Amy Blankenship

Hastío De Sangre


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cuando, por una milésima de segundo, vio que un hermoso cristal giraba dentro del haz de luz. Queriendo alejar a Kyoko, se tambaleó hacia atrás sujetándola firmemente entre sus brazos.

      El cristal giró cada vez más rápido hasta que explotó. Esquirlas de luz salieron disparadas por toda la ciudad. Parecía que un hermoso brote estelar en la oscura noche.

      Tasuki respiraba agitado. Al escabullirse de regreso a la ventana, había visto al extraño hombre con Kyoko en sus brazos y entró en pánico al verla desvanecida. No sabía bien qué le había hecho ese hombre, pero se había sentido satisfecho cuando esa luz se lo había tragado y se había llevado a esos demonios de ojos rojos con él.

      —El ángel necesita nuestra ayuda —aulló Kyoko tratando de soltarse, pero Tasuki era más fuerte. Al ver que su abuelo se interponía entre ella y la estatua, gritó que no entendía—. Hay demonios dentro de ese estatua y lo van a lastimar. Tú luchas contra los demonios... Ve a ayudarlo... ¡Por favor!

      Apoyándose contra Tasuki, lloró cuando vio la expresión de miedo que ya había percibido en la cara de su abuelo. Pero esta vez era mucho peor.

      —¿No puedes ayudarlo?

      El abuelo Hogo volteó y miró dentro del santuario. Los pergaminos que había dispuesto como una barrera por toda la pequeña estructura aún estaban ardiendo, la mayoría reducidos a cenizas. Saliendo del santuario, miró al chico que abrazaba a su nieta y sintió escalofríos. Los ojos de Tasuki normalmente eran de un suave marrón... No las iracundas amatistas con las que ahora miraba la estatua.

      Se le había helado la sangre al presenciar la conexión que Kyoko había hecho con la Estatua de la Doncella. Supo que finalmente se habían quedado sin tiempo. La aparición el cristal ya era algo malo, pero que hubiera estallado así lo llenó de miedo. Tampoco se le escapaba el hecho de que un fragmento del cristal había golpeado en el pecho a Tasuki.

      —Los pergaminos tenían razón —susurró con aspereza, deseando que hubiera sido mentira.

      El abuelo Hogo alzó sus ojos al cielo y elevó una plegaria silenciosa a cualquier deidad que estuviera escuchando para que lo guiara. Tenía que sacar a los niños de aquí. Y lo más importante: tenía que mantener a Kyoko lejos de Tasuki. Sin quererlo, el muchacho conduciría a los demonios hasta Kyoko, y los guardianes del cristal llegarían poco después.

      Tasuki se encogió de dolor al sentir que le arrebataban a Kyoko. Volvió su mirada de amatista hacia quien se la había quitado... el abuelo. Realmente no tendría que estar tomándola de los hombros así.

      —Tasuki, no deberías estar afuera por la noche. Si no quieres que despierte a tu padre, te aconsejaría que vuelvas a tu casa. Ahora —exigió el abuelo Hogo con dureza. Empujó a Kyoko a los brazos de Tama y se dirigió hacia los niños que habían dejado a su cuidado.

      Tasuki miró a Kyoko, que hundió su cara en el pecho de Tama mientras seguía llorando por el ángel que estaba segura de que había sido asesinado por los demonios.

      —Kyoko, te estaré esperando para ir a la escuela mañana —declaró Tasuki y le echó un último vistazo al santuario antes de volver a su casa.

      El abuelo Hogo esperó hasta que Tasuki entró trepándose por la ventana de su dormitorio. Respiró hondo. Sabía que le esperaba una dura conversación una vez que sus nietos entendiera lo que estaban a punto de hacer.

      —Empaquen, niños. Nos vamos en una hora —ordenó.

      *****

      Presente… Cuartel general de FIP, el Castillo.

      Storm se reclinó en la silla y miró el techo, perdido en sus propios pensamientos sobre los guardianes. La leyenda detrás de los primeros guardianes hablaba de una extraña historia de amor que era paradójica en su naturaleza.

      Esa rara historia le había causado curiosidad y la había rastreado hasta llegar a un poderoso cristal conocido como el Cristal del Corazón Guardián. Eso en sí mismo no había sido nada fácil: la leyenda estaba escrita en papel o grabada en piedra en un momento y desaparecía al minuto siguiente, sin dejar pruebas de su existencia. Era un enigma hasta para el Caminante del Tiempo.

      La leyenda más antigua que había encontrado sobre el cristal dimensional contaba la historia de dos guardianes mellizos, dos inmortales que protegían a todos los mundos humanos paralelos para que no se superpusieran con el reino de los demonios. Estos dos poderosos inmortales se habían enamorado de una humana que había atravesado una fisura entre las dimensiones con la ayuda de un cristal que su padre había creado.

      Los dos guardianes se pelearon por ella, y casi destruyen el sello que debían proteger.

      Uno de los mellizos había buscado poner fin al peligroso conflicto tomando el cristal paradójico y fundiéndolo con el alma de la muchacha junto con una estatua que él había hecho usando el tejido que separaba todas las dimensiones. Pensaba que fundiendo esas tres cosas, ella aparecería en cada mundo paralelo que ellos protegían.

      Su intención era empujar a su hermano en uno de esos mundo paralelos y sellar la entrada al mundo demoníaco, así ambos podrían estar con ella. Pero las cosas no salieron como había planeado. Al fundirse la muchacha, la estatua y el cristal, de repente ella había desaparecido del reino de los demonios y la grieta quedó sellada.

      Cuando el otro hermano se enteró de lo que él había hecho para separarlos, inmerso en una oleada de furia y celos, lo mató, y sus dos almas quedaron destrozadas. Como eran inmortales y no podían verdaderamente morir, sus almas se reformaron y surgieron cinco nuevos guardianes que aún sentían la atracción por esa muchacha que ahora existía en todos los mundos paralelos.

      Miró el techo sabiendo que esos eran los mismos cinco guardianes que habían tomado residencia en el tercer piso del castillo.

      El acertijo era difícil de entender para Storm, porque no solo el cristal cambió el espacio y el tiempo... También cambió las dimensiones. Hacía ya mucho tiempo que había aprendido a no meterse con las cosas que un Caminante del Tiempo era incapaz de manipular. Con la invasión de demonios en Los Ángeles y que él estaba teniendo problemas con sus poderes, no era el mejor momento para tentar a la suerte si no quería terminar atrapado en un mundo paralelo sin poder regresar.

      No... Los guardianes estaban solos.

      Capítulo 2

      El humor de Tasuki no había mejorado demasiado desde que regresó a la estación. Durante todo el camino, pudo oír por la radio que otros oficiales informaban avistamientos de demonios. Eso le hacía recordar la primera vez que había visto un demonio... la misma noche que Kyoko desapareció.

      Se tocó el costado en el que la luz lo había penetrado esa noche y frunció el ceño al rememorar el miedo y la decepción que sintió cuando a la mañana siguiente vio que la familia Hogo se había ido. Había ido a buscar a Kyoko para ir a la escuela, como había prometido, pero la casa estaba abandonada.

      Fue algo que lo persiguió durante mucho tiempo y aún no lo había superado. Diablos, aún tenía el regalo de cumpleaños de Kyoko. Era una pequeña alianza de compromiso de oro que su abuela, la señora Tully, lo había ayudado a elegir.

      Durante los últimos años, había tenido sueños sobre Kyoko y los demonios. Lo que era extraño era que, cuando creció, en sus sueños ella también había crecido y los demonios se fueron volviendo más frecuentes y perturbadores. Pensar que ella estaba en peligro en algún lugar no lo dejaba dormir.

      Suspirando, apartó a Kyoko de su mente y observó que cuatro de los cinco guardas del depósito allanado eran llevados al precinto, en frente, para que fueran interrogados por Boris y su equipo.

      Al guardia que casi le dispara a Micah lo iban a poner en una sala de interrogaciones aquí en el departamento de detectives. Esa sala había sido acondicionada y reforzada para llevar a cualquier tipo de paranormal, incluso algún demonio de bajo nivel, si fuera necesario.

      Mirando al escuadrón de