Dave Mearns

Trabajando en profundidad relacional


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“Ok”, dijo, “primero iremos a tu Unión de Estudiantes y jugaremos billar y luego al mediodía iremos al bar”. De sus labios asomó una sonrisa presuntuosa. “Ok, al café”, dijo. “Luego iremos al partido”. Por un momento me pregunté si estaba preparado para aceptar la idea de ver jugar a mi equipo de fútbol, pero fue una falsa esperanza; tenían que ser los Glasgow Rangers, por supuesto. Había con ello un pequeño problema porque el partido era contra los Celtics y seguramente las entradas estarían agotadas. “Después del partido, podemos cenar en un restaurante elegante y luego ir al casino… ¡Bueno, me conformo con cenar fish supper2 y volver al colegio!”. Una de las cosas que Peter y yo disfrutábamos juntos era nuestro sentido del humor.

      El día fue estupendo. Algunos de los estudiantes de la Unión miraron despectivamente a este escandaloso chico de 14 años, pero al mismo tiempo seguían observando nuestra mesa y admirando su habilidad para el juego. Me ganó siete a uno; “te regalé uno”, dijo, “me diste lástima”. “Lo gané con todas las de la ley”, retruqué, “en esa jugada estuve brillante”. La comida en el café estuvo deliciosa, especialmente nuestra competencia para ver quién podía comer más copas de helado –nuevamente ganó Peter– pero esta vez solo cuatro a tres y medio.

      En el partido de fútbol me superé a mí mismo y obtuve la admiración de todos, incluyendo a Peter. Avanzamos dejando atrás los molinetes comunes y nos dirigimos hacia los que decían “entradas de cortesía” donde retiramos dos entradas a mi nombre. Temprano esa mañana había llamado a un amigo que jugaba para mi equipo favorito para pedirle dos entradas, pero no para su partido; él llamó a otro amigo, etc. Los tickets eran para las gradas centrales, justo al lado del palco de los directivos. Apenas entramos, Peter se quedó con la boca abierta y la mantuvo así durante la mayor parte de la tarde mientras señalaba a sus héroes lesionados a pocos metros de distancia en el palco de los directivos.

      Su equipo ganó 4-2 y comimos nuestros chips de pescado y papas fritas en el camino de vuelta a la escuela, comiendo directamente de la envoltura de papel de diario, como corresponde. Cuando regresamos a la escuela, lo llevé a la sala del personal y tomamos juntos el té; para los muchachos era especial estar allí.

      Al final del día estuve junto a su cama como había hecho al comienzo. “Buenas noches, Peter”, dije. “Gracias, Dave”, dijo Peter y me sonrió. Le devolví la sonrisa y me fui rápido antes de que el nudo en la garganta llegara a mis ojos.

      Personas como Peter me enseñaron mucho sobre psicoterapia aún mucho antes de convertirme en terapeuta. No importa cuán “dañadas” estén, siempre hay una parte de ellos, a veces una muy pequeña, que quiere relacionarse y hasta quiere ser amada. El secreto es encontrarse con ellas en sus propios términos.

      A lo largo del tiempo y del espacio y bajo distintas apariencias, filósofos (por ejemplo, Buber, 1947), psicoterapeutas (como Laing, 1965; Schmid, 2002) y muchos otros pensadores (como Bohm, 1996) intentaron describir un modo de relacionarse en profundidad en el cual dos individuos experiencian una gran sensación de conexión entre ellos. Martin Buber, el filósofo existencial judío, por ejemplo, escribió sobre momentos de “diálogo genuino” en los cuales “cada uno de los participantes realmente tiene en la mente al otro o a los otros en su ser presente y particular y se dirige a ellos con la intención de establecer una relación viva y mutua” (Buber, 1947: 37). Judith Jordan, psicoterapeuta feminista, también escribió sobre momentos de “mutua intersubjetividad” en los cuales:

      Uno está afectando al otro y a la vez siendo afectado por él; uno se extiende para alcanzar al otro y también recibe el impacto del otro. Hay una apertura a la influencia, disponibilidad emocional y un patrón de respuesta y de afectar al estado del otro siempre cambiante. Hay tanto receptividad como iniciativa activa hacia la otra persona (Jordan, 1991a: 82).

      El presente libro habla sobre este contacto tal como se manifiesta en el counseling y la psicoterapia. Trata de aquellas experiencias de compromiso y conexión reales que, como sugieren nuestros relatos autobiográficos, ambos llegamos a considerar –como muchos otros terapeutas contemporáneos (por ejemplo, Ehrenberg, 1992; Friedman, 1985; Hycner, 1991; Jordan, 1991a; Schmid, 2002; Stern, 2004)– el corazón de una relación sanadora.

      Puede ser muy difícil poner en palabras dichas experiencias de compromiso. ¿Cómo describir, por ejemplo, los momentos de conexión e intimidad con un consultante durante los cuales las palabras de cada persona parecen fluir del otro y se pierde toda reticencia? Un encuentro de esta naturaleza trasciende el lenguaje, y explicar ese momento puede sentirse como banalizar la intensidad y profundidad de la experiencia. Sin embargo, dejar de hablar de tales experiencias por ser indefinibles sería similar a la actitud del borracho que busca las llaves debajo del farol porque allí hay luz, aun cuando las perdió en otra parte. Sin duda es más fácil operacionalizar y hablar de aspectos de la terapia como “cumplimiento de la tarea”, “niveles de alianza terapéutica”, hasta de “frecuencia de auto revelaciones”, pero nos parece que ninguno de estos componentes capta la verdadera esencia de la terapia. Para nosotros la terapia se trata de un encuentro y una conexión verdaderos con otro ser humano, y aunque tales experiencias son difíciles de poner en palabras, ciertamente vale la pena hacer el intento.

      La expresión que usaremos en este libro para describir estas conexiones profundas con otros es “profundidad relacional”. Dave Mearns desarrolló este concepto en textos anteriores (Mearns, 1997c; 2003a). En una conferencia reciente dio a conocer algunos antecedentes de esta expresión:

      En 1989, Windy Dryden y yo publicamos un libro titulado Experiencias de counseling en acción, en el que examinamos las vivencias tanto de counselors como de consultantes. Durante la investigación para este libro me sorprendió comprobar que en gran medida la experiencia de ambas partes se mantenía oculta al otro, aun en los casos en que los dos consideraban que el trabajo era “bueno”. Cuando empecé a observar el material de esta “relación no hablada” (Mearns, 1994; 2003a), encontré que allí estaba la mayor parte de lo que era realmente importante para el consultante. El paso siguiente fue explorar las circunstancias en las cuales el cliente podía expresarlo. Encontré una sola respuesta a este interrogante: el consultante solo exponía material realmente importante cuando experienciaba “profundidad relacional” con su counselor o terapeuta. Aunque es una búsqueda emocionante –explorar y desarrollar la profundidad relacional– el corolario de este descubrimiento no es muy tranquilizador: gran parte de lo que “normalmente” sucede durante el counseling y la terapia apenas roza la superficie (Mearns, 2004c).

      A los fines de este libro, usaremos la siguiente definición de profundidad relacional:

      Un estado de profundo contacto y compromiso entre dos personas, en el cual cada una es profundamente real con el Otro y es capaz de comprender y valorar en muy alto nivel las experiencias del Otro.

      Al usar el término “profundidad” en este contexto no queremos implicar un modelo objetal del “sí mismo” en el cual se considera que la persona tiene un “núcleo interno” profundo. En realidad, desde el punto de vista fenomenológico e intersubjetivo (ver capítulo 1), la idea de que las experiencias se encuentran “dentro” de la persona es muy problemática (ver Boss, 1963; Cooper, 2003a: 37-9). En cambio, con “más profundo” nos referimos a aquellas cosas que son, desde el punto de vista fenomenológico, “más verdaderas” y “más reales” para alguien: que coinciden más plenamente con la realidad de sus experiencias vividas. También deberíamos señalar que no queremos asignar juicio de valor alguno a la palabra “profundidad”; no la consideramos superior a las maneras de ser o relacionarse más “formales”. Por supuesto, ambas ocupan un lugar importante en las vidas humanas. Lo que sostendremos, sin embargo, es que cierta profundidad en las relaciones es esencial para el funcionamiento humano óptimo, como también suele ser clave para el proceso terapéutico.

      En este libro usaremos la expresión “profundidad relacional” para referirnos tanto a momentos específicos de encuentro como a la cualidad particular de una relación. En otras palabras, así como podemos utilizar el término “intimidad” para referirnos tanto a una experiencia específica (por ejemplo, “Anoche sentí gran intimidad con John”) como a