víctima? –dijo Reacher.
—Supongo que eso es algo que tendremos que resolver –dijo Aaron.
El auto era un viejo Crown Vic, deteriorado pero no destruido. Limpio pero no reluciente. Reacher subió atrás, lo que no le molestó, porque era un sedán común. Sin separador a prueba de balas. Sin implicaciones. Y el mejor espacio de todos para las piernas, sentado de costado, la espalda contra la puerta, algo que hizo contento, porque pensó que el compartimiento de atrás de un auto de policía difícilmente se abriría de manera espontánea por una moderada presión interna. Estaba seguro de que los diseñadores lo habrían tenido en cuenta.
El viaje fue corto, hasta una deprimente estructura baja de hormigón en el límite de la ciudad. En el techo había unas antenas altas y otras parabólicas. Tenía un estacionamiento con tres sedanes no identificables y un solitario patrullero blanco y negro, todos estacionados en línea, más unos otros diez espacios vacíos, y en un rincón más allá los restos destruidos de un SUV azul. El detective Bush entró y estacionó en el lugar que decía D2. Los tres se bajaron. El débil sol primaveral persistía ahí en lo alto.
—Sólo para que lo sepa –dijo Aaron–. Mientras menos invirtamos en los edificios, más podemos invertir en atrapar a los malos. Es una cuestión de prioridades.
—Suena como el alcalde –dijo Reacher.
—Buena suposición. Era un concejal dando un discurso. Palabra por palabra.
Entraron. El lugar no estaba tan mal. Reacher había circulado por edificios públicos toda su vida. No necesariamente los elegantes palacios de mármol del DC, sino los estropeados y mugrientos lugares donde en verdad se gobierna. Y los policías del condado estaban más o menos en la mitad de arriba de la escala, en lo que respecta a entornos lujosos. Su principal problema era un techo bajo. Que era pura mala suerte. Incluso los arquitectos de obras públicas sucumben a veces a la moda, y en aquel entonces, cuando atómico era una palabra fuerte, por un breve período favorecieron las estructuras brutalistas de hormigón grueso, como si al público de los años cincuenta lo pudiera tranquilizar que las fuerzas del orden estuvieran protegidas por instalaciones de apariencia antinuclear. Pero fuera cual fuera la razón, la mentalidad estilo bunker solía expandirse hacia dentro, y daba como resultado espacios estrechos y sofocantes. Que eran el único problema real que tenía la comisaría de la policía del condado. El resto estaba bastante bien. Básico, quizás, pero un tipo inteligente no lo querría mucho más complicado. Parecía un lugar OK para trabajar.
Aaron y Bush guiaron a Reacher hasta un cuarto de interrogatorio en un pasillo paralelo al recinto de los detectives.
—¿No vamos a hacer esto en el escritorio de ustedes? –dijo Reacher.
—¿Como en los programas de televisión? –dijo Aaron–. No está permitido. Ya no más. No desde el 11-S. Nada de ingresos no autorizados a las oficinas de brigada. Usted no está autorizado hasta que su nombre no aparezca como testigo en un documento oficial impreso. Y el suyo todavía no apareció, obviamente. Además de que nuestro seguro funciona mejor acá. Signo de los tiempos. Si se llegara a resbalar y caer, preferiríamos que hubiera una cámara en el cuarto, para poder demostrar que en ese momento no estábamos cerca de usted.
—Comprendido –dijo Reacher.
Entraron. Era una instalación estándar, quizás todavía más opresiva por una sensación como encorvada y comprimida, provocada por las obvias miles de toneladas de hormigón todo alrededor. El revestimiento estaba sin terminar, pero lo habían pintado tantas veces que estaba liso y terso. El color era un verde pálido estatal, poco favorecido por las lámparas de bajo consumo. El aire parecía viciado. Había un espejo grande en la pared del fondo. Sin dudas una ventana unidireccional.
Reacher se sentó de cara al espejo, del lado del malo de una mesa rectangular, enfrente de Aaron y Bush, que tenían blocs de notas y un manojo de biromes. Primero Aaron le advirtió a Reacher que se estaba grabando tanto audio como video. Después Aaron le preguntó a Reacher su nombre completo, y su número de Seguridad Social, todo lo cual Reacher facilitó verazmente, porque ¿por qué no? Después Aaron le pidió su dirección actual, lo que inició todo un gran debate.
—Sin domicilio fijo –dijo Reacher.
—¿Eso qué significa? –dijo Aaron.
—Lo que dice. Es una forma verbal conocida.
—¿No vive en ningún lado?
—Vivo en muchos lugares. Una noche a la vez.
—¿Como en una casa rodante? ¿Está jubilado?
—Ninguna casa rodante –dijo Reacher.
—En otras palabras está en situación de calle.
—Pero voluntariamente.
—¿Eso qué significa?
—Me muevo de un lugar a otro. Un día acá, un día allá.
—¿Por qué?
—Porque me gusta.
—¿Como un turista?
—Supongo.
—¿Dónde está su equipaje?
—No uso.
—¿No tiene nada?
—Vi un librito en un local del aeropuerto. Aparentemente es bueno que nos deshagamos de lo que no nos da alegría.
—¿Entonces tira sus cosas?
—Ya no tengo nada. Resolví esa parte hace años.
Aaron miró su bloc de notas, inseguro. Dijo:
—¿Entonces cuál sería la mejor palabra para usted? ¿Vagabundo?
—Itinerante. Repartido. Pasajero. Episódico.
—¿Fue licenciado de las fuerzas armadas con algún tipo de diagnóstico?
—¿Afectaría eso mi credibilidad como testigo?
—Ya le dije, es como cuando se quiere sacar un préstamo. No tener domicilio fijo es malo. TEPT sería peor. El abogado defensor podría especular sobre su fiabilidad potencial en el estrado. Le podrían bajar uno o dos puntos.
—Estuve en el 110 de la Policía Militar –dijo Reacher–. No le tengo miedo al TEPT. El TEPT me tiene miedo a mí.
—¿Qué era el 110 de la Policía Militar?
—Una unidad de elite.
—¿Hace cuánto que está afuera?
—Más de lo que estuve adentro.
—OK –dijo Aaron–. Pero no me toca decidir a mí. Ahora se trata de números, puro y simple. Los juicios se desarrollan adentro de laptops. Software especial. Diez mil simulaciones. La tendencia mayoritaria. Un par de puntos para alguno de los dos lados podría ser crucial. No tener domicilio fijo no es ideal, incluso sin nada más que eso.
—Tómenlo o déjenlo –dijo Reacher.
Lo tomaron, tal como Reacher sabía que sucedería. Nunca podrían tener demasiado. Siempre podrían perder algo de eso después. Perfectamente normal. Mucho trabajo bien hecho echado a perder, incluso en casos exitosos cantados. Así que repasó lo que había visto, con cuidado, coherentemente, de manera completa, de principio a fin, de izquierda a derecha, de cerca y de lejos, y después los tres estuvieron de acuerdo en que eso debía haber sido más o menos todo. Aaron mandó a Bush a que se encargara de tipiar e imprimir el audio, listo para la firma de Reacher. Bush salió de la sala, y Aaron dijo:
—Gracias una vez más.
—De nada una vez más –dijo Reacher–. Ahora cuénteme su interés.
—Como usted vio, sucedió justo enfrente nuestro.
—Lo que estoy empezando a pensar que es la parte interesante. Digo, ¿cuáles son las probabilidades? El detective Bush estacionó