiado pequeño para acoger a cinco machos hinchados de testosterona, pero yo me siento extremadamente incómoda en un entorno distinto del mío, así que ellos tienen la amabilidad de aceptar apretarse un poco para que pueda ser yo misma.

      – ¿Qué quieres comer Dakota?

      Buena pregunta. ¿Que podría subirme la moral y apaciguar mi magullado corazoncito?

      – ¿Qué puede importar la comida? Mientras te la comas sobre mi cuerpo de ensueño estarás en el séptimo cielo, muñeca.

      Estallo a carcajadas ante Jared, que hincha los pectorales mientras levanta las cejas sugestivamente. Luke le pasa por detrás para darle un palmetazo en la nuca mientras yo lucho por recuperar el aliento con las lágrimas a punto de saltarme. Y así es, para aliviar este día agotador más que comida lo que necesito son mis amigos y sus payasadas.

      – En serio tío, ¿eso te funciona al echarle los tejos a las chicas?

      – Evidentemente. ¿No ves lo galante que soy? Nadie puede resistirse a mi encanto.

      – ¿Tu encanto de bocazas, quieres decir?

      Dejo que Jasper y Jared se peleen amablemente y me uno a George, que busca desesperadamente algo comestible en mi nevera.

      – ¿Qué quieres que te prepare con unos restos de queso enmohecido y una botella de leche caducada?

      Le contesto con una tímida sonrisa contrita. Lo cierto es que salimos de misión una semana y el general no me dejó tiempo para llenar la despensa. Aunque ni siquiera en períodos de calma, sin misión ni nada parecido (lo que no sucede a menudo, los demonios no conocen el concepto "vacaciones") no se puede decir que sea una maga de la logística. Nadie me ha enseñado a cocinar y detesto las tareas del hogar, contentándome con el mínimo estricto para que el interior sea acogedor. Mi nevera no sabe nada de platillos. Ya es todo un milagro cuando contiene algo comestible. Por contra, su exterior está lleno de folletos de comida a domicilio sujetos con imanes.

      – ¿Pedimos chino?

      – ¿Estás segura de querer una galleta de la suerte con su predicción? No puede decirse que el día haya sido afortunado hasta ahora.

      – Cierto.

      Luke llega por detrás y me coloca el brazo sobre los hombros, pegando su cálido cuerpo al mío. Es en estos momentos de complicidad que lamento no