soltó un suspiro y fue a sentarse en la cama. Se puso a jugar febrilmente con los bajos de su vestido. Este tic, lo había heredado de su padre que siempre jugaba con la punta de su camisa. Era un hombre nervioso por naturaleza y ella sabía que repetía su gesto cada vez que se encontraba en un momento en el que la tensión estaba al máximo. Aun así, estaba contenta de parecerse a él más que a esa madre que les había cobardemente abandonado, a su hermano, a su hermana y a ella, hacía ya mucho tiempo.
Fue en la primavera de sus ocho años. El día después de su cumpleaños. No le gustaba recordar ese momento. Era la época en la que la mujer que debería haber sido su referente femenino en la vida había abandonado la casa. Se había marchado del domicilio familiar de manera vergonzosa, dejando una simple nota de despedida que su padre había tirado a la basura. La niña que era en ese momento había cogido el papel arrugado de la papelera. Lo había plegado cuidadosamente y escondido en su caja de secretos.
—¿Crees que esto es una buena idea? —preguntó Emma.
—¿Esto qué?
—¿Esta noche? Ir a ver a este tío. Este desconocido.
—¡Sí! Una idea excelente, diría yo. Y sé en quién estás pensando. Patrick. SE ACABÓ. Te dejó por una estudiante de policía que parece más un chico que una chica. Quién sabe, quizás sea un hombre.
Patrick Vinet era el exnovio de Emma. Informático de profesión, vivía todavía con su madre. Después de unos años saliendo juntos, ella quería pasar a la etapa de la cohabitación, pero él no. Estaba feliz como una perdiz en casa de su madre. Vivía a cuerpo de rey y no estaba dispuesto a cambiar eso. Había roto con ella para irse con otra mujer.
—¿Es necesario que me recuerdes cada vez lo que me hizo?
—No tengo elección. Siempre le das vueltas a la misma historia. Te irá bien ver gente nueva. Divertirte, reírte. ¿Y por qué no una pequeña aventura sin compromiso?
—¿Y si es un asesino en serie?
—Morir entre los brazos de un dios griego, no es un mal final…
Emma esbozó una pequeña sonrisa, mientras que Charlotte rompió a reír. Cogió su bolso que estaba sobre la mesita de noche y se adelantó a Charlotte para salir de la habitación y dirigirse al pasillo, muy estrecho, y luego al ascensor. Estaba contenta de haber obtenido este nuevo contrato con la revista y de pasar tiempo con su amiga, incluso en la esfera profesional. Ninguna de las dos había tenido la oportunidad de quedar a menudo durante las últimas semanas. Charlotte tenía una agenda bastante ocupada, mientras que la de Emma era más flexible. Trabajaba por su cuenta desde su pequeño apartamento o desde el café debajo de su piso, dependiendo de su estado de ánimo.
No se relacionaba con mucha gente desde su ruptura con Patrick. Su círculo de amigos no era muy grande, pero aún tenía algunos compañeros de universidad con quien podía salir de vez en cuando para cambiar las ideas y ver otra cosa que su salón.
Charlotte pulsó el botón del ascensor para ir a la planta baja. La puerta se abrió casi de inmediato. Las dos jóvenes sonrieron educadamente al hombre y a la mujer que se encontraban dentro del ascensor.
—¿No parezco muy…desesperada? —susurró Emma.
—¡No! Él te ha invitado. Nosotros respondemos a su invitación. Para ya de dudar, me pones nerviosa —respondió Charlotte recolocando una mecha de pelo rebelde detrás de su oreja.
El hombre se volvió hacia ellas y les dedicó una gran sonrisa, revelando una hilera de dientes muy rectas y muy blancas. A Emma le hizo gracia, porque le hizo pensar en un anuncio que había visto por la televisión el día anterior.
—¿Sois quebequesas? —dijo él apartando una pelusa invisible de su impecable traje negro y con un francés casi sin acento.
—Sí —respondieron las jóvenes al unísono.
—Es bastante raro escuchar hablar francés por aquí, pero os voy a confesar que se agradece. Gabriel Jones. Vivo en Montreal —dijo presentándose.
—¡Qué pequeño es el mundo! —respondió Charlotte estudiando al hombre de la cabeza a los pies.
—Nosotras también vivimos en Montreal, ¡qué coincidencia! —añadió Emma sonriendo tímidamente.
—Un sabio dijo una vez que no hay casualidades, sólo encuentros —replicó el hombre haciendo un guiño cómplice a la joven.
Emma observó al hombre y lo encontró, a primera vista, muy atractivo. No hubiera podido compararlo con Ian, porque se trataba de dos tipos completamente distintos. Gabriel debía de medir alrededor de 1 metro 80. Su mirada era azul claro y poseía un brillo particular. Su larga nariz hacía una ligera curva. La joven se imaginó que se lo había fracturado durante un partido de hockey. Su sonrisa era franca y parecía sincera. Iba bien afeitado. Sus cabellos eran negros y ondulados, peinados un poco a la ligera. Se mostraba muy jovial y simpático. Era fácil de ver que estaba acostumbrado a hablar con desconocidos y socializar. No tuvieron tiempo de presentarse antes de que el ascensor hiciera una parada en el cuarto piso y el hombre se dirigiera a la salida.
—Seguramente volveremos a vernos. ¡Que paséis una bonita velada, señoritas! —dijo antes de que la puerta volviera a cerrarse frente a él.
—¿Qué? —murmuró Charlotte, que podía leer la mirada expresiva que le lanzaba su amiga.
—¡Este era realmente…guau!
—Sí, pero se le ve demasiado serio.
CAPÍTULO 2 — NOCHE INOLvIDABLE
Charlotte empujó la puerta del bar, precediendo a Emma que se mantenía en un segundo plano. El sitio era acogedor, pero no estaba tan lleno como ella hubiera imaginado. Era un pequeño local a pie de playa, situado a unos pocos pasos de su hotel. Había una barra al fondo de la sala frente a la cual algunas personas estaban sentadas, y un camarero estaba instalado detrás, preparando bebidas y cócteles de todo tipo. Emma reconoció a Ian, de pie, cerveza en mano, que hablaba con un grupo de personas. Puso su mano sobre el brazo de Charlotte para mostrarle dónde se encontraba el joven. Su amiga reconoció algunas de las caras que habían estado presentes durante la partida de voleibol de la tarde.
La música, muy alta, la tocaba un grupo formado por tres hombres: el cantante, el guitarrista y el teclista. También había una batería, pero no había nadie sentado detrás que tocara el instrumento. Charlotte se fue hacia el bar para pedir dos cosmopolitans, mientras Emma escogía una mesa apartada. Aprovechó para observar a Ian.
Llevaba un pantalón tejano azul oscuro que estaba roto en lugares estratégicos. También vestía una camiseta blanca con la inscripción Born To Be Wild, cosa que la hizo sonreír. Se imaginó que era seguramente el tipo de hombre nacido para ser libre e independiente de los demás. Una especie de intuición. Lo encontraba particularmente guapo y atractivo. Llevaba sobre la cabeza una pequeña boina gris que le daba un estilo un poco bohemio y cierto aire de poeta. Ian parecía absorto por la historia que estaba explicando a sus amigos. Gesticulaba mucho y sus brazos hacían grandes movimientos circulares.
—Ve a hablar con él —dijo Charlotte, posando las dos copas que llevaba en las manos sobre la mesa.
—No. Quizás ni se acuerda de mí.
—¡Ve a decirle que sus tejanos le hacen un culito de muerte!
Emma respondió con una carcajada al comentario de su amiga.
—¿Es así como lo harías tú?
—Para nada. Yo le diría: ¿En tu casa o en la mía? No me ando con rodeos. Cuando un hombre me gusta, voy directa al grano.
—Me cuesta imaginar que puedas hacer eso.
—¿Quieres verme en acción?
—No, gracias. Te creo. No hace falta que me hagas un espectáculo…
—¿Qué