Federico Betti

Coma


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cena, –gritó un empleado irrumpiendo en la habitación con una bandeja. Encima había un plato con sopa, un trozo de queso suave y una manzana al horno.

      –Esto es para usted, buen provecho, –dijo.

      Después de unos minutos Luigi Mazza comenzó a comer.

      –Cuando acabes iré a casa, si no te importa. Estoy muy cansado, –dijo Mario.

      –Claro, no te preocupes. Es normal que también tú quieras descansar: estás haciendo mucho por mí y te lo agradezco.

      –Eres mi hermano, es mi deber.

      Después de una media hora Mario se fue a casa.

      –Me las apañaré solo, –le aseguró Luigi.

      Cuando el hermano salió de la habitación el hombre decidió dar un paseo por el pasillo, parándose en una mesita con dos pequeñas butacas y algunos periódicos. Hojeó el primero que se le puso a mano, justo para pasar un poco el tiempo antes de tumbarse.

      No encontró ninguna noticia realmente digna de interés, así que cerró el periódico y recorrió el pasillo hasta su habitación, se tumbó para dormir y, después de diez minutos, entró en el mundo de los sueños.

       20

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, sin embargo estoy parado, como en un atasco de tráfico: está tan oscuro que no consigo entender nada. No sé dónde me encuentro, ni siquiera sé porqué estoy aquí. (¿Dónde es Aquí?)

      ….y, sobre todo, no veo a nadie más en las cercanías; con un dedo acaricio el aire que hay a mi alrededor, lo siento frío.

      Veo algo escurridizo correr a mi lado, veloz, luego, después de unos treinta segundos, todo vuelve a ser como antes.

      Parece como si estuviese parado en un coche en cualquier sitio y otros me están adelantando.

      ¿Por qué?

      Me duele muchísimo la cabeza y necesitaría algo que me quitase el dolor o al menos aliviarme un poco, pero no sabría dónde encontrarlo, a quién pedírselo.

      Un momento...

      Veo a alguien que se acerca.

      A lo lejos parece sólo una sombra, pero poco a poco todo se aclarará.

      Parece que no tiene sustancia cuando la tengo delante de mí, pero consigo distinguir un detalle: es una persona delgada, más o menos sobre los sesenta quilos y con una altura aproximada de un metro ochenta.

      Cuando se baja hacia mí mueve una mano como para decirme:

       Eh, estoy aquí. ¿Tú qué haces sentado ahí?

      No consigo reaccionar de ninguna manera. Permanezco quieto mirando a esta persona bajo la forma de una sombra que sigue haciéndome gestos.

      Forma un puño con la mano y lo acerca a mí, como si yo estuviese realmente en un coche y él (ahora ya he decidido que es un hombre, no sé por qué) estuviese intentando golpear el vidrio de la ventanilla.

       Me duele la cabeza, digo, ¿me puede dar un analgésico? ¿O buscarlo por algún sitio?

      No me responde.

      Es más, se va, dejándome solo aquí, en medio de la oscuridad.

      ¿Quién era? ¿Qué quería de mí? ¿Buscaba algo? ¿Qué está sucediendo?

      Con estos interrogantes que me rondan por la cabeza dolorida me quedo aquí esperando obtener una respuesta.

       21

      La rehabilitación que debía hacer Luigi establecía ejercicios de gimnasia estudiados a propósito para volver a habituar su físico a la vida cotidiana, después de haber permanecido inmóvil en estado de coma farmacológico durante dos semanas.

      Comenzó en el hospital, en un gimnasio amueblado a tal propósito, luego prosiguió en un centro especializado después de haber sido dado de alta.

      –Por fin fuera de este lugar, –dijo su hermano Mario la mañana en que los médicos le dieron la autorización para dejar el hospital, – ¿estás contento?, –preguntó, pensando en la decisión que habían tomado un poco antes: vivirían juntos durante un tiempo, hasta el completo restablecimiento de Luigi.

      –Claro, significa que estoy mucho mejor.

      –El director me ha dejado un folio en el que está especificado tu programa de rehabilitación. Ha dicho que estás curado, que has reaccionado bien a todo.

      – ¿Y para el problema de la memoria?

      –Dice que, esta falta de memoria resulta un fenómeno bastante insólito, te volverá enseguida.

      –Perfecto.

      –Por desgracia no consigo ayudarte a recordar: cuando me he enterado del accidente, tú ya habías sido traído rápidamente a Urgencias y, sinceramente, no me he preocupado demasiado de la dinámica. Estaba demasiado angustiado por tus condiciones de salud, –explicó Mario.

      –Comprendo, –respondió Luigi.

      –Quizás en los próximos días iré a informarme a la policía de carreteras para que me den más detalles, –propuso su hermano.

      –Ok.

       Enseguida sabré quién me ha hecho esto.

      Cuando llegaron a su casa en vía Arno, en la periferia de Bologna, Mario aconsejó a su hermano que se relajase en el sofá del salón mientras él prepararía algo para comer.

      Comieron algo sencillo, pasta con salsa de tomate y un filete de ternera, luego volvieron a la conversación que habían dejado a mitad.

      –He comprobado los precios de los cruceros para los fiordos noruegos, –dijo Mario, –Cuestan poco más de mil euros por cabeza pero, considerando el escenario, creo que valdría la pena. Después de todo, nos lo podemos permitir de vez en cuando, ¿no?

      –Bueno, podemos decir que sí –asintió Luigi –me gustaría mucho, y además hace mucho tiempo que no vamos de vacaciones juntos.

      –Entonces, este año será el adecuado. Haremos la reserva lo antes posible. He visto que hay una agencia de viajes no muy lejos de aquí. Iré yo –dijo Mario entusiasmado.

      –Vale –asintió Luigi.

      –Ahora, si te sientes cansado, reposa. También podrías mirar el telediario de la primera cadena conmigo.

      –Descansaré después del telediario –decidió Luigi.

      Y así lo hizo.

       22

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

      En este momento me encuentro parado aquí y me doy cuenta de que no estoy solo: parece que hay otros vehículos parados detrás de mí, quizás un par de ellos.

      Está oscuro y tengo un fuerte dolor de cabeza que casi me nubla la vista; me late tanto en las sienes que me hace cerrar los ojos con la esperanza de que esto pueda servir para hacerlo disminuir de intensidad.

      Este intento no tiene el final esperado: el dolor de cabeza es igual que antes, tan fuerte que me hace perder la orientación; no entiendo nada, no sé dónde estoy, ni recuerdo el motivo.

      Veo pasar algunos vehículos delante de mí, como si estuviesen sobrepasando un obstáculo, luego se acerca una sombra.

      Por fin alguien que quizás podría ayudarme, estoy enfermo, es como si me hubiese pasado un camión por encima.

      La sombra está a mi lado, más allá de la ventanilla.

      Es de un gris bastante oscuro, pero que se distingue en la oscuridad total que me rodea: no consigo ver bien quién es, pero sí distinguir más o menos las dimensiones