Virginie T.

Nate


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Sevana parcialmente apoyada en mi hermana para poder caminar, y me quedo plantada en medio del salón, incapaz de reaccionar ante lo que acaba de pasar. Y la verdad es que no sé lo que acaba de pasar. ¿Cómo podría? Era muy pequeña cuando mis padres murieron. No sabía gran cosa sobre los fateles, aparte del hecho de que poseían poderes que se desarrollaban con la edad y la práctica. Debería haber comenzado mi entrenamiento a los seis años, pero no dio tiempo. No pude adquirir los conocimientos que necesitaba y Ashley, solo cinco años mayor que yo, no sabía lo suficiente para ayudarme. La habían enseñado a utilizar su propio poder, pero aún no le habían hablado de otros. Ese tipo de conocimientos se adquirían con doce o trece años, ya que se consideraban secundarios. Los fateles no estaban del todo equivocados, pues ¿de qué le sirve a una persona saber que alguien puede volar si ella misma es incapaz? Por tanto, ignoraba que hubiera fateles con poderes telequinéticos. De lo que sí estoy segura es de que cada fatel posee un solo don. Entonces, ¿cómo es posible que Sevana pueda también comunicarse telepáticamente? Por no mencionar que mi hermana ha afirmado que era profetisa. Por primera vez en mucho tiempo, mi curiosidad se sobrepone a mi desconfianza y me reúno con las dos, sentadas frente a una taza humeante que, por lo que se ve, me estaba esperando.

      —Ha llegado el momento de hablar entre adultas.

      No pronuncio palabra, con todos mis sentidos puestos en el más mínimo gesto de Sevana. Ashley me aprieta la mano, pero permanece igualmente callada.

      —Como he dicho, soy fatel y también la hembra alfa de una manada. Ashley me ha contado por encima vuestra historia, pero la mía es muy diferente. En pocas palabras, he vivido entre humanos, desconocedora de mis orígenes. Hace unas semanas me atacaron unos metamorfos en el hospital donde trabajaba con Ashley.

      Una leve angustia me oprime el pecho. Podría haberle ocurrido a mi hermana. ¿Por qué nadie me cuenta nada? La respuesta es sencilla: me habría presentado en el hospital hecha un basilisco y habría acabado con toda persona, buena o mala, que se hubiera cruzado en mi camino.

      —Sam, mírame, todo va bien.

      Ignoro por qué los ojos de Ash reflejan destellos de esperanza. Para ella es muy importante que no pierda los estribos. Está acostumbrada a mis cambios de humor y nunca me los ha reprochado, a pesar del dolor que le causan. En esta ocasión, sin embargo, me está suplicando que me controle. Esta historia reviste una importancia fundamental para ella y quiero entender la razón. Mi voz suena ronca cuando invito a Sevana a continuar su relato.

      —Tu padre, Peter, me trató extraordinariamente bien, y una manada asociada al gobernador se hizo cargo de mi protección.

      —¿Qué manada podía estar interesada? Has dicho que vivías como una simple humana.

      —Una manada que odia a los disidentes tanto como nosotras.

      —¿Cómo los Treat?

      —Sí, solo que ellos los combaten.

      Capítulo 2

      Sam

       ¿Una manada que combate a los suyos? Me cuesta imaginarlo. Debo reconocer que Peter nos ha protegido siempre, incluso a pesar de mis excentricidades, y estoy segura de que estaría dispuesto a luchar por nosotras. La diferencia es que él nos acogió cuando éramos pequeñas y se ha encariñado con nosotras como un padre con sus hijas. El caso de esta manada es diferente, combaten para defender a gente desconocida.

      —¿Por qué?

      —¿Que por qué defienden a personas inocentes, vengan de donde vengan, contra los disidentes?

      Asiento con la cabeza.

      —Cada uno de los miembros de la manada Ángeles Guardianes tiene sus propias razones.

      Eso no es una respuesta, sino más bien una evasiva. Se está escabullendo. Su historia debe ser falsa. Una patraña para convencerme de unirme a su causa.

      —Veo que no te convence. La razón de mi compañero, Connor, es la venganza.

      Entiendo la venganza. Es un sentimiento que en veinticinco años nunca me ha abandonado y una necesidad que me carcome poco a poco.

      —Una manada rebelde asesinó a su familia porque ayudaban a fateles a ocultarse. Cuando el gobernador anunció su intención de combatir los abusos de los metamorfos, se unió a la causa.

      La duda me corroe, tengo que saberlo.

      —¿Te utiliza?

      —¿Qué?

      Su expresión de sorpresa y asco me asombra.

      —No. Es sobreprotector en exceso. He tenido que amenazarle con colgarle de un árbol para que me dejase venir a verte. Me irrita, gruñe, pero ante todo es lo mejor que me ha pasado en la vida.

      Qué sensiblería tan patética. ¡Desde luego, el amor es ciego!

      —Solo estás enamorada. Ni siquiera ves lo que está pasando.

      —Connor es mi alma gemela, Sam. Y he ganado mucho más que él sellando nuestro vínculo.

      —No lo entiendo.

      —Vives en una manada, pero me he dado cuenta de que eres bastante… independiente.

      Es una bonita manera de decir que vivo al margen de todo y de todos.

      —¿Has escuchado hablar de las almas gemelas de los metamorfos?

      —No mucho. Es como estar enamorado, ¿no? Pero más animal.

      Sonríe, claramente recordando alguna ocasión agradable. ¿Cuándo fue la última vez que viví un momento así?

      —El vínculo entre dos almas gemelas es mucho más profundo que el sentimiento de amor corriente. Los metamorfos pueden tener varias compañeras a lo largo de su vida, pero solo tienen un alma gemela. Una vez la encuentran, es lo único que les importa. Se convierte en el centro de su universo. Y una vez unidas, las almas gemelas no pueden vivir la una sin la otra. Literalmente.

      Eso quiere decir que si uno muere, el otro también, por lo que se ha asegurado de que él no la matará.

      —Entonces no puedes morir.

      —¿Cómo?

      Ashley toma el relevo.

      —Connor jamás haría nada que pudiera herir a su compañera.

      —Únicamente porque si la mata, muere.

      —No, Sam. No la has escuchado. Nunca le haría daño porque ella lo es todo para él. Es el gran amor de su vida. El único.

      —Y porque si me tocase las narices, le patearía el trasero.

      ¿Perdón? Creo que estas dos románticas empedernidas olvidan algo.

      —Los fateles no tienen nada que hacer contra un metamorfo enfadado y decidido.

      —En circunstancias normales, es posible, pero yo ya no tengo nada de normal. Estoy vinculada a Connor. Nos hemos unido, de ahí la mordedura.

      Hago una mueca al volver a mirarla. La visión de esa marca me resulta casi insoportable, y se me nota en la cara.

      —Es la única manera que tiene un metamorfo de unirse definitivamente a su compañera. Jamás ha vuelto a morderme. No está conmigo por mi sangre, Sam.

      Tal vez sea lo que él le ha hecho creer, pero a la larga…

      —Como ya te he dicho, la que ha salido ganando he sido yo. Siempre he sido profetisa, pero el vínculo de unión me ha otorgado otros poderes.

      Abro de par en par los ojos y la observo atentamente. Ni rastro de falsedad. Además, Ash sabría que miente. Nadie puede ocultarle nada a menos que se concentre.

      —¿Eres más fuerte que el metamorfo ese?

      —Soy más fuerte que Connor. Y aunque me sigue sobreprotegiendo como a una pequeña flor indefensa, también sé que le tranquiliza el hecho de que