Adolfo de Castro

Historia de los Judíos en España


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ser quebrantado; pues que pudiere ser probado. Nin los romanos non deben tomar nin demandar nada de las dos partes de los godos, nin los godos de la tercia parte de los romanos.» Por donde se ve cuan pocos eran los judíos que habitaban en España, cuando en este repartimiento para nada se les nombra: silencio que no se advertiria si hubieran sido muchos en número.

      I no traten los de la opinion contraria de desvanecer este argumento con decir que los godos mirarian con sumo desprecio i desden á los hebreos, i que, teniéndolos en poco crédito, ¿cómo habian de repartirles tierras para que con trabajo i constancia solicitasen sus frutos, i con su comercio pudiesen pasar mas cómodamente la vida? porque son razones fáciles de echar por el suelo, como fundadas sobre flacos cimientos.

      Las bárbaras gentes del Norte salieron por pura ambicion de sus casas, i por pura valentia se hicieron señores de las ajenas. Todas las fuerzas que intentaban vanamente atajarles el paso, duraban ante ellas lo que un pequeño torbellino de polvo ante un viento recio é impetuoso. Para retener la usurpacion de las tierras i dominios conquistados usaban del buen gobierno: con el cual levantaban á las nubes su poderío, fundándolo en la verdadera obediencia i en el amor de los naturales, no en odios crueles i vanos intereses, que aunque por algunos años conserven en apariencia los imperios acaban en destruirlos, i son como aquella piedra que está en los cimientos de un viejo edificio, i que se va gastando poco á poco. No demuestra su estrago, hasta que ha desmoronado i hecho venir á tierra la fábrica que sustentaba, i eso, cuando ni las manos ni la industria, ni la diligencia bastan á poner estorbos á su ruina.

      Por tanto, como los godos no eran arrastrados en sus acciones por la intolerancia católica, sino por el deseo de la buena conservacion de sus conquistas, no habrian dejado caer en olvido á los hebreos á la hora de hacer el repartimiento de España, si estos hubieran vivido en gran número por las ciudades.

      Es cierto que los reinados de los godos fueron llenos de fraternos odios, i todo género de insultos i calamidades. Ellos como gente bárbara i rústica estaban dominados por la fuerza de las pasiones, i especialmente por la ambicion, de suerte que con furiosa presteza ejecutaban cuantas maldades les sugerian sus entendimientos desbocados. Desposeian los vasallos á los reyes quitándoles los tronos i las vidas con la violencia del veneno ó de la espada, i no solo vasallos, sino los hermanos á los hermanos, i aun los padres á los hijos. ¡Tanto puede la ambicion de reinar, i mucho mas estando esta junta al endurecimiento de los corazones, á la ferocidad de los ánimos i á la ignorancia de las virtudes! Pero en esta edad en que tanto se habian remontado los delitos, i hasta aquellos que mas ofendian a la naturaleza, eran pocos los daños que recibian los españoles. Como subyugados i sin fuerzas para sacudir de sus hombros el yugo que los oprimia, i al propio tiempo mantenidos en buen gobierno, nunca tomaban partido en los bandos que se levantaban para arrebatar el trono á la persona que en anteriores tumultos habia recibido del ejército i la plebe la dignidad real. Entre godos eran solo estas discordias i semejantes á las de dos fieras que despues de darse favor para conseguir una presa, i despues de conseguirla riñen furiosamente con propósito cada cual de hacerla suya.

      Desde que Ataulfo entró con poderosa hueste á sangre i fuego en la península hispánica reduciéndola prestamente i casi sin contradiccion á su obediencia (lo cual, segun congeturas mas ó menos verosimiles, acaeció en el año de 415, hasta que Recaredo I.º comenzó á reinar en el de 586, abrazando la religion católica i detestando el arrianismo) vivieron los judíos en paz i en incesante comercio con godos i españoles. Ni eran despreciados, ni oprimidos.

      Recaredo, despues de abjurar las doctrinas de Arrio i atraer gran número de los de su parcialidad al catolicismo, fué quien abrió la puerta á las persecuciones contra el pueblo hebreo. En el Concilio celebrado en Toledo el año de 589 se determinó que los judíos no ejerciesen públicos oficios: que no tuviesen mancebas cristianas, ni siervos cristianos: i que los hijos de estos, engendrados en cautividad, fuesen dados por libres, i llevados á la religion católica con el agua del bautismo.

      Mucho alaba S. Gregorio al rey Recaredo por no haberse dejado cegar de la codicia, cuando los judíos le ofrecieron una gran suma de dineros, con tal que derogase estas leyes: las cuales, segun dicen, fueron ordenadas con propósito de impedir que ellos sedujesen á la lei de Moisés á los hombres i mujeres que tenian en sus casas por esclavos.

      Yo no pongo duda en que entonces tratarian de ganar los ánimos de muchas personas para hacerlas entrar en su religion, daño que quisieron estorbar los padres del Concilio; pero tampoco la pongo en que tales providencias fueron contrarias á atajar el vuelo que iba tomando en España el judaismo. Ya en este tiempo eran los hebreos muchos en número y poderosos por sus riquezas, i así el verse oprimidos i ultrajados dió ocasion para que empezasen á turbar con inquietudes i desobediencias el reino. Cerrar quiso la puerta á tantos males el rei Sisebuto, varon á quien nos pintan grande en el ánimo, esforzado en la guerra, justiciero en la paz, compasivo siempre, i sobre todo gran celador de la religion cristiana, por lo cual, como tambien su mucha piedad no le permitiese tener vasallos no católicos, mandó desterrar de España á todos los judíos que no quisieron recibir el agua del bautismo. Huyeron muchos á Francia por no apartarse de su lei; pero los que, por conservar sus haciendas i domicilios, se quedaron, que fueron unos treinta mil, viéndose compelidos con tormentos i otros rigorosisimos castigos, i á mas, amenazados con la muerte, se bautizaron, quedando judíos en el corazon, aunque cristianos en el nombre, como despues lo dijeron los sucesos. Muchas i mui graves i justisimas censuras han caido sobre este rei, por tan atroces é inhumanos hechos. San Isidoro, varon nada devoto á las costumbres de los israelitas, disculpa el celo del rei, llamándolo bueno i encaminado á la razón i á la justicia; pero reprueba los medios de que se sirvió; pues dice que deberia haber entrado en los entendimientos de los judíos la verdad de la fe cristiana, no por la fuerza, el miedo i el poderio, sino por los halagos i por la enseñanza.

      La causa de haber perseguido tan obstinada i cruelmente á los hebreos el rei Sisebuto, segun aseguran buenos autores, fue una carta de Heraclio: emperador que habiéndose dado á la astrologia judiciaria i á querer por medio de artes supersticiosas entender todo lo por venir, llegó á hacerse gran agorero i amigo de pronósticos; i sabiendo por uno de estos que habia de ser destronado i violentamente muerto por gentes circuncidadas, imaginó estorbar su destronamiento i muerte con traer de fuerza ó de grado á la religion cristiana á todos los judíos que vivian en sus tierras; i no solo á estos sino á los demás que vivian derramados por el orbe; empresa para la cual incitó á todos los reyes sus amigos ó aliados.

      No hai cosa que se oponga á creer que esta fue la ocasion de las persecuciones de los judíos por Sisebuto en España, i luego por Dagoberto, rei de Francia en sus tierras i señoríos; pero antes de los tiempos del emperador Heraclio, i de sus agüeros i pronósticos, ya habia comenzado Recaredo á oprimir i vejar estas gentes; por donde juzgo que mas que por ajenas persuasiones, se rigió aquel monarca godo por una razon de estado para embarazar los males que ocasionaban al cristianismo la demasiada libertad con que vivian en sus reinos los hebreos.

      No pasó mucho tiempo sin que conociera Sisebuto el poco provecho que habian conseguido sus disposiciones. Vió que se aumentaban los daños que padecian sus dominios por constreñir a los judíos á cristianarse; i como bárbaro é ignorante, en vez de atribuirlos á error suyo en elegir los medios para atajarlos, determinó otras providencias si no iguales en crueldad, aun mas crueles que las anteriores. Esto por una parte: por otra, que las quejas de los judíos llegarian á sus oidos, como llegan las de todos los vasallos á los reyes. Por mui grandes que sean, debilitadas. I así resolvió con acuerdo de los obispos i magnates en las Córtes i Concilio de Toledo el año 633, que se obligase á los que habian recibido el agua del bautismo á observar la religion cristiana: que no pudiesen educar á sus hijos menores, sino que estos fuesen confiados á cristianos viejos; i últimamente que les estaba desde aquel momento vedado el tratar con todos los que aun no hubiesen venido á la fe, bajo la pena de esclavitud perpétua. Además conminaron los padres del Concilio con escomunion á cuantos fuesen en contrario; puesto que los judios ganaban los ánimos en su favor, no solo de los poderosos, sino de algunos obispos i sacerdotes, así por medio de las relaciones de amistad que su industria i comercio les facilitaban, como por sus riquezas: llaves con que en los tiempos mas calamitosos solian cerrar las puertas de sus desdichas. Satisfecho