Isabelle B. Tremblay

Las Quimeras De Emma


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Rose era la editora, la redactora en jefe y la fundadora de Style Magazine. La jefa de Charlotte, Elvie y Alice. Y la que firmaba el cheque del contrato de Emma. Persona ambiciosa y calculadora, gestionaba la revista con mano de hierro. Se había labrado una sólida reputación y su publicación había adquirido notoriedad rápidamente y con los años había logrado una buena posición.

      Emma la encontraba fría y autoritaria, pero se mostraba muy profesional. Sabía, en cambio, que era una gran fuente de inspiración para su mejor amiga: Candice Rose había triunfado magistralmente.

      —¿Por qué no ha tomado el mismo avión que nosotras? —preguntó Emma con curiosidad.

      —¿Por qué se iba a rebajar a nuestro nivel? —bromeó Charlotte arrojando un puñado de arena a los pies de su amiga.

      — Candice tenía una reunión importante esta mañana. Ha cogido otro vuelo —replicó Alice.

      Charlotte le hizo una mueca a Alice.

      —Mi respuesta era mucho más divertida, especie de aguafiestas.

      Alice sacó la lengua para devolverle una mueca. Emma dio la espalda al océano, dando la cara a Charlotte.

      — Tengo hambre. Busquemos un pequeño restaurante agradable…

      Emma no había tenido tiempo de terminar su frase cuando sintió un dolor en las cervicales y dio cuatro pasos forzados hacia su amiga, tratando al mismo tiempo de mantener el equilibrio y no caerse. Charlotte ahogaba las carcajadas que subían por su garganta. Se levantó, agarró el balón de voleibol blanco que había golpeado a Emma y vio a un hombre, casi demasiado guapo como para ser real, acercándose a su pequeño grupo. No llevaba más que un bañador color crema. Su torso desnudo y musculoso estaba dorado por el sol.

      —¡Lo siento tanto! ¡De veras que lo siento! —dijo el chico en inglés.

      Emma se dio la vuelta, frotándose todavía detrás de la cabeza, visiblemente enojada. Sonrió tontamente al ver al asaltante que se había dirigido a ella. Tomó un momento para examinar su rostro, que encontró particularmente simétrico y muy atractivo. Le recordaba vagamente a un actor de una serie para adolescentes que estaba de moda. Le turbaron sus grandes ojos verdes, expresivos, casi seductores, bajo dos cejas bien pobladas. Sus cabellos, de un castaño oscuro, caían sobre la base de su cuello, desordenados, y llevaba una ligera barba de dos o tres días que rodeaba su sonrisa blanca, casi perfecta.

      —Esto… estoy bien… —balbuceó Emma que sentía enrojecer sus mejillas como el día en el que su falda se había levantado al pasar por encima de una rejilla de ventilación, en una calle abarrotada de Nueva York.

      Él se acercó a Emma hasta estar a sólo unos centímetros de ella. Le tendió su mano para estrechar la suya.

      —Ian Mark —dijo él.

      —Emma Tyler —respondió Emma, apretando su mano.

      No conseguía apartar la mano, dándose cuenta de que él la sostenía más tiempo de lo conveniente. Él le dedicó una gran sonrisa.

      —No estaba realmente apuntando a tu cabeza, ¿sabes? —dijo él, agarrando el balón que Charlotte le había lanzado.

      —Ya me lo imagino…

      —Hola Ian, yo soy Charlotte Riopel, y ella es Alice Chayer.

      Ian dirigió una sonrisa a las dos jóvenes antes de dar un apretón de manos a cada una, pero se apresuró a volver su atención hacia Emma, que seguía escrutándolo. No era capaz de apartar la mirada. Ian retomó la palabra dirigiéndose a Emma, ignorando las otras dos.

      —Esta noche, mi amigo Ryan toca en el Ocean Bar. Está a unos minutos a pie de aquí. ¿Te gustaría venir? Aprovecharía para pagarte una copa y así pedirte disculpas por haberte golpeado con el balón. Estáis todas invitadas, por supuesto —añadió.

      —No sé cómo pinta nuestra noche, pero no lo descarto —respondió ella dejando de frotarse detrás de la cabeza.

      Ian sonrió y echó un último vistazo a Emma. Le guiñó el ojo, lo cual la hizo enrojecer de nuevo.

      —Será un honor cruzarse con usted, Miss Emma Tyler.

      Luego, se volvió hacia sus amigos que parecían esperarle impacientes, a él y a su balón. Emma le siguió con la mirada. Su corazón latía a toda velocidad. El hombre le gustaba. Tenía la impresión de que era recíproco. ¿Un flechazo? No sabía si era posible, pero era consciente de que le gustaría volver a verle. Era seductor, cierto, pero era más que eso. La seducía la vibración que él emanaba. Bajo su mirada, se sentía viva. Hacía ya varios meses que esto no le pasaba.

      —¿Has visto al Apolo este? ¡Está claro que yo no le haría un feo!¡Y el cuerpo que tiene… uf! —exclamó Charlotte dando un codazo a Emma en las costillas.

      —Ya está bien, no digas más. Para ti, los hombres son como trozos de carne.

      —¡Ahí está lo bueno, amiga mía!

      ***

      Emma miraba su propio reflejo en el minúsculo espejo del baño. Se había decidido, después de largos minutos de reflexión, por un seductor vestido blanco corte túnica con un estampado de grandes flores rosas. Su piel estaba ligeramente enrojecida, como resultado de la falta de protector solar durante la cena en la terraza del restaurante del hotel. Su maquillaje era suave y discreto. Una delgada línea de lápiz negro resaltaba su mirada de un verde profundo. Sus ojos eran el único parecido físico que guardaba con su madre y del que estaba orgullosa. Había dibujado una línea un poco más gruesa encima de su ojo para poner en valor el contorno, que encontraba demasiado pequeño. También se había aplicado un poco de rímel sobre sus largas pestañas. Había elegido un bálsamo rosa pálido y brillante para sus labios porque le recordaba el color preferido de su abuela. También dejó su cabello castaño suelto.

      —¿Te vienes? —gritó Charlotte, que esperaba al otro lado de la puerta cerrada.

      —¡Ya estoy! —replicó Emma ajustándose el vestido por última vez.

      Abrió la puerta y se puso frente a su mejor amiga que llevaba unas mallas negras bajo una túnica de un rojo vivo muy ancha. Charlotte también había optado por un maquillaje discreto. Aun así, había dado un toque brumoso y misterioso a sus ojos color avellana aplicando una sombra negra. Sus cabellos castaños estaban despeinados. Emma siempre le había visto un aire de femme fatale. Le envidiaba la confianza que tenía cuando se acercaba al sexo opuesto. Atraía los hombres, como otros coleccionan sellos. Estaban locos por ella y, en el momento en el que entraba en algún sitio, todas las miradas se dirigían hacia ella. Despertaba admiración en algunas mujeres, mientras que otras la temían. Emanaba un magnetismo increíble, y Emma debía confesar que la admiraba por ello. Aunque ella era guapa, no poseía la seguridad de su mejor amiga. Al contrario que Charlotte, ella no tenía la dicha de poder elegir con qué hombre se iría al final de la noche.

      Por esta razón, le había parecido extraño que Ian le prestara tanta atención. Estaba convencida de que era la culpabilidad que sentía por haberla golpeado con el balón la que había provocado la invitación.

      —¡Guau! ¡Estás guapísima! —exclamó Charlotte haciendo voltear a su amiga con su mano.

      —¡No tanto como tú!

      Charlotte le guiñó el ojo y se puso también a girar sobre ella misma. Hacía este movimiento desde la infancia. Su tía, que la cuidaba al salir de la escuela hasta que llegaban sus padres, le dejaba jugar en su armario para “hacer desfiles de moda”. Siempre se divertía dando vueltas sobre ella misma para imitar a las modelos de pasarela.

      —Elvie y Alice no vienen. Había pensado en dejarle una nota a Candice en la recepción para invitarla, ahora bien, no me la imagino en un bar de playa con su eterno traje de alta costura.

      Emma le lanzó una mirada asesina.

      —No. Para nada. Se la ve tan soberbia y austera. Me da miedo —confesó