>
Mearns, Dave
Trabajando en profundidad relacional en counseling y psicoterapia / Dave Mearns ; Mick Cooper. - 1a ed . - Cuidad Autónoma de Buenos Aires : Gran Aldea Editores - GAE, 2020.
(Profesional)
Libro digital, EPUB
Traducción de: Verónica Kenigstein ; Estela Falicov.
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-1301-94-2
1. Psicología. 2. Psicoterapia. I. Cooper, Mick. II. Kenigstein, Verónica, trad. III. Falicov, Estela, trad. IV. Título.
CDD 150.7
Diseño de cubierta e interior: Michelle Kenigstein
Cuidado de la edición: Estela Falicov
Coordinación de producción: Carolina Kenigstein
Corrección: Luciana Pérez Andrada
© Dave Mearns y Mick Cooper, 2005.
© Traducción: Verónica Kenigstein y Estela Falicov, 2011.
Título original: Working at Relational Depth in Counselling and Psychotherapy.
English language edition published by SAGE Publications of London, Thousand Oaks, New Delhi and Singapore, © Dave Mearns & Mick Cooper, 2005. Traducción autorizada de la tercera edición por acuerdo con SAGE Publications, Londres, Reino Unido.
1a edición: marzo de 2011
Edición en formato digital: julio de 2020
ISBN 978-987-1301-94-2
© 2011, 2020 Gran Aldea Editores SRL
Tel: (5411) 4584-5803 / 4585-2241
[email protected] www.granaldeaeditores.com.ar
Se prohíbe la reproducción total o parcial, por cualquier medio electrónico o mecánico incluyendo fotocopias, grabación magnetofónica y cualquier otro sistema de almacenamiento de información, sin autorización escrita del editor.
Conversión a formato digital: Libresque
Este libro está dedicado a Tony Merry (1948-2004) un muy querido pionero del movimiento británcio centrado en la persona, cuya calidez, sentido del humor y contribuciones al enfoque serán recordados por mucho tiempo.
PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO
Al escribir este libro sobre el poder de la relación en psicoterapia, somos conscientes de las muchas diferencias en la naturaleza y la centralidad otorgada a las relaciones en una gran variedad de culturas. Es más que un estereotipo considerar que los británicos tienen una tendencia a ser algo tímidos y lentos para comprometerse con los demás. De manera similar, hay cierta verdad en la consideración de que, al menos históricamente, el ciudadano estadounidense prioriza la independencia por sobre la interdependencia. A pesar de que la cultura japonesa ahora está muy occidentalizada, todavía hay una valoración tan profundamente arraigada de la comunidad, que el ciudadano japonés no solo es parte de su comunidad: su comunidad es parte de él. No es fácil definir las tendencias particulares de los países hispanoparlantes con respecto a la centralidad de la relación, porque es un mundo muy amplio y diverso, pero es posible que haya una mayor facilidad de relación que en las culturas antes mencionadas. Ciertamente nos lo dice así nuestra experiencia en nuestros viajes a diversos lugares como Los Picos, en el norte de España, hasta Andalucía en el sur, y desde Atacama y el Altiplano hasta la Patagonia, en Sudamérica.
Si bien las culturas varían con respecto a la centralidad que le otorgan a la relación, hay un rasgo común que forma parte del tejido mismo de la humanidad: todas las personas se sienten impresionadas por la experiencia de sentir un encuentro profundo con el otro. La reacción inicial puede variar desde una fácil bienvenida al encuentro en profundidad hasta la sospecha, o incluso el miedo, si han sido previamente dañados por aquellos que deberían haberlos amado. Pero aun aquellos inicialmente cautos, tendrán al menos una débil esperanza de que esta oferta de relación profunda sea real. Porque cuando nos encontramos con el otro en profundidad tenemos la oportunidad de experienciarnos más plenamente. Esperamos que dicha experiencia, que describimos en este libro, se comunique por sí misma a las diferentes partes del mundo hispanoparlante.
Profesor Dave Mearns
Profesor Mick Cooper
Junio de 2010
PREFACIO
Mick: Una noche, cuando tenía 9 o 10 años, mis padres me obligaron a ir a cenar a la casa de unos amigos. No me gustaban mucho los amigos y mucho menos verme privado de mis horarios de televisión, pero cuando llegué enseguida me atrapó uno de los juegos que los dueños de casa habían sacado para que mi hermana y yo nos entretuviéramos. Era un tablero de plástico con ranuras y el juego consistía en insertar unas piezas en ellas para que formaran un engranaje: si una pieza giraba, todas lo hacían. Todavía recuerdo esa sensación de las ruedas girando juntas –ese sentido de compromiso y conexión– y cómo contrastaba con la soledad de una rueda girando sola. Cuando comencé a ejercer el counseling, recordé lo sucedido esa noche por el sentimiento puro de conexión que experienciaba con algunos de mis consultantes. No ocurría todo el tiempo, pero por momentos sentía que estaba profundamente conectado con mi consultante; comprometidos, entrelazados, engranados. Era como si cuando yo “giraba”, eso afectara a mis consultantes y cuando ellos “giraban”, me afectaran a mí; y aunque en esos momentos el ritmo del trabajo terapéutico era mucho más lento, percibía una profunda sensación de contacto humano genuino. Por lo general, después de esos encuentros salía muy feliz de la sesión, en parte aliviado porque realmente parecía estar disfrutando mi nueva carrera, pero también por la percepción de que en esos momentos de encuentro parecía estar ayudando a mis clientes de una manera muy profunda. Muchos años más tarde, después de muy diversas excursiones teóricas y empíricas, soy consciente de que este deseo de conectarme con mis consultantes sigue siendo el corazón de mi trabajo terapéutico: me parece que nada tiene mayor potencial de sanación.
Dave: “¡Diablos, deja ya de quererme!” gritó Peter, con una voz no lo suficientemente fuerte como para que alguien lo escuchara aunque, esa mañana de sábado, la escuela “Lista D”1 estaba vacía, con excepción de algunos miembros del personal doméstico, Peter –que ese día cumplía 14 años–, y yo.
Yo sabía que era su cumpleaños y que él lo iba a “celebrar” solo, excepto por mi saludo y la caja de caramelos que le había llevado. Los otros 94 chicos habían salido con permiso de fin de semana –el 75% para ir a la casa de sus padres y los otros con parientes o amigos. Algunos de los muchachos no tenían a dónde ir, pero se iban con compañeros. Peter solía recibir invitaciones, pero como siempre se había negado, dejaron de invitarlo. “No me gustan las familias; al diablo con sus familias”, decía. Su opinión sobre las familias era esperable: su padre estaba condenado a cadena perpetua por matar a su madre.
Traer los caramelos había sido un error de juicio, y a la vez no lo había sido. Peter lo había experienciado como “una muestra de amor” hacia él, cosa que no quería, o al menos una parte suya no lo deseaba. Otra parte suya comenzó a devorarse los caramelos y me ofreció uno.
Ése fue el comienzo de lo que para ambos fue “el día de Peter”. Le dije que estábamos obligados a estar juntos todo el día porque yo era el único miembro del personal que estaba de guardia y él era el único muchacho. Le pregunté qué quería hacer, sabiendo que iba responderme el habitual: “ni idea”; cualquier otra cosa habría sido dar demasiado. “No, en serio”, le dije, “vamos a hacer cualquier cosa que quieras, siempre que sea posible y legal”. Tenía sentido agregar “legal” ya que, a pesar de su corta edad, Peter tenía 27 condenas previas, que solo registraban sus “fracasos”.