Miguel de Unamuno

Amor y Pedagogía


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matriarcado?... ¡matriarcado!... tendencia social á la monogamia... matrimonio y patrimonio... genio del porvenir... pedagogía sociológica... Y ¿cómo le digo que no? ¡Con qué cara le digo que no, yo, pobre de mí, Marina del Valle, á todo un don Avito Carrascal! Alguno había de ser, éste ú otro... pero don Avito... ¡don Avito Carrascal! ¿Cómo le digo que no? ¿Cómo se hace eso? Si viviera mi madre para aconsejarme... ¡pero Fructuoso, nada más que Fructuoso!» Al recordar á su hermano una ráfaga de aire frío le vuelve á la realidad, porque Fructuoso del Valle, tratante en granos y presidente del comité lopecista, es un saco del más barato sentido común.

      Al recibir Carrascal carta de Marina, en que acepta ésta las relaciones que aquél le ha propuesto, se dice: «¡la ha copiado de algún manual!» y se satisface. ¿No es el copiar lo propio del instinto, de la naturaleza, de la materia? La carta dirá lo que quiera, ¿pero los ojos...? ¡Oh, los ojos! Estos sí que al copiarlo todo no copian nada; son absolutamente originales, con clásica originalidad, que de plagios se mantiene.

      Procúranse una entrevista en que Avito se propone estar masculino, dominador, cual cumple á la ciencia, y domeñar á la materia al punto.

      —Me hace usted mucho honor, don Avito...

      —¿Usted? ¿don? háblame de tú, ¡Marina!

      —Como no tengo costumbre...

      —Las costumbres se hacen; el hábito empieza por la adaptación; un fenómeno repetido...

      —¡Ay, por Dios!

      —¿Qué te pasa?

      —¡Lo del fenómeno!

      —¿Pero qué?

      —No hable de fenómenos, que tuve un hermanito fenómeno y parece que estoy viendo aquellos ojos que querían salírsele y aquella cabeza ¡qué cabeza, Dios mío! no hable de fenómenos...

      —¡Oh la ignorancia, lo que es la ignorancia! fenómeno es...

      —No, no, nada de fenómenos... y menos repetidos...

      —¡Pero qué ojos, Marina, qué ojos!—y en su interior añade: «¡cállate!» á la voz que le murmura: «que caes, Avito... que caes... que la ciencia marra...»

      —Pero no se ría si digo algo...

      —Yo no me río cuando se trata de algo serio, y nosotros, Marina, tratamos ahora de lo más serio que hay en el mundo.

      —Es verdad—agrega Marina con profunda convicción y maquinalmente, con la convicción de una máquina.

      —Y tan verdad como es. Se trata, Marina, no ya de decidir de nuestra suerte, sino de la suerte de las futuras generaciones acaso...

      Se pone la Materia tan grave que al abrir los ojos hace vacilar á la Forma.

      —La suerte de las futuras generaciones, digo... ¿Sabes tú, Marina, cómo hacen las abejas su reina?—y se le acerca.

      —No entiendo de esas cosas... Si no me lo dice...

      —Háblame de tú, Marina, te lo repito; háblame de tú. Deja ese impersonal porque aquí es todo personal, personalísimo.

      —Pues... pues... no sé...—pónese como la grana—si no me lo dices...

      —¿Pero no, qué te importa lo que hagan las abejas, amor mío?—y luego á la voz interior: «¡cállate!» y se detiene.

      «¿Amor mío?» ¿Quién ha dicho eso? ¿Qué es eso de «amor mío?» El genio de la especie ¡oh! el Inconciente.

      —El genio de la especie...—continúa Avito.

      —¡Qué ideas, Carrascal, qué ideas!

      —¿Carrascal? No me gustan las mujeres que llaman á sus maridos por el apellido.

      Al oir lo de marido y mujer se le encienden las mejillas á Marina, y encendido Avito por ello se le acerca más y le pone una mano sobre la cadera, de modo que la Materia quema y la Forma arde.

      —¿Ideas? ¡mi idea eres tú, Marina!

      —¡Oh por Dios, Avito, por Dios!—y le esquiva.

      —¿Por Dios? ¿Dios?... bueno... sí... todo es cuestión de entenderlo... Acabarás por hacerme creer en él—y lanzando un «¡cállate!» á la voz interior que le dice: «que marra la ciencia... que caes, Avito...», coge á la Materia en brazos y la aprieta contra el pecho.

      —Déjeme, por Dios, déjeme... déjame... mi hermano...

      —¿Quién? ¿Fructuoso?

      —Lo mejor será acabar pronto, Avito.

      —Querrás decir empezar pronto, Marina.

      —Como quieras.

      —Sí, empezar pronto como quiera. Y ahora ven, sellemos el pacto.

      —¿Qué es eso?

      —Ven, ven, y lo verás.

      La coge ahora de nuevo, la aprieta en los brazos y le pega en la boca un beso, de los que quedan. Y así, sujeta, sofocada la pobre, con el corazón alborotado, dícele él:

      —Tú... tú... Marina... tú...

      —Ay, por Dios, Avito, ay... por Dios...—y cierra los ojos.

      También Avito los cierra un momento, y sólo se oye el latir de los corazones. Y la voz interior le dice á Carrascal: «el corazón humano, esta bomba impelente y absorbente, batiendo normalmente, suministra en un día un trabajo de cerca de 20.000 kilográmetros, capaz de elevar 20.000 kilos á un metro...» Y en voz alta, como enajenado:

      —Bomba impelente...

      —Ay, por Dios, Avito... no... no...

      —Tú... tú... vamos, tú... Mira que hasta tanto no te suelto...

      Los labios de la pobre Materia rozan la nariz de la Forma y ahora ésta, ansiosa de su complemento, busca con su formal boca la boca material y ambas bocas se mezclan. Y al punto se alzan la Ciencia y la Conciencia, adustas y severas, y se separan avergonzados los futuros padres del genio, mientras sonríe la Pedagogía sociológica desde la región de las ideas puras.

      Al saberlo Fructuoso se queda un rato mirando á su hermana, sonríe y da unas vueltas por la estancia.

      —¡Pero mujer, con don Avito Carrascal!...

      —Con alguno había de ser...

      —¡Claro! ¡pero... con Carrascal!

      —¿Tienes algo que oponer?

      —¿Oponer? yo no.

      «¡Con Carrascal!—piensa—¡cuñado de don Avito! ¡psé! Como marido tal vez lo haga bien... Fortuna... tiene... gastador no es... lo demás la familia lo trae consigo... Y después de todo, para lo que ella vale...» Todo esto pasa por la mente de Fructuoso que como saco de sentido común es profundamente egoísta, por ser el egoísmo el sentido común moral.

      —¿Oponerme? ¡Dios me libre! ¡Cásate con quien quieras, siempre que sea persona honrada y que pueda mantenerte sin necesitar de tu dote, aunque sea con don Avito!

      «¡Qué bruto!» se dice en su corazón Marina, que aun sin saberlo, ve en el matrimonio una manera de libertarse del tratante en granos.

      Para Carrascal llega la segunda batalla, la de si habrá de casarse por lo religioso, transigiendo con el mundo. Acude á la sociología y ésta le convence á transigir.

      Y he aquí cómo se unen la Materia y la Forma en indisoluble lazo.

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