qué me estáis contando toda esta historia?
Las miro. Claramente, Sevana está esperando a que Ashley cuente el final de la historia, pero mi hermana no abre la boca y me temo lo peor. Un mal presentimiento se apodera de mí. Me levanto de un salto, con la súbita necesidad de largarme de lo mucho que me hierve la sangre.
—¿Queréis que me una a uno de ellos?
Ashley se apresura a cortarme el paso para que la mire.
—¡No, por supuesto que no! Nunca te pediría algo semejante.
Mi presión sanguínea se relaja un poco, pero permanezco a la espera.
—¿Entonces qué?
—Sevana regresa a su nuevo territorio con los Guardianes y yo voy con ellos.
Mi corazón está destrozado. Mi hermana se va. Abandona definitivamente a los Treat, porque sé que no es posible pertenecer a dos manadas. Y en consecuencia, también me abandona a mí. Me dejo caer en el suelo. Solo quiero estar sola.
—Sam, entiéndeme. No tengo elección.
Yergo la cabeza impetuosamente. ¿Cómo que no tiene elección? ¿Alguien la ha presionado? ¿Nathan sigue buscándole las cosquillas?
—¿Es Nathan quien te obliga a huir?
—No, Nathan está muerto, lo ha matado mi compañero.
El corazón me da un vuelco. Ashley se tapa inmediatamente la boca con la mano, pero su revelación no ha escapado a mi atención, ni muchísimo menos.
—¿Tu compañero?
Mi hermana, incómoda, se balancea de un pie al otro. Sospecho lo que voy a ver, un presentimiento me asalta y rezumo miedo por todos los poros de la piel. Extiendo la mano y le quito el fular. Veo la mordedura en su cuello. Lo sabía. Ashley nunca lleva fular, nunca. Juraría que opuso resistencia. Es una herida horrible y debió hacerle sufrir un martirio. En mi cabeza se baten la rabia, la incomprensión y el sentimiento de traición. Después de todo lo que hemos pasado, se ha rendido y se ha metido en la boca del lobo. Cierro los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavan en las palmas.
—Sam, cálmate.
A mi hermana se le llenan los ojos de lágrimas mientras su amiga sangra por la nariz. No soporto verlas dejarse manipular de esta manera. Mi hermana se merece algo mejor.
—Dile a tu compañero que venga.
Esa palabra me desgarra literalmente la boca.
—Tendré que conocerlo si forma parte de la familia.
Mi tono almibarado no engaña a nadie y ambas sacuden la cabeza en señal de negación.
—No mientras te encuentres en este estado mental.
Siento cómo la magia me rodea, tratando de infiltrarse en mi cabeza para sosegarme, pero después de tantos años he aprendido a escudarme de sus poderes y debería saberlo.
—Para.
No quiero hacerle daño. Es mi hermana, la mitad de mi corazón, y sin embargo ahora no confío en ella. Es una sensación desagradable. Siempre he pensado que era la única persona con quien podía sentirme totalmente segura, y en este momento no hay nada más lejos de la realidad.
—Estamos enamorados, Sam.
—Abre los ojos. Eso no es una señal de amor.
Señalo con el dedo las profundas marcas de dientes que le dañan la piel.
—Es una herida horrible que te han obligado a aceptar.
—Sam, déjame enseñártela y explicarme. Te lo suplico.
Sus lágrimas son tan suyas como mías y me culpo por hacerla sufrir así.
—No me pidas que escoja. No sería capaz.
¿No me preferiría a mí antes que a su torturador? ¿Por qué? Respiro profundamente para apaciguar mi tormenta emocional, pero mantengo todos los sentidos alerta.
—¿Qué quieres enseñarme?
Tira un poco de su camiseta y veo una segunda mordedura más limpia.
—Esta es la marca de unión que me ha hecho Sean. Tenías razón, lo otro es una herida y opuse resistencia.
Monto en cólera. ¿Es así como piensa calmarme?
—Fue Nathan. Traicionó a los Treat y quiso reivindicarme a la fuerza. Hizo que me raptara un alfa disidente, pero Sean acudió a mi rescate con Sevana y su compañero.
Mi hermana desaparece y nadie me informa de nada. Esto ya es peor que ser el último mono, es ser insignificante.
—Sean mató a Nathan para protegerme. Y no me obligó a nada. Estaba dispuesto a esperar para reivindicarme. Es muy protector conmigo y no volverá a morderme jamás. No me quiere por mi sangre.
Me he perdido. Los disidentes no luchan entre ellos. Al contrario, comparten la sangre de los fateles para que otras manadas estén en deuda con ellos.
—Quiero conocerlo.
—Y estás en tu derecho, pero antes quiero que te calmes. Es parte de mí, de mi alma, y si le haces daño, sufriré mucho.
Asiento con la cabeza en señal de entendimiento. Sevana coge un pañuelo para limpiarse la sangre seca de la nariz, que ya ha dejado de correr.
—Os dejo en familia, necesito descansar y Connor está preocupado.
—Tú eres una más de la familia, Sevana.
Se sonríen y siento una punzada en el corazón al verlas tan unidas.
—Lo sé, pero acudí en tu ayuda a pesar de que él no quería que estuviera en primera línea y también he tenido que pelearme con él para que me dejase venir a ver a Sam contigo.
Me mira encogiéndose de hombros.
—No quería que me acercase a ti.
Lo entiendo. Tengo una reputación entre los Treat que desde luego no inspira mucha confianza.
—Si no soy considerada con él, lo volveré loco.
Dicho esto, sale de la habitación y de mi casa.
—¿Actúa en contra de la voluntad de su alfa?
Ashley sacude la cabeza.
—Le planta cara a su compañero, que es diferente.
Puede ser. O no. La verdad es que no tengo ni idea.
Tres golpes secos en la puerta me sobresaltan.
—Tranquila, Sam. Es Sean, mi compañero. Antes de abrir la puerta, debo advertirte.
Entrecierro los ojos con expresión suspicaz, a la espera de que continúe.
—Es autoritario. Y tozudo. Vamos, un beta. Un metamorfo beta.
¿Y eso le conviene? ¿A ella que no soporta que le den órdenes?
—Entiendo que tengas dudas, pero es mi alma gemela. Fue un flechazo, ¡aunque no quiere decir que no me ponga nerviosa a veces!
—Ve a abrir. Está esperando y no quiero que me tire la puerta abajo.
En efecto vuelve a golpear la puerta, ahora con más fuerza.
—Pues sí. Rompió la mía cuando Nathan me agredió y yo no podía abrir, así que es perfectamente capaz.
¿Y yo soy la desequilibrada?
Capítulo 3
Sam
Inequívocamente, el hombre que cruza el umbral de mi puerta es metamorfo. Es más alto que Ashley, a quien estrecha contra sí como si se le fuera la vida en ello. Es rubio, y sus penetrantes ojos dorados me juzgan como yo lo juzgo a él. Empieza