Adrian Andrade

Cazadores de la pasión


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como él solía respetar, por tanto era una rotunda decepción estar dando siempre la otra mejilla sin recibir un milagro a cambio.

      Tanto silencio, exceso de remordimientos y un corazón quebrado fue todo lo que recibió por haberse tragado los resentimientos. Era demasiada carga para un niño inocente, pero si alguien podía hacerlo era él mismo, aunque no lo creyera.

      —¡Ya no quiero ir a la escuela! —concluyó en sollozos.

      —Alex ya hablamos de eso.

      —¡Se burlan de cómo habló y me dicen de cosas!

      —Te hacen eso porque eres muy noble —le explicó Sarah acariciándole su cabello lacio—. Vamos, no les hagas caso, ignóralos y verás cómo te dejarán de molestar.

      —He tratado pero no funciona,

      —Ten fe cariño, confía en Dios, todo estará bien.

      Alex agarró un poco de aire y trató de expresar su inquietud con claridad.

      —¡Por favor llévenme a Jerusalén!

      Sarah río ante la mención del viaje que tendría con José debido a una petición personal de la organización adventista que consistía en guiar a un grupo exclusivo de hermanos por la Tierra Santa para consecutivamente, embarcarse en un acto misionero por los rincones sombríos de África.

      —Mañana iré a hablar con la maestra y directora ¿te parece?

      — ¡No me dejes! —Volvió a retomar el llanto— ¡Llévame, me portaré bien!

      —Cariño, Jerusalén no es un lugar para un niño, además sólo estaremos unos días, porque tu padre y yo iremos a predicar la palabra de Dios en algunas aldeas desoladas de África.

      —¡Pero yo quiero ir!

      —Es peligroso.

      —¡Te prometo que haré lo que me digas! ¡No me dejes!

      —Cariño.

      —¡De verdad quiero ir a la Tierra Santa! ¡De verdad quiero estar cerca de Dios!

      —No necesitas volar miles de kilómetros para estar cerca de él.

      —¡Por favor!

      Sarah trató de ser frívola ante ese gesto de auxilio, pero su lado maternal al final de cuenta le ganó.

      —Está bien, hablaré con tu padre.

      Inmerso de emoción, Alex la abrazó.

      —Dije que hablaré —advirtió—, así que no te me alborotes todavía.

      —Está bien.

      Alex trató de calmarse pero dijera lo que dijera o por más que se justificara con veremos, Alex sabía que cuando su madre decía que hablaría con su padre, significaba que era un hecho que iría a Jerusalén, por tanto había ganado la batalla aunque desafortunadamente estaba tan lejos de ganar la guerra.

      En el sentido que si definitivamente esta distracción era grandiosa para olvidar su tormentosa niñez, pero nada era eterno y por ende, al regreso tendría que volver a enfrentar los mismos problemas sociales seguidos de las mismas decepciones ante la carencia de buenos resultados.

      No tenía fuerza alguna para luchar por sí mismo, demasiado inseguro con su voz como para expresar sus inconformidades. Era demasiado fácil hacerlo llorar, cualquiera lo podía hacer, sólo era cuestión de concentrarse duramente en su mirada y con las palabras más crueles, bastaba para quebrarlo.

      Alex hacía lo posible por ignorarlos hasta eventualmente sacarlos de su propio mundo. Cuando este sistema defensivo fallaba, simplemente huía a la biblioteca, esta vez habría una excepción, huiría a Jerusalén.

      —¿Que lees ahora?

      Alex le enseñó a su padre el mapa donde venían ilustrados los sitios sagrados.

      —Ya veo.

      José se sentó en la cama para platicar sobre su día, como solía acostumbrar antes de mandarlo a dormir.

      —No dejes que te molesten Alex, no vale la pena.

      Alex agachó la mirada.

      —Sólo trato de caerles bien, sólo quiero tener un amigo.

      —Mírame Alex, por favor.

      Alex alzó la mirada conectando con la frente gruesa de su padre.

      —Un amigo te va a aceptar por lo que eres y no por lo que quiere que seas, sé que estás en una etapa difícil. No te preocupes, todo pasara y si te mantienes fiel a tu persona y principios como Dios manda, cuando menos lo esperes, tendrás a un amigo.

      —¿En serio?

      —Acaso ya olvidaste el Salmos 65:5.

      —¿No?

      —Haber repítemelo.

      —Con tremendas cosas nos respon… —expresó con timidez.

      —En voz alta y seguro para que también lo escuches—exigió.

      —Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, oh Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los términos de la tierra y de los más remotos confines del mar.

      —¿Crees en esta promesa del señor?

      —Sí.

      —Entonces, no tienes por qué preocuparte.

      —¿Pero cuándo?

      —A su debido tiempo Alex —se levantó de la cama—. Todo a su debido tiempo. Ahora guarda ese mapa y duérmete que mañana nos espera un largo día. Espero hayas preparado tu maleta.

      —¡Uh desde cuando!

      —¡Ese es mi hijo! —José le besó la frente y apagó la lámpara—. Dios te bendiga.

      —Igualmente —se cubrió con la sábana mientras la puerta de su cuarto se cerraba.

      LA HUIDA

      En pleno ambiente de serenidad, Alex fue despertado intensamente en la oscuridad.

      —¡Despierta Alex! ¡Nos vamos!

      Sarah empacaba sólo lo necesario para salir corriendo.

      —¡Qué está pasando!

      —¡No preguntes! ¡Sólo levántate!

      Aún medio dormido hizo caso a las indicaciones de su madre y la siguió hacia el aeropuerto donde tras un interrogatorio tedioso los dejaron abordar el avión. Sarah trataba de ocultar su tensión para no convertirse en el centro de atención de los agentes aduanales.

      En cuanto el avión despegó, la tranquilidad regresó a sus asientos, sin embargo, Alex no podía contener su preocupación ante lo imprevisto.

      —¿Y mi padre?

      —No te preocupes, él nos verá en Zimbabwe.

      —¿África?

      —Así es —disimuló una sonrisa para aplacar sus nervios.

      —¿Por qué no vino con nosotros?

      —Te explicaré al rato, ok tesoro, ahora vuelve a dormir que el vuelo será un poco largo e incómodo —pronunció ante la desatada turbulencia— ¡Ay! ¡Que Dios nos agarre confesados!

      Alex trató de dormir pero le era imposible creerle a los gestos amistosos de su madre. Sabía que algo había sucedido y ese algo radicaba dentro de la mochila que su madre había optado por llevársela consigo en lugar de mandarla con el resto del equipaje.

      Sin darse cuenta, volvió a caer en la penumbra del sueño siendo otra vez despertado abruptamente pero ahora a causa de una estruendosa explosión en el alá izquierda del avión. Alex comenzó a gritar del susto.

      —¡Cierra los ojos Alex y confía en