moviendo la cabeza y tratando de alisarse la chaqueta mientras unos guardias de seguridad se arremolinaban en torno a él y las enfermeras corrían a la habitación de la paciente.
–Felicidades –añadió–, ha conseguido lo que vino a buscar.
La mirada penetrante de esos ojos tan azules como un mar tormentoso se clavó en ella como si tratara de atravesarle el cráneo.
–Espero que se sienta satisfecha –agregó con expresión de desagrado y desprecio antes de girar la cabeza, como si no pudiera tolerar más mirar a ninguna de esas personas.
–¡Yo no lo sabía! –explicó ella–. No sabía nada de esto. Por favor, créame.
Él estuvo a punto de girarse, pero solo se encogió de hombros y regresó al dormitorio, cerrando a su espalda y dejándola arrodillada en el suelo del hospital, dominada por las náuseas producidas por la conmoción, el miedo y la más abyecta humillación.
Capítulo 1
Cinco meses después
La voz de su madre se oía con tanta claridad en el teléfono que tenía pegado al oído, que costaba creer que se hallara a cientos de kilómetros de distancia en el sótano de un histórico teatro londinense mientras ella avanzaba por un camino comarcal de la campiña de Paxos, en Grecia.
–Ya sabes cómo funciona esto –respondió a la pregunta de su madre–. Así, de repente. La agencia me ha enviado a Grecia, ya que soy la especialista oficial cuando se trata de escribir biografías para otros. He de reconocer que desde que bajé del hidroavión procedente de Corfú no he visto a ningún habitante local, con la excepción de unas cabras. Y también que hace mucho calor.
–Una isla griega en junio… no sabes cuánto te envidio –su madre suspiró–. Es una pena que tengas que trabajar, pero lo compensaremos cuando vuelvas. Eso me recuerda que esta mañana hablé con un joven actor muy agradable al que le encantaría conocerte, y no me quedó más alternativa que invitarlo a mi fiesta de compromiso. Estoy segura de que te gustará.
–Oh, no, mamá. Te adoro y sé que tienes buenas intenciones, pero basta de actores. En especial después del desastre con Adam. De hecho, hazme el favor de dejar de buscarme novio. Estoy bien –insistió, tratando de contener la ansiedad de su voz y cambiando de tema–. Tienes cosas mucho más importantes que arreglar que preocuparte por un novio para mí. ¿Has encontrado ya local para la fiesta? Espero algo deslumbrante.
–No me hables de eso. Los parientes de Patrick parecen aumentar por momentos. Creía que cuatro hijas y tres nietos eran más que suficientes, pero quiere que asista toda la tribu. Es tan anticuado para esas cosas… ¿Sabes que ni siquiera acepta acostarse conmigo hasta que tenga en el dedo el anillo de su abuela?
–¡Mamá!
–Ya lo sé, pero ¿qué puede hacer una chica? Es tan atractivo… y estoy loca por él. Bueno, he de irme, tengo que buscar capillas góticas. No te preocupes, te lo contaré todo cuando vuelvas.
Frenó ante el primer camino de acceso que había visto hasta el momento.
–Ah… creo que ya he llegado a la casa de mi cliente. Al fin. Deséame suerte.
–Lo haría si la necesitaras, lo que no es así. Llámame en cuanto regreses a Londres. Quiero saberlo todo sobre el misterioso cliente con el que vas a trabajar. No te preocupes por mí. Tú intenta disfrutar. Ciao, preciosa.
Colgó, dejándola sola en la silenciosa campiña.
Alzó la vista hacia las letras talladas en una placa de piedra, luego comprobó bien la dirección que había apuntado unas cinco horas antes mientras esperaba que su equipaje apareciera en el aeropuerto de Corfú.
Sí, había llegado a la Villa Ares. ¿Ares no era el dios griego de la guerra? Curioso nombre para una casa.
Volvió a arrancar el coche de alquiler y condujo despacio por un camino de grava que terminaba en curva alrededor de una larga casa blanca de una planta antes de detenerse.
Guardó el teléfono y permaneció quieta unos minutos para asimilar la asombrosa belleza de la villa. Por la ventanilla abierta inhaló hondo el aire caliente y seco, fragante con el aroma de los naranjos en flor que había al final del sendero. Los únicos sonidos eran el de los pájaros en los olivares y el suave movimiento del agua de la piscina.
No había ni rastro de vida. Y, desde luego, tampoco de la misteriosa celebridad que se suponía que debería haber enviado a un empleado a recogerla a la terminal del hidroavión.
–Bienvenida a Paxos –se dijo con una risita y bajó del coche al calor y el crujido de la grava bajo sus pies.
Nada más pronunciar esas palabras, un fino tacón de sus sandalias italianas preferidas resbaló en un adoquín y se le torció el tobillo, lo que la hizo trastabillar contra el metal caliente del coche.
Lo que, a su vez, dejó un rastro de varias semanas de suciedad y de brillante polen verde por todo el costado de su chaqueta italiana de seda y lino.
Con los dientes apretados, inspeccionó el daño a su ropa y el arañazo de su sandalia y maldijo para sus adentros con el extenso vocabulario de una chica criada en el mundo del espectáculo. La piel roja oscura había quedado arrancada a lo largo del tacón.
¡Más valía que ese proyecto fuera urgente!
Aunque fuera fascinante.
En los cinco años que llevaba trabajando como escritora fantasma, era la primera vez que la enviaban a un encargo propio de máximo secreto… de hecho, era tan secreto que el editor que había firmado el contrato había insistido en que todos los detalles de la identidad del misterioso autor debían quedar ocultos hasta que la escritora fantasma llegara al hogar de la celebridad. La agencia de talentos era conocida por su extrema discreción, pero eso era llevarlo un poco lejos.
¡Ni siquiera conocía el nombre de su cliente! O algo sobre el libro en el que trabajaría.
Alzó la vista hacia la imponente villa de piedra con un hormigueo de expectación. Le encantaban los misterios casi tanto como conocer a gente nueva y viajar a lugares desconocidos alrededor del mundo.
Y su mente no había dejado de bullir desde que había contestado a la llamada en Hong Kong.
¿Quién era esa misteriosa celebridad y por qué el extremado secreto?
Pensó en varios artistas pop recién salidos de rehabilitación, aparte de que siempre estaba la estrella de cine que acababa de fundar su propia organización benéfica para luchar contra el tráfico infantil… cualquier editorial querría esa historia.
Solo tenía segura una cosa: iba a ser algo especial.
Se quitó casi todo el polen de la chaqueta, irguió la espalda y cruzó el sendero de grava.
Mientras se acomodaba las gafas de sol sobre el puente de la nariz, pensó que ese tenía que ser el segundo mejor trabajo del mundo. Le pagaban por conocer a gente interesante con vidas fascinantes en lugares hermosos del mundo. Y lo mejor de todo era que ninguna celebridad sabía que empleaba el tiempo que dedicaba a viajar y a esperar en fríos estudios a trabajar en las historias que de verdad quería escribir.
Sus libros infantiles.
Unos cuantos encargos más como ese y al fin podría tomarse tiempo libre para escribir sin traba alguna. Esa sola idea le producía un estremecimiento. Estaba dispuesta a aguantarlo todo con tal de hacer realidad ese sueño.
Magia.
Poniéndose al hombro la correa del bolso rojo, que hacía juego con sus sandalias estropeadas, avanzó con cuidado por las piedras.
Mark Belmont se colocó boca arriba en la tumbona bajo el sol y parpadeó varias veces antes de bostezar y estirar los brazos por encima de la cabeza. No había sido su intención quedarse dormido, pero el