hice también con su hija…
Daisy se acercó a él.
–Te juro que no supe nunca cómo se enteraron de lo nuestro. No sabía que esa fuera la razón de que te hubieras marchado. Si lo hubiera sabido, te habría defendido. Se lo habría impedido. Les habría explicado lo ocurrido…
–Tú tenías quince años. No había nada que explicar. Lo que hicimos estuvo mal y yo pagué el precio. Ahora comprendo perfectamente la reacción de tus padres –dijo mirando a su propia hija.
Daisy no pudo responder. Se limitó a observarlo con una sombría expresión en el rostro.
–Ahora –dijo él tras unos segundos–, tengo que ir a hablar con Pretorius. Va a tener mucha dificultad para aceptar los cambios. Justice contempló a la pequeña muy fijamente.
–Ya anda, habla y tiene dientes. ¿Estás segura de que no es demasiado tarde?
Los ojos de Daisy se llenaron de lágrimas.
–No, Justice. No es demasiado tarde si tú no dejas que así sea.
Justice la miró y asintió.
–En ese caso, no lo permitiré.
Capítulo 7
Daisy no debía sorprenderse de que no pudiera dormir. Había sido un día muy largo y lleno de emociones. Había vuelto a ver a Justice después de lo que le había parecido una separación interminable. Y él había conocido por fin a su hija. Era aún demasiado pronto para determinar si Justice y la pequeña podrían vivir juntos, aunque esperaba que así fuera. De lo que no le quedaba ninguna duda era de que él haría todo lo que estuviera en su mano para ser un buen padre.
Kit, la gatita, acudió a su cama para acomodarse junto a ella. Daisy comenzó a acariciarle la cabeza, a lo que el animalito correspondió con un ronroneo. De repente, la gatita corrió hacia la puerta con las orejas erguidas. Daisy se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Sin pensárselo, la abrió y siguió a la gata escaleras abajo, tratando de hacer el menor ruido posible. Tenía los pies helados, pero no tenía frío gracias al camisón de algodón que le llegaba casi hasta el suelo.
No tardaron en llegar a la planta baja. Entonces, Kit desapareció en dirección a territorio prohibido.
¿Se aplicaba también la primera condición de Justice a la gata?
Se quedó unos instantes al pie de la escalera, sin saber si debía bajar detrás de la gata. Dudaba que el animalito sufriera daño alguno, pero… ¿quién sabía lo que Justice guardaba allá abajo?
Por fin, se rindió a lo inevitable sabiendo muy bien que si no bajaba no lograría dormir. Bajó la escalera y llegó a la planta inferior. Aunque sospechaba que aquella zona ocupaba la misma superficie que las plantas superiores, su distribución era muy diferente. Mucho más técnica. Las luces superiores estaban apagadas, pero había otras de bajo voltaje que iluminaban el suelo y reflejaban unas paredes blancas y un pasillo muy limpio, casi estéril. Se asomó hacia la derecha del pasillo y vio misteriosas habitaciones cerradas que se moría de ganas por explorar.
–¿Cómo sabía yo que ibas a infringir la condición número uno antes de que terminara el día?
Daisy se sobresaltó y miró hacia su izquierda.
–No he infringido ninguna condición.
Él se le acercó silenciosamente. La tenue luz le llenaba el rostro de sombras y le daba una apariencia imponente.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–He venido en misión de rescate. Mi gata ha bajado aquí y no sabía en qué líos podría meterse.
–¿Kit? Si no recuerdo mal, le pusiste Kit. Te la regalé la noche que hicimos…
Se interrumpió, pero Daisy sabía perfectamente lo que había estado a punto de decir. La noche que hicieron el amor.
–Me dijiste que la elegiste a ella porque las dos teníamos los ojos verdes y no hacíamos más que meternos en líos.
–No puede ser el mismo gato.
–Por supuesto que sí. ¿Acaso no la reconoces?
–Ni siquiera me había dado cuenta de que habías traído un gato. Supongo que yo centraba mi atención en otra parte.
–Por supuesto. No podías apartar la mirada de tu hija.
–Ni de ti.
Justice se le acercó. Gracias a que ella aún seguía subida en el escalón, sus rostros quedaban frente a frente.
–¿Y la has tenido todos estos años?
–¿Acaso creías que iba a echarla a la calle? La adoro.
–Pensé que tal vez tus padres se habrían librado de ella, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido.
–¿Quieres decir que porque te echaron a ti también iban a echar a un pobre gato?
–Algo por el estilo.
–Pues no fue así –replicó Daisy–. Lleva conmigo diez años y, si tengo suerte, estará conmigo otros diez. ¿Acaso no te has dado cuenta de que la utilizo en mis libros? Y, por si no te has percatado, tú eres Cat.
–¿La pantera? ¿Yo?
–En su momento, me pareció que te pegaba –comentó. Entonces, esbozó una tentadora sonrisa–. Bueno, ¿me vas a permitir que utilice a Kit como excusa para darme una vuelta por lo prohibido?
–Si satisfago tu curiosidad, ¿te mantendrás alejada de aquí en lo sucesivo?
–Lo intentaré.
Justice suspiró y extendió una mano.
–Vamos.
Daisy bajó el escalón. Notó que los azulejos eran aún más fríos que el suelo de madera. Contuvo un escalofrío porque no quería darle a Justice excusa alguna para que la mandara a su habitación.
–¿Qué hay por ahí? –preguntó señalando a la derecha.
–Esa es la parte de mi tío. Eso no se puede visitar sin su invitación expresa –le advirtió–. Hablo en serio, Daisy. Nada de excusas. ¿Comprendido?
–Te aseguro que no lo haría. A ti a lo mejor, pero a Pretorius no.
La sinceridad con la que ella había hablado pareció convencerle. Entonces, asintió y señaló a la izquierda.
–Por aquí tengo varios laboratorios, al igual que mis habitaciones privadas.
–¿Laboratorios, has dicho?
–Sí. Para medida e instrumentación. Para investigación y desarrollo. Un laboratorio de informática, uno de pruebas.
–Quiero ver el laboratorio de robótica.
–Está bien. Te enseñaré el que no es estéril.
–¿Tienes laboratorios estériles?
–Sí, pero tienes que desnudarte para que te pueda esterilizar antes de entrar.
Una mirada le aseguró que estaba bromeando.
–Pues no creo que esterilice muy bien –replicó ella–. Si lo hiciera, no tendrías una hija.
Justice colocó la mano sobre una placa que había en el exterior de una de las puertas y luego pidió que se le dejara entrar.
–Tal vez no tengamos que estar esterilizados –admitió él mientras el sistema de seguridad comprobaba sus huellas y su voz.
–Y tal vez tampoco tengamos que estar desnudos.
La puerta del laboratorio se abrió suavemente.
–No. En lo de ir desnudos insisto.