paso adelante y apretó su pelvis contra la de Liam a la vez que describía pequeños círculos y lo miraba a los ojos con descaro. Ya no podía ponerse límites. Quería terminar lo que habían empezado.
Liam la tomó por el trasero con una mano y la apretó contra sí. Victoria se estremeció ante el estrecho contacto. Los ojos de Liam, que no apartaba de ella, eran como dos túneles en los que Victoria quería adentrarse.
Liam bajó la otra mano hacia su muslo, y lentamente fue dibujando círculos hasta meterse debajo de su falda. Pero Victoria quería más, y dejó que el peso de su cuerpo reposara sobre él. Entonces Liam la sujetó por las nalgas con ambas manos, una de ellas por debajo del vestido. Victoria quería que metiera sus dedos bajo su ropa interior, que la acariciara. Estaba dispuesta a echarse con él en la hierba, a satisfacer aquella primaria necesidad allí mismo, sin más demora.
Pero no se movió, no alzó la boca para besarlo, no posó las manos en su pecho. Estaba hipnotizada por su mirada y esta la paralizaba.
En ella podía ver el esfuerzo que Liam estaba haciendo para dominarse. Ella había tomado la iniciativa la noche anterior, así que le correspondía a él hacerlo. Lo miró con expresión desafiante, esperando. Hasta que algo recorrió el cuerpo de Liam, algo parecido a un estremecimiento. Y un segundo después, maldijo entre dientes y agachó la cabeza para besarla. Victoria había ganado.
–¿Victoria? –se oyó desde detrás de unos árboles la voz aguda de la organizadora de la boda–. ¿Ha visto alguien a la calígrafa?
Liam clavó los dedos en la piel de Victoria antes de soltarla con vigor.
–Justo a tiempo –mascullo él entre dientes.
–Li… –empezó Victoria.
–Tú quieres más que esto –susurró él precipitadamente–, pero esto es todo lo que hay.
–¿Victoria? –la organizadora sonó mucho más cerca.
–Estoy aquí. Ya voy –gritó Victoria.
Pero en lugar de moverse se quedó mirando a Liam, mientras este se alejaba, masajeándose la nuca. Todo su cuerpo irradiaba tensión y rabia.
Victoria sonrió con una mezcla de satisfacción y frustración. Quizá Liam había querido que terminara el trabajo para Aurelie; quizá todavía sentía algo por ésta; pero todavía seguía deseándola a ella, a Victoria. Y mucho.
¿Cómo había podido engañarse llegando a creer que era algo más que sexo? Lo que les atraía entre sí era puro fuego, hormonas hiperactivas, lascivia. Por alguna extraña razón sus cuerpos se atraían como imanes enfebrecidos.
Solo era sexo. ¿Y no era eso lo que ella quería? Puro sexo. No estaba preparada para una relación; no encajaba en su presente estilo de vida. Liam había tenido razón al ofrecerle una noche. Y, al contrario que ella, había sido honesto. Pero de pronto lo tenía claro, cristalinamente claro.
¿Quería pasar el resto de su vida preguntándose cómo habría sido? ¿Iba a dejar pasar la oportunidad de estar con Liam, aunque solo fuera por una vez?
Si quería tener un romance, podía tenerlo. Liam se iría en unos días, así que no corría el riesgo de encontrárselo en el futuro. ¿Qué mejor oportunidad podía presentársele para pasarlo bien, además de librarse de una vieja obsesión?
Fue hacia el castillo con la sangre en ebullición, impulsada por una nueva seguridad en sí misma.
–¿Hay algún problema? –preguntó a la organizadora.
–En absoluto, quería saber si tenías tarjetas contigo. Puede que en el futuro necesite tus servicios.
La seguridad de Victoria aumentó exponencialmente.
–Claro –dijo. Y le dio un puñado.
Luego entró en la carpa, donde las mesas ya estaban dispuestas, buscó la tarjeta que había tenido que escribir cinco veces hasta que le salió bien, Liam Wilson, le dio la vuelta y en la parte de atrás escribió un mensaje atrevido.
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