Cecilia González

Narcosur


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a seis cuadras del cruce de Periférico y Paseo de la Reforma.

      La investigación había comenzado el segundo día del gobierno de Felipe Calderón, el 2 de diciembre de 2006, con el decomiso de casi 20 kilos de seudoefedrina en el puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán. El cargamento provenía de Asia y había sido comprado por un misterioso empresario farmacéutico.

      Tres meses y trece días después de ese operativo, decenas de agentes subieron los tres pequeños escalones de entrada de la residencia de Las Lomas, abrieron la reja negra de hierro que se coronaba en un arco colonial y atravesaron el jardín hasta ingresar en la blanca mansión de dos pisos. Revisaron los 1500 metros cuadrados de la propiedad. En los cuartos, apretujados en espacios cerrados, encontraron el dinero, dos armas de fuego largas y cinco cortas, máquinas para la fabricación de tabletas y joyas. Detuvieron a siete personas e incautaron ocho vehículos de lujo.

      En Toluca, a las afueras del DF, se revisó la sede de Unimed Pharm Chem, una sociedad anónima que, según el gobierno mexicano, importaba desde la India, y de manera ilegal, acetato de seudoefedrina para elaborar el clorhidrato necesario en la fabricación de metanfetaminas. El otro cateo se realizó en las oficinas de la misma compañía ubicadas a unos pasos de la Secretaría de Gobernación.

      Ahí, los policías se enteraron de que la empresa y la casa de Las Lomas eran propiedad de un desconocido empresario chino llamado Zhenli Ye Gon.

      El 15 de julio de 1995, un solitario ciudadano chino llegó a México, sin un peso ni un yuan en la bolsa, para casarse con una novia mexicana a la que apenas si conocía por foto.

      A sus 32 años, el hijo de Yulin Ye y Guiyu Gon tomó su pasaporte número 2621870, expedido por la República Popular China, y se lanzó a la aventura de viajar desde su Shangai natal hasta el lejano Distrito Federal. Había arreglado a la distancia una boda con Tomoiyi Marx Yu, una ciudadana mexicana cuya familia manejaba el restaurante Hong Kong en la calle de Dolores, corazón del Barrio Chino de la Ciudad de México.

      La novia leal lo ayudó a radicarse. La pareja se casó el 14 de agosto de 1995, un mes después de la llegada del prometido, y para fines de ese año, el gobierno le otorgó a Zhenli Ye Gon, nacido el 31 de enero de 1963, la categoría migratoria que lo reconocía como “no inmigrante visitante con actividades lucrativas”. El hombre, de complexión física mediana, tez morena clara, pelo negro, frente amplia, cejas pobladas, ojos marrones, nariz cóncava, boca mediana, mentón oval, sin bigote, ni barba, ni señas particulares, había declarado que representaba a una empresa china dedicada a la venta de naipes, con domicilio legal en Hong Kong.

      El chino tuvo que esperar casi dos años para obtener el reconocimiento legal de “residente definitivo”. Consiguió la mejora de su estatus migratorio el 13 de noviembre de 1997, luego de pagar el equivalente a 143 dólares por un trámite que quedó registrado en el expediente número 5/299526. Declaró que ya estaba casado, que no profesaba ninguna religión y que era trilingüe: hablaba chino, inglés y español. Tenía estudios de técnico farmacéutico, lo que le permitía trabajar como director general y administrador único de una empresa que recién había fundado.

      Zhenli mantuvo su nueva categoría durante cinco años y tres meses pero, para poder ampliar sus negocios, requería de otro tipo de jerarquía. Logró su meta el 3 de febrero de 2003, día en el que se puso un traje oscuro y acudió a una solemne ceremonia en la Secretaría de Relaciones Exteriores para sentarse en la primera fila del auditorio y recibir de manos del presidente Vicente Fox, junto con otros 1737 extranjeros, su nuevo documento.

      El hombre de ojos rasgados podía sonreír tranquilo: se había nacionalizado como mexicano.

      Antes de completar sus trámites migratorios, el sencillo vendedor de naipes venía sufriendo una radical y acelerada transformación.

      Cuando llegó al Distrito Federal trató, sin mucho éxito, de importar textiles, ropa y calzado y revender productos decomisados en las aduanas mexicanas. En 1997 encontró, por fin, el negocio que lo iba a volver rico y famoso: el 29 de abril de ese año fundó, con un capital de 200 000 dólares, la empresa Unimed Pharm Chem de México, la cual creció de manera acelerada hasta convertirse en una de las principales importadoras de efedrina y seudoefedrina, el alcaloide que sirve para fabricar tanto medicamentos antigripales como las ilegales metanfetaminas.

      Gracias a esa empresa, a principios de siglo nada quedaba del humilde chino que había viajado al Distrito Federal sin más fortuna que su ambición.

      Ye Gon ya era millonario, un empresario farmacéutico apostador, exhibicionista y despilfarrador. Las mesas de juego de Las Vegas fueron mudos testigos del aumento de la fortuna de este hombre de hablar pausado. En 1997, durante su primera visita a esa ciudad, derrochó 5300 dólares en apuestas. En los años siguientes, sus pérdidas en los casinos alcanzaron decenas de millones de dólares.

      El dinero no era una preocupación. Importaba autos exclusivos como un Lamborghini Murciélago o un Mercedes Benz. En nada escatimaba. Hasta llegó a pagar más de cien mil dólares por la instalación de una cocina integral. Su casa de Las Lomas le había costado un millón cien mil dólares, así que bien podía gastarse otra fortuna en equiparla para comodidad de sus dos hijos, nacidos en Estados Unidos, y de su esposa, a quien, según denuncias de su familia política, golpeaba y le era infiel.

      Su acelerado éxito empresarial en el ramo farmacéutico comenzó a ser amenazado con una denuncia que, a mediados de 2006, alertó a la Policía sobre la existencia de una banda dedicada al tráfico de efedrina desde China. La voz anónima identificó a “Chen Li” (así le sonó al agente de guardia el nombre de Zhenli) como el principal operador del grupo que importaba toneladas del precursor químico desde China.

      Los manejos de su empresa ya levantaban sospechas. En muy poco tiempo, Unimed Pharm Chem se había convertido en la tercera firma importadora de seudoefedrina del país. Entre enero de 2003 –cuando su riqueza empezó a crecer– y marzo de 2007 –fecha del operativo policial en su casa–, introdujo en el país 194 cargamentos por los aeropuertos de la Ciudad de México y Nuevo Laredo, y los puertos de Lázaro Cárdenas y Manzanillo. El empresario falsificaba los embarques y los registraba como productos inofensivos, aunque eran químicos que necesitaban permisos específicos de importación.

      Las autoridades mexicanas calculan que, durante esos años, Zhenli traficó unas 60 toneladas de efedrina y seudoefedrina. Hicieron cuentas. Los narcotraficantes pagaban en promedio 4500 dólares por cada kilo del precursor. Si Ye Gon les vendió todos sus cargamentos, según se lo acusó, habría ganado, por lo menos, 270 millones de dólares. La cifra era casi igual a la fortuna encontrada en su casa y acorde con las cantidades estratosféricas manejadas por el crimen organizado.

      Bastaba hacer una simple ecuación: si una tonelada de seudoefedrina procesada produce 700 kilos de metanfetaminas y un kilo de estas tiene un precio promedio en el mercado de 30 000 dólares, resulta que de las 60 toneladas adjudicadas al chino pudieron salir 42 000 kilos de metanfetaminas. Eso representaba 1260 millones de dólares de ganancias para los carteles en cuatro años y medio, sobre todo gracias a la demanda que hay en territorio estadounidense, a donde va a parar el 80% de las metanfetaminas mexicanas.

      La suerte del chino terminó cuando las casi 20 toneladas de seudoefedrina que había comprado en su último pedido fueron confiscadas el 2 de diciembre de 2006, apenas un día después de que Fox le entregara la banda presidencial a Felipe Calderón.

      El 15 de marzo, tres meses y medio después de ese decomiso, vino el cateo en su casa de Las Lomas, que fue noticia en todo el mundo. De un día para el otro, el chino-mexicano se hizo famoso. Dejó de ser un ignoto empresario para transformarse en un peligroso prófugo con orden de captura internacional.

      Muchos hechos absurdos rodearon su caso. Fue más fácil, por ejemplo, que lo encontrara un periodista que la policía mexicana o Interpol. El 17 de mayo de 2007, Zhenli aceptó una entrevista con la agencia de noticias Associated Press (AP) en la oficina de su abogado en Nueva York, en donde dio su primera versión pública