Summer Rayne Oakes

Cómo despertar el amor de una planta


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      A las plantas: mis maestras, compañeras y compatriotas, pues me han enseñado mucho a lo largo de los años

      y

      A los fanáticos de las plantas que alguna vez se han enamorado de ellas: sigan adelante y cubran de verde su hogar y su planeta.

      UNA CARTA DE SIMON SINEK

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      La visión es clara: construir un mundo donde la gran mayoría de la gente se levante cada mañana sintiéndose inspirada, segura en el trabajo y regrese a casa satisfecha al final del día. Estoy convencido de que la mejor manera de construir el mundo que imagino es a través de líderes. Buenos y grandes líderes. Por ello, he dedicado mi vida profesional a encontrar, formar y apoyar a líderes comprometidos con esa visión.

      Por desgracia, la práctica del liderazgo es sumamente incomprendida. No está relacionada con el cargo que ocupe alguien ni con la autoridad. Esas cosas pueden acompañar un puesto de liderazgo —y podrían ayudar a un líder a operar con mayor eficiencia y a mayor escala—, pero no convierten a una persona en líder. El liderazgo no se trata de ser quien manda, sino de cuidar a quienes están a nuestro cargo. Es una labor distintivamente humana. Parte de lo que se requiere para promover un buen liderazgo es compartir las lecciones, herramientas e ideas que nos ayudan a convertirnos en los líderes que desearíamos tener. Cómo despertar el amor de una planta es una de esas ideas.

      Me enamoré de este concepto porque, en el fondo, Cómo despertar el amor de una planta es una metáfora de cómo vemos, y tratamos, a la gente. Es un recordatorio directo pero sutil de que debemos considerar la importancia de nuestro entorno. Piensa en cómo tratamos a las plantas que tenemos en casa: encontramos una que nos gusta, la colocamos en la habitación que deseamos, donde creemos que luce mejor y luego esperamos a que florezca. Por desgracia, esa estrategia únicamente aumenta la probabilidad de que esa planta sufra o muera. Primero debemos entender a la planta a fin de crear las condiciones adecuadas para que florezca. Lo mismo ocurre con la gente.

      Con mucha frecuencia encontramos a alguien que cuenta con la experiencia necesaria para realizar un trabajo que requerimos. Lo ubicamos en una posición laboral en un espacio determinado y esperamos a que florezca. Desafortunadamente, una estrategia de este tipo aumenta la probabilidad de que a esta persona se le dificulte desempeñarse bien o realizar su trabajo a su máxima capacidad. Pero existe una solución.

      Para algunos, Cómo despertar el amor de una planta es un libro sobre cómo cuidamos y tratamos a nuestras plantas. Sin embargo, si adoptamos las filosofías subyacentes, encontraremos valiosas lecciones de vida que nos enseñarán cómo cuidar y tratar mejor a las personas, comenzando por nosotros mismos. Summer Rayne nos lleva en un viaje para mostrarnos cómo el ambiente que creamos tiene un impacto en nuestra vida y en la de quienes nos rodean. Si aprendemos a preguntarnos lo que una planta necesita de nosotros y no lo que nosotros requerimos de ella, entonces haremos lo mismo con las personas. Este cambio de mentalidad es justo de lo que se trata el liderazgo de servicio. Y en cuanto aprendamos a hacerlo, este cambio infundirá vida a nuestros espacios, comunidades y existencia.

      ¡Sigan cultivando e inspirando!

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      PREFACIO POR WADE DAVIS

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      Este libro es una historia de amor que nos invita a adoptar las maravillas del reino botánico —todas las gloriosas especies de orquídeas y begonias, aráceas y fucsias, los delicados helechos y las fantásticas bromelias que florecen en la naturaleza y que pueden aparecer en nuestros hogares y vidas con tanta facilidad. Al compartir la forma en que las plantas transformaron su vida, Summer Rayne Oakes ofrece una guía práctica que te permitirá descubrir, al igual que ella, una relación que es a la vez gratificante y reveladora.

      A medida que Summer Rayne narra su encantadora travesía —que la condujo de ser una excéntrica activista ambiental y modelo internacional que trabaja y vive en su departamento urbano a convertirse en una gurú de la horticultura inspirada por las plantas—, nos confronta con una paradoja fundamental: todos amamos la naturaleza. Las plantas representan 80 por ciento de la biomasa del planeta y, sin embargo, la mayoría de nosotros sabe relativamente poco sobre botánica. Podemos conocer cientos de nombres populares, pero somos incapaces de nombrar una sola especie de plantas florales.

      Las plantas son la base de toda existencia sensible. El milagro de la fotosíntesis permite a las hojas de color verde aprovechar la energía del sol para producir alimento y liberar oxígeno a la atmósfera, sin la cual ninguno de nosotros podría vivir. Se alienta a los niños de todas las naciones a recitar eslóganes patrióticos, versos, plegarias y cancioncillas populares; no obstante, ni a uno en un millón se le pide comprometerse con la fórmula de la vida: el ciclo metabólico mediante la cual el dióxido de carbono y el agua, estimulados por los fotones de luz, se transforman en carbohidratos y oxígeno.

      Con esto no pretendo emitir un juicio, ya que yo también fui educado sin conciencia del profundo significado que tienen las plantas. Al igual que Summer Rayne, crecí con un gran aprecio por la naturaleza y pasé muchas horas explorando los bosques y las montañas de mi hogar. Sin embargo, aunque con el tiempo haría un doctorado en biología con especialidad en etnobotánica, no fue sino hasta mi tercer año en la universidad que tomé una clase de botánica. Durante mi juventud, y sobre todo en mis años de preparatoria, asociaba la biología académica con el formaldehído, ratas en formol y técnicos con batas blancas en laboratorios escolares que olían a químicos. Sólo con el tiempo descubriría que mientras algunos profesores de biología pueden resultar aburridos, las plantas nunca lo son, y el estudio de la botánica es en realidad una ventana que se abre de par en par para revelar la esencia sagrada de la vida.

      A los veinte años viví la abrumadora grandeza de la selva tropical del Amazonas por primera vez. Es algo sutil. Se avistan pocas flores y prácticamente ninguna cascada ni orquídea, sólo cientos de tonos verduzcos; una infinitud de figuras, formas y texturas. Sentarse en silencio implica escuchar el zumbido constante de la actividad biológica —la evolución, por así decirlo, trabajando a toda marcha. Desde el borde de los senderos las enredaderas azotan la base de los árboles y las heliconias y calateas dan lugar a las aráceas de hojas anchas que se trepan por las sombras. Por lo alto, las lianas cuelgan de inmensos árboles uniendo el tapiz del bosque en un solo tejido vivo.

      En un inicio, dado que sabía muy poco sobre plantas, la selva tropical me pareció una maraña de formas, figuras y colores sin significado ni profundidad: hermosa en su conjunto pero, en última instancia, incomprensible y exótica. No obstante, bajo una lente botánica, los componentes del mosaico de pronto tenían nombre, los nombres sugerían relaciones y las relaciones adquirían significado. Esto, para mí, fue la gran revelación de la botánica.

      Mi compañero en este viaje fue el difunto Timothy Plowman, el protegido del legendario explorador de plantas del Amazonas, Richard Evans Schultes. A mediados de la década de 1970, en una travesía inspirada por nuestro gran profesor (hecha posible por su generosidad e inspirada en todo momento por su espíritu), Tim y yo viajamos a lo largo de Sudamérica, atravesando los Andes para llegar a los bosques nublados y drenajes remotos que desembocaban en el Amazonas. Tim fue un mentor iluminado, amigo entrañable y botánico brillante —uno de los pocos capaces de reestructurar las clasificaciones taxonómicas con tan sólo sostener una flor a la luz.

      Incluso mientras Tim y yo nos abríamos camino hacia el sur, recolectando diversos especímenes de herbario y grandes cantidades de material vivo destinados a los jardines botánicos del mundo, apareció un libro que causó revuelo,