Sarah Morgan

Tres flores de invierno


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que no me iría de esta empresa. Tiene en cuenta eso.

      ¿«Hacer malabares» era la expresión correcta? Beth sabía que, si ella trabajaba también, tendrían que hacer más malabarismo que un artista de circo.

      —Será un gran cambio para nuestra familia, pero sé que podemos hacer que funcione. Estoy ilusionada.

      —Yo también. Te quiero, preciosa.

      —Yo también te quiero —los ojos de ella se llenaron de lágrimas. ¡Qué suerte tenía de estar casada con él!—. ¿Crees que las niñas lo aceptarán bien? Me siento culpable —estaba desesperada por oír que no era una mala madre—. Me preocupa que piensen que no son bastante para mí.

      —A las niñas les vendrá genial. Tendrán que compartirte un poco más —él tomó la copa de vino y se encogió de hombros—. Importa la calidad, no la cantidad, ¿no?

      Beth se movió en su asiento.

      ¿Las niñas tenían calidad?

      Había días en los que le parecía que lo máximo que conseguía era que no se descontrolara todo, pero en ese momento estaba demasiado eufórica para embarcarse en una sesión de autoflagelación maternal.

      Jason se levantó y recogió los platos. Ella lo siguió a la cocina y tomó el postre.

      ¿Sería demasiado tarde para llamar a Kelly esa noche?

      —Tengo que organizar una hora para ir a verlos. ¿Hay un día de esta semana en el que puedas trabajar desde casa?

      Él amontonó los platos en la encimera, al lado del lavavajillas.

      —¿Ir a ver a quién?

      —Al equipo —Beth llevó el postre a la mesa.

      En lugar de la tarta calórica que había planeado hacer para Hannah, había asado ciruelas con ron y azúcar marrón. Normalmente tenía cuidado con los postres, pero había conseguido convencerse de que aquello era fruta.

      —¿Quieres ver a alguien antes de quedarte embarazada? —Jason volvió a sentarse—. ¿Eso es normal?

      Beth lo miró fijamente.

      —¿Qué?

      Jason sirvió ciruelas en los cuencos blancos que les había regalado su madre la Navidad anterior.

      —Supongo que no viene mal que te revise un médico. Pareces bastante cansada. Quizá tengas algo de anemia. Pero, si vas a ver a alguien, quiero acompañarte. Quiero estar a tu lado —empujó uno de los cuencos hacia ella—. ¿No vas a comer tú? ¿O has dejado ya el alcohol?

      Beth tenía la sensación de que se hubiera precipitado al vacío. Su estómago caía en picado y le daba vueltas la cabeza.

      —¿Embarazada? ¿De qué estás hablando tú?

      Jason se quedó inmóvil, con la cuchara suspendida en el aire.

      —De tener otro hijo. ¿De qué hablabas tú?

      —De trabajar —repuso ella.

      Tenía la garganta seca. La situación podría haber sido cómica, pero nunca había tenido menos ganas de reír. ¿Otro bebé? Solo de pensarlo sentía pánico.

      Hubo un silencio largo y pesado.

      —¿Trabajar? —preguntó él.

      Beth se sentó en el borde de la silla.

      —Sí. De eso quería hablarte. De hecho, pensaba que estábamos hablando de eso.

      La cuchara cayó sobre el plato con las ciruelas y salpicó ron y zumo. Ninguno de los dos se dio cuenta.

      —Creía que estábamos hablando de aumentar la familia. De tener más hijos.

      —Jason, lo último que quiero en la vida son más niños. ¿Cómo has podido pensar que sería una buena idea? —Beth estaba casi hiperventilando, y Jason parecía tan atónito como se sentía ella, aunque seguramente por distintas razones.

      —Pero adoramos a las niñas —dijo. Parecía desconcertado.

      —Pues claro que sí. No digo que no quiera a las niñas. Digo que no puedo con más.

      —No te subestimes. Tú eres increíble. Mira esto —él señaló la mesa y la cocina—. Has estado todo el día con ellas y has conseguido también preparar esto. Eres una superestrella.

      —Déjame cambiar la frase, Jason. No quiero tener más bebés. Quiero volver a trabajar. Quiero tener algo más en la vida que el trajín doméstico.

      Él la miró con expresión dolida.

      —No sabía que las niñas y yo entrábamos en la categoría de «trajín doméstico».

      Beth no sabía cómo se había estropeado aquella conversación tan deprisa.

      Era como ver deshacerse un carrete de hilo, sabiendo que no se podía hacer nada por pararlo.

      —Es duro estar en casa con las niñas todo el tiempo, Jason.

      —Sé que trabajas mucho —él tenía la mandíbula apretada. Rígida. Como hacía siempre que tenían conversaciones difíciles—. Los dos trabajamos duro.

      —Esto no es una competición. No se trata de ver quién trabaja más. La diferencia es que tú haces lo que te gusta mientras que yo estoy perdiendo todas las facultades que tenía.

      Él se levantó con tanta brusquedad, que la silla cayó al suelo.

      Beth se incorporó al instante.

      —Vas a despertar a las niñas y llevará siglos volver a calmarlas.

      —Y eso sería muy malo, ¿verdad? —dijo él—. ¿Porque ya te has cansado bastante de ellas por hoy?

      La injusticia de sus palabras molestó a Beth. Sabía que no conseguía explicar bien lo que sentía, pero también sabía que él no la escuchaba. Pensaba en sus sentimientos, no en los de ella.

      —Quiero a las niñas y lo sabes —dijo.

      —Hablamos de tener tres niños. Quizá incluso cuatro —replicó él.

      —Eso fue antes de que tuviéramos ninguno. Entonces no sabía cuánta parte de mí se tragarían.

      —¿Se tragarían? Hablas como si fueran monstruos.

      —¡No! —¿cómo podía hacérselo entender? Aunque cambiara las frases, él no parecía oírla. O quizá no quería oírla. No quería que su mundo cambiara—. Me encanta estar con ellas, pero he estado con ellas todos los días de los últimos siete años y ahora estoy lista para algo más. No puedo ser solo un apéndice de todos los demás de esta familia.

      Jason levantó la silla y volvió a sentarse.

      —Dijiste que era eso lo que querías.

      —Cuando me quedé embarazada la primera vez sí —Beth pensó en los primeros pasos de Melly y en la primera vez que Ruby le había sonreído—. No me lo habría perdido por nada en el mundo. Sé que tengo suerte de haber podido quedarme en casa los primeros años, pero las cosas cambian.

      —La familia siempre ha sido tu prioridad —él se frotó la frente con los dedos—. ¡Eras tan pequeña cuando perdiste a tus padres!

      —No quiero hablar de eso.

      —Lo sé. Nadie de tu familia habla de ello, pero es relevante, Beth.

      —Lo que ocurrió hace veinticinco años no tiene ninguna relevancia en mi vida actual —contestó ella.

      Intentó no pensar en el mensaje que había borrado en su teléfono. ¿Habría tenido Hannah la misma llamada? Podría habérselo preguntado, pero no era capaz de abordar ese tema con su hermana. Ni Hannah si Suzanne querían hablar del accidente y eso era algo que ella entendía.

      Había