La droga me la había dado un compañero de universidad; por temor a probarla la había puesto aparte, esperando encontrar el coraje para hacerlo. He corrido un gran riesgo: aquel muchacho había esperado que me gustase tanto que me habría convertido en su esclavo y se la compraría sólo a él, como luego me ha explicado Peter. Mi hermano me salvó el culo haciéndola desaparecer y no diciéndole nada a mis padres; pero esa vez no consiguió tener quietas las manos… sólo por mi bien, para que aprendiese la lección.
―¿La cosa acabó aquí?
―Sí, claro. Es por este motivo que no quería que mamá estuviese en la conversación: no hubiera podido ser tan sincero. Usted no la conoce.
―Me he hecho una ligera idea.
―Esa ligera idea la multiplique por lo menos por tres.
Loreley asintió.
―Volvamos con Peter.
―No tengo nada más que decirle acerca de él. Poco después conoció a Lindsay y se fue de casa.
―¿Cómo eran las relaciones entre ellos?
―Por lo que yo sé, eran buenas. Alguna discusión, sí… ¿quién no discute? Es verdad, en los últimos tiempos lo veía un poco tenso, pero creo que era por motivos económicos.
―¿Lindsay tenía a alguien que le rondaba?
Michael se recolocó en la silla.
―No creo, sin embargo ella era muy reservada y hablaba poco de sí misma. Nunca me ha parecido del tipo que se deja llevar por la pasión.
Loreley lo vio observar el reloj de péndulo apoyado en la pared, una pieza de anticuario, y entendió que había llegado la hora de despedirse.
Se levantó del sofá.
―Bien, ya no le molesto más. Gracias por el tiempo que me ha dedicado.
Cogió el bolso y el abrigo y salió.
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