había esperado que su relación se desarrollara a un ritmo más pausado. Había esperado permitir que los sentimientos maduraran más lentamente, que llegaran al punto en el que el compromiso sería posible en todos los aspectos y no solo en el plano sexual.
Contuvo una carcajada de desesperación. Lo había estropeado todo. No había tardado ni veinticuatro horas en meterse en la cama de Justice.
–Daisy… ¿Te encuentras bien?
–En realidad, no –respondió. Forzó una sonrisa y habló en tono de sorna–. Estoy algo confusa sobre una de las subcláusulas de tu tercera condición. Tal vez podrías explicármela con más detalle.
Él se echó a reír. Parecía más relajado de lo que ella lo había visto nunca.
–¿Cuál es la que no has comprendido? –preguntó mientras deslizaba las manos por la pierna de ella y entraba en territorio bendecido por la húmeda calidez femenina–. ¿Esta?
–Esa justamente –replicó ella. Le devolvió el favor acariciándole a él el miembro–. Y creo que esta es otra.
–Ah, bueno. Esa cláusula en particular te la puedo explicar con todo detalle…
Daisy sonrió a pesar de que sus sentimientos estaban más desbocados que nunca y se negaban a que ella los contuviera.
–Me gustaría… Me gustaría mucho…
Lo primero que Daisy hizo a la mañana siguiente fue prometerse firmemente que se tomaría su relación con Justice más lenta y más decorosamente. Que ocultaría sus sentimientos hasta que él hubiera tenido tiempo de asimilar o analizar algo que debería ser tan sencillo y evidente como el amor.
Por supuesto, aquella promesa duró hasta que él volvió a tomarla entre sus brazos la noche siguiente. Aquella vez, la llevó al dormitorio de ella. Una vez allí, los verdaderos sentimientos de Daisy se escaparon plenamente a su control mientras que los de Justice permanecían sumidos en las sombras. A lo largo de las noches posteriores que pasaron en la cama, Daisy siguió esperando que él terminara por rendirse a sus sentimientos en vez de ocultarse tras la racionalidad, la lógica y el oscuro recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo, él se marchaba de su cama cada mañana, para regresar a su dormitorio en el sótano antes de los primeros rayos del sol.
Mientras tanto, Daisy se ocupó de la limpieza. Contrató a un grupo para que limpiara la casa de arriba abajo. Como prometió, Justice le pidió a su tío que realizara un diagnóstico completo del disco duro del sistema informático de la casa, pero la treta no salió como esperaban. En cuanto se marcharon los de la limpieza, Pretorius se hizo sentir en los altavoces.
–Justice… ¡Justice! Alerta roja. Una de las unidades ha detectado algo extraño. Necesito contar a los presentes inmediatamente.
–Todo está bajo control, Pretorius –dijo Justice tratando de calmarlo–. Estoy en la cocina con Aggie, Daisy y Noelle.
–Pues falta una –le espetó Pretorius–. ¿O acaso no sabes contar?
–¿Le gustaría tomarse una taza de té? –le preguntó Aggie con dulce voz–. Parece muy disgustado.
–No, no quiero té –replicó Pretorius–. Quiero saber dónde está la otra. La problemática.
–No falto. Estoy aquí.
Pretorius se levantó de su silla y se dio la vuelta. Jett estaba frente a él. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración. Se tiró del cuello de la camiseta sintiendo un sudor frío por la espalda.
–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –le preguntó.
–Justice y tú sudáis mucho –comentó sencillamente Jett, de un modo tan natural que Pretorius sintió que el pánico remitía un poco.
–No has respondido a mi pregunta, muchachita. ¿Qué estás haciendo aquí?
–En primer lugar, no soy ninguna muchachita. He decidido venir a visitarte para verte. Dado que tú siempre nos estás observando, me parece lo justo.
–¿Te ha dicho Justice que no vinieras aquí? ¿Que no me gusta la gente de verdad y que deberías mantenerte alejada de mí?
–Sí, pero no me pareció que a mí se me considerara gente de verdad.
–¿Por qué no?
–Porque es lo que me dice todo el mundo. Que yo no soy gente de verdad.
–¿Sí? Pues te aseguro que sí lo eres. Yo lo sé muy bien. No puedo soportar a la gente de verdad y, dado que no te puedo soportar a ti, debes de ser de verdad.
Aquel comentario tan grosero no arredró a Jett. Simplemente asintió. Por alguna razón, el hecho de que ella aceptara tan estoicamente sus palabras molestó a Pretorius.
–Estaba pensando que, dado que te molesto mucho, podrías fingir que yo soy uno de los robots de Justice o algo así. También me suelen decir que soy un robot porque a veces parece que no tengo sentimientos.
–¿De verdad te dijeron eso?
–Sí, pero no me importa. Por eso, tal vez, si me consideraras así, como un robot, podría bajar algunas veces para ver cómo trabajas. Aprender de ti.
–Pues no puedes. No me gusta la gente. Me pone nervioso.
–Pues a mí no me parece que ahora estés nervioso. Tal vez si me dejaras bajar de vez en cuando, no te pondrías tan nervioso. Tal vez incluso yo podría llegar a caerte bien.
Pretorius se había pasado la vida observando a la gente, escuchando desde la distancia. No le interesaba. Abrió la boca para decir que se marchara, pero no pudo hacerlo. Sentía que aquella chica había sido rechazada en muchas ocasiones y no quería ser uno más. Además, por alguna razón, ella no le ponía tan nervioso como la mayoría de la gente.
–Está bien. Te puedes quedar un rato, pero en cuanto yo me ponga nervioso, te vas.
–Gracias, tío Pretorius –dijo la muchacha con una sonrisa–. Me sentaré aquí y no te molestaré en nada. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.
–¿Sentarte? Ni hablar. Si has bajado aquí, tienes que trabajar.
–¿De verdad?
–Sí –replicó Pretorius. Entonces, le lanzó la silla que tenía libre–. ¿A qué estás esperando? Ven aquí y enséñame lo que sabes hacer…
Jett se sentó a su lado inmediatamente.
–De acuerdo.
A la semana siguiente, llegaron los muebles que Daisy había elegido.
–Lo único que quiero hacer –le explicó a Justice cuando él le preguntó lo de las chapuzas– es crear un hogar para todos nosotros.
–Bien. Eso lo entiendo, pero ¿tiene que ser un proceso tan ruidoso, maldita sea?
Inmediatamente, un agudo pitido resonó desde los altavoces.
–¿Qué diablos es eso?
–Jett ha creado un programa experimental. Se trata de un programa para la modificación del comportamiento.
Justice tardó tan solo un par de segundos en comprender.
–¿Me estás diciendo que ha creado un programa que emite ese ruido cada vez que suelto un taco?
–Sí, bueno… –comentó Daisy encogiéndose ante la ira que reflejaba la voz de Justice–. Hablaré con ella.
–Pues claro que lo harás, maldita… ¡piii!. Quiero que ese programa deje de funcionar.
–¿Y los otros cambios? –se atrevió ella a preguntar señalando la enorme sala.
Habían hecho muchos progresos en los últimos días. El salón, al igual que el comedor, estaban empezando a asumir las