Jonathan Lamb

La fe ante el peligro


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de guerra babilónica aplastó a Jerusalén, destruyendo su muralla y llevando el pueblo al exilio. Fue el momento más triste de la historia del pueblo de Dios.

      En su debido momento, Persia se convirtió en el poder dominante, y durante este período pequeños grupos de exiliados comenzaron a regresar a Jerusalén, primero bajo Zorobabel, luego bajo Esdras cuando el templo fue reconstruido (los libros de Esdras y de Nehemías son complementarios). Pero la ciudad aún estaba en ruinas.

      El capítulo 1 comienza con Nehemías, que se encuentra sirviendo en Susa, el palacio de invierno de los reyes persas, y debemos darnos cuenta de dos elementos importantes en la prioridad del llamado de Dios en la vida de este hombre.

      1. Una labor responsable

      Nehemías nació en el exilio, y como otros judíos antes que él (Daniel y sus tres amigos, o Mardoqueo y Ester), Nehemías fue promovido a un cargo de influencia, en su caso, como funcionario prominente en la corte del rey Artajerjes. Como él lo explica, “yo era copero del Rey” (1.11).

      Es imposible saber qué significa realmente esa responsabilidad. La mayoría piensa que incluía elegir y probar el vino del rey para verificar que no estuviere envenenado. Pero eso no era todo. Tenía acceso cercano al rey como protector y confidente. Jerjes, el padre de Artajerjes, fue asesinado en su habitación junto a uno de sus cortesanos, así que para que Nehemías tenga esa posición significa que debió de haber sido uno de los más altos funcionarios en Susa. Vale notar que la posición y entrenamiento de Nehemías en esa corte pagana era parte de la obra de Dios en su vida, y lo preparó para el desafío que le esperaba.

      Cuando escuchó la triste noticia de lo que ocurría en su ciudad (Jerusalén), Nehemías estaba en una posición ideal para actuar. No hubo un llamado dramático, una visión divina o un mensajero angelical. No era un sacerdote o profeta; era el funcionario de un rey pagano, a más de mil kilómetros de su hogar. Pero era un hombre en quien Dios podía confiar, cuyas prioridades estaban claras, y quien iba a ser un personaje central en el trabajo de reedificar el pueblo de Dios.

      Todo cristiano debe estar listo para aprovechar las oportunidades allí mismo donde Dios lo ha puesto, para vivir por Jesucristo en el ahora, y no solo en la esperanza de un futuro. Si te estás preguntando, ¿qué rayos estoy haciendo en este trabajo, en esta oficina, esta fábrica?, es importante aprender de Nehemías, que estaba dedicado a una labor responsable allí mismo donde Dios lo había colocado. Lejos de casa, en un tribunal pagano, como seguidor de Yahvé, a menudo pudo haber dicho: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Necesitamos vivir para el Señor Jesús y para los valores de su reino donde él nos haya colocado. Cada uno de nosotros está en una posición única para hacerlo.

¿Corremos el peligro de hacer una distinción marcada entre las áreas de trabajo sagradas y las seculares? ¿Qué sucede cuando esta división penetra el pensamiento cristiano?
¿Hay áreas de tu trabajo que te frustran? ¿Te es posible ver que estás en una posición única para servir a la causa de Cristo? ¿De cuáles maneras específicas podría tu presencia allí ser significativa para la causa del reino?

      2. Un corazón receptivo

      El segundo versículo del capítulo uno nos introduce a las noticias que Nehemías recibe de su ciudad cuando un grupo de judíos llega a Susa. Podemos darnos una idea de la preocupación de Nehemías porque no le es fácil obtener información:

      Entonces les pregunté por el resto de los judíos que se habían librado del destierro, y por Jerusalén.

      Ellos me respondieron: “Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas consumidas por el fuego”.

      Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo. (1.2–4)

      La noticia fue abrumadora y tuvo un profundo impacto emocional y espiritual en Nehemías. El mensaje era claro: la obra de Dios estaba paralizada y el pueblo de Dios estaba desmoralizado. Es muy probable que esto haya sido el resultado de la última orden del rey de cesar la reconstrucción: “Obligaron a los judíos a detener la obra” (Esd 4.23). Fue un golpe devastador para Nehemías, no solamente por la desgracia del pueblo de Dios, sino también por lo que representaba: Dios estaba siendo deshonrado. Jerusalén debía ser el “lugar donde he decidido habitar” (1.9); era la ciudad santa; era el lugar donde su presencia sería especialmente conocida. Ahora, en lugar de su distintivo testimonio de la gloria y el honor de Dios, en lugar de ser una luz para las naciones, se había convertido en “un hazmerreír internacional”, como lo explica un comentarista.

      Nehemías había tenido un trabajo estable en Susa, con considerable seguridad y prosperidad, pero no había perdido su pasión espiritual. Es muy fácil para nosotros perder nuestro lado espiritual, permanecer indiferentes al honor de Dios, pero no Nehemías. Tal era su preocupación por el nombre de Dios y el honor de Dios, que él lloró, ayunó y oró (1.4).

      Eso nos pasa a nosotros los cristianos: nuestras reacciones ante el espantoso deterioro espiritual y moral que vemos a nuestro alrededor se neutralizan gradualmente. Estamos viviendo en una cultura que ha rechazado a Dios, pero que incluso sugiere que no deberíamos pensar, y mucho menos llorar, por el mal en nuestros propios corazones o el mal en nuestra sociedad o la decadencia espiritual que vemos en la iglesia. Las iglesias evangélicas les dan poco lugar a las lágrimas.

      Fue interesante leer recientemente que un lector de noticias televisivas, Trevor McDonald, pasaba algunos minutos llorando en su vestidor luego de compartir las noticias nacionales. Cuando uno de los trabajadores del general Booth estaba luchando por ver alguna señal de éxito en su trabajo con el Ejército de Salvación, envió un telegrama a Booth pidiendo consejo. Recibió una respuesta, que contenía solo estas palabras: Prueba las lágrimas.

      Era ese tipo de corazón receptivo el que iba a ser una prioridad fundamental para el llamado de Dios a Nehemías, y es una prioridad fundamental en nuestro llamado también. Es un servicio responsable allí donde Dios nos ha colocado y un corazón receptivo a lo que Dios quiere hacer en la situación desesperada en la que nos encontramos.

¿Por qué hay tan poca pasión por el honor de Dios en nuestra sociedad?
¿Cómo nos sentimos con respecto al liberalismo de la iglesia, o las líneas de fractura entre la familia evangélica, o el desenfrenado pluralismo religioso en nuestro país? La mayoría de las personas son completamente indiferentes a la fe cristiana, o están comprometidos con religiones no cristianas de diversos tipos. ¿Cómo nos sentimos con el hecho de que las personas no están adorando a Jesús?

      Para mayor investigación

      Observen cómo se sintió Jeremías ante la situación de sus días, descrito en