Valerie Parv

Alguien espera


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tradiciones para el futuro. Aunque no compartía con él su amor por el pasado, sí había heredado la idea de que había que esforzarse para conseguir lo que uno quería. Todo lo que merecía la pena tenía un precio.

      El precio que ella debía pagar por aquel engaño le quedó claro cuando llegó a la limusina. Un chófer uniformado le abrió la puerta y el príncipe Michel salió del asiento trasero.

      –Bienvenida a Carramer, Eleanor –le dijo tendiéndole la mano.

      Cuando sus manos se rozaron, Caroline sintió un escalofrío. La fotografía que había enviado le hacía justicia. Aquel niño con el que ella solía jugar en el palacio de Solano era un hombre hecho y derecho. Tenía un toque travieso en los ojos y un mechón de pelo sobre la frente. Con los años, el pelo se le había oscurecido y tenía las sienes prematuramente plateadas, lo que lo hacía muy interesante.

      Medía alrededor de un metro ochenta y tenía un cuerpo musculoso. Llevaba unos pantalones impecables y una camisa blanca, con un cinturón de cocodrilo.

      Caroline sintió enrojecer y se obligó a mirarle a la cara. Tenía los rasgos de la dinastía Marigny, además de una mandíbula prominente, que a ella le recordó que de niño era un testarudo. No parecía haber cambiado en ese aspecto.

      –Hola, Michel. Cuánto tiempo –contestó haciendo un esfuerzo.

      –Demasiado –dijo el Príncipe poniéndole las manos sobre los hombros y dándole un beso en la mejilla. No había sido un beso romántico en el estricto sentido de la palabra, pero se sintió mareada y no era por el calor. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el decoro y no echarle los brazos al cuello.

      Cuando se volvieron a mirar, vio que él también parecía mareado, como si el beso le hubiera afectado demasiado. Por un momento, temió que él se hubiera dado cuenta de todo, pero desterró aquel pensamiento. Seguramente solo sería la sorpresa de encontrarse con que la niña que él recordaba se había convertido en una mujer. A ella le debía de estar pasando lo mismo porque sentía un calor interno inexplicable y se le había acelerado el pulso.

      –Me alegro de volver a verte –dijo él con voz profunda.

      Caroline sintió un escalofrío por la espalda. Él se refería a Eleanor. Sabía que no iba a ser fácil, pero no se había imaginado que resurgiría con tanta fuerza el amor que sentía por Michel de pequeña. Debería sentirse agradecida de que no se diera cuenta de que era, en realidad, su gemela, pero se sentía molesta.

      En el poco tiempo del que habían dispuesto tras recibir la carta, Eleanor le había enseñado a andar, a hablar y a comportarse como ella, pero ella era y sentía como Caroline Temple y una parte de ella deseó que aquella bienvenida del Príncipe fuera para ella. «En sueños», pensó, sabiendo que eso solo ocurría en el mundo de la fantasía.

      Michel la ayudó a subir al coche mientras ella pensaba que debería tener cuidado para no confundir la realidad con la fantasía.

      El coche se puso en marcha. El ruido de las motos de la escolta le dio la oportunidad de poner un poco de distancia entre ellos. Lo agradeció. No era solo el físico de Michel lo que le imponía sino también su actitud protectora. No estaba acostumbrada a sentirse frágil. Las dos hermanas se habían cuidado solas porque August Temple estaba entregado a la antropología. Semejante aura de protección le resultaba extraña.

      Tal vez por eso ella se sentía más cómoda con hombres en los que no se podía confiar, como Ralph Davenport. Ella había creído estar enamorada de él hasta que, a la primera de cambio, la había engañado con otra. Le creyó cuando le dijo que apreciaba lo que tenía, pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que aquel hombre necesitaba más de una mujer en su vida. Y, de repente, él, un hombre que había esperado más de quince años a una mujer. Aquello tenía a Caroline anonadada.

      Teniendo a Michel al lado era difícil siquiera recordar la cara de Ralph. Aquel hombre le había hecho mucho daño, pero habían bastado unos pocos minutos con el Príncipe para que no existiera ningún otro hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?

      –¿Qué tal el vuelo? –preguntó Michel devolviéndola a la realidad.

      –Muy bien. Mi bautismo en primera clase ha sido todo un éxito –contestó sin pensar.

      –Creí que estarías acostumbrada por tu trabajo.

      –Todavía no soy una top model –dijo recordando que se suponía que era una famosa modelo. Se rio e intentó recordar si Eleanor había volado alguna vez en primera. Creía que no.

      –No creo que tardes mucho en convertirte en una de ellas, a decir por la foto de la portada de World Style.

      –Veo que me has estado siguiendo la pista –dijo Caroline molesta.

      –¿Te sorprende?

      Caroline se había preguntado cómo saldría el tema.

      –¿Te refieres a que lo has hecho porque estamos prometidos? Michel, tenemos que hablar de eso.

      –Prefiero que nos volvamos a conocer antes de hablar de nuestro desposorio –dijo Michel.

      Sus esperanzas de arreglar aquello cuanto antes y volver a Estados Unidos se desvanecieron, pero una parte de ella se reafirmó en su decisión. Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades de que descubriera el engaño. Aquello no impidió que se sintiera feliz por poder pasar más tiempo a su lado.

      –¿Qué tal está tu hermana?

      –Muy bien. Tiene un negocio de diseño floral y se dedica a hacer arreglos para bodas y eventos sociales.

      –Veo que ella también ha triunfado profesionalmente –asintió como si ya lo supiera.

      –A ella le encanta lo que hace y sus clientes dicen que se nota.

      –A Caroline siempre le encantaron las flores.

      –¿Recuerdas cuando se dedicaba a agarrar flores de los jardines del palacio para hacer ramos y guirnaldas? –preguntó diciéndose a sí misma que aquella nota de nostalgia que le había parecido discernir en su voz no era más que su imaginación.

      –Sí, descalza y llena de flores. Era como una ninfa de los bosques. Seguro que le va muy bien.

      –En casi todo, sí –contestó Caroline con sinceridad.

      –¿Solo en casi todo? –preguntó el príncipe acercándose a ella.

      –En el amor, no ha tenido tanta suerte –contestó Caroline viendo que aquello le interesaba–. Hace poco, un hombre la decepcionó profundamente.

      –¿Cómo?

      –Lo encontró con otra mujer.

      –Pobre Caroline. ¿Lo pasó muy mal?

      –Sí, pero yo… yo le dije que no merecía la pena –contestó Caroline pensando que era mejor cambiar de tema. Le gustaba que hubiera preguntado por ella, pero seguro que solo había sido por educación.

      Bajó la ventana para dejar entrar el aire. Reconoció el paisaje. No quedaba mucho para llegar al palacio de Michel. Agradeció que las cartas de Adrienne, la hermana de Michel, la hubieran mantenido al tanto de todo.

      El olor del jengibre y las orquídeas salvajes le trajeron recuerdos de cuando eran niños.

      –Nunca pensé que cuando volviera a la Isla de los Ángeles, tú serías gobernador de la provincia.

      –Sí, también de Nuee. Me encargo de la administración de las dos. ¿Qué creías que haría? –preguntó divertido.

      –Supongo que te imaginaba buceando por los arrecifes de coral, buscando nuevas especies marinas o intentando comunicarte con los delfines –contestó pensando en que aquello era lo que le gustaba cuando era niño.

      –Sigo haciendo todo eso, pero la biología marina es solo una actividad de ocio. Como mi hermano Lorne se empeña en recordarme, como miembro de la familia real, tengo mis obligaciones –rio.