parecía que estuvieras disfrutando de la conversación que mantenías –dijo aspirando el aroma a flores de su cabello.
Juliette alzó la vista y lo miró frunciendo el ceño.
–¿Tan obvio era?
–Solo para mí –la apartó más de los otros invitados que se habían unido en la pista de baile.
–¿Conoces bien a los padres de Lucy?
–Muy bien. Me pasaba mucho tiempo en su casa cuando Lucy y yo éramos adolescentes –suspiró ligeramente–. Yo le tenía mucha envidia –añadió–. Sus padres eran muy distintos a los míos.
–¿En qué sentido?
Juliette guardó silencio durante un largo instante, y Joe se preguntó si le habría oído. Pero luego alzó la mirada hacia le pechera de su camisa y dijo en tono bajo:
–Eran muy… poco críticos. Creo que nunca los escuché decir nada negativo respecto a las decisiones que Lucy tomaba.
Joe se echó un poco hacia atrás y la miró.
–¿Y tus padres eran críticos y negativos?
Juliette puso los ojos en blanco durante un segundo y bajó la vista.
–Cuando había gente delante, no. Eran demasiado educados y sutiles como para eso. Pero sé que estaban muy decepcionados conmigo porque no estaba tan dotada académicamente como mis dos hermanos mayores.
Joe no podía decir que estuviera sorprendido por su confesión. Pero le carcomía un poco no haberle preguntado más cosas respecto a su familia cuando vivían juntos. ¿Qué decía eso de él? ¿Qué clase de marido no mostraba interés por el pasado de su mujer?
Un marido con un pasado conflictivo propio que no quería que le hicieran preguntas, ese tipo de marido.
Joe había visto a sus padres y hermanos solo dos veces… en la boda y en el funeral de Emilia. El funeral lo tenía un poco confuso, y no habían sido particularmente cariñosos con él en la boda, aunque Joe tampoco esperaba que lo recibieran con los brazos abiertos. Habían sido correctos de un modo distante y arrogante, pero lo cierto era que la manera de cortejar a su hija tampoco había sido la ideal. Una aventura de una noche no era el modo de impresionar y ganarse a sus suegros, pero no quería que su hijo creciera sin conocerlo. El matrimonio había sido en su opinión la mejor opción.
El bebé tenía que ser lo primero. Y se había convertido en su mayor prioridad.
Los padres de Juliette no habían ido al hospital cuando perdieron a la niña porque estaban en un vuelo de larga distancia. Juliette había ido a visitarlos a Inglaterra antes de que partieran a un viaje de tres meses en el extranjero. Ella había reservado un vuelo de regreso a Italia al día siguiente, pero se puso de parto. Joe se subió al primer avión en el que encontró billete en cuanto supo la noticia, pero llegó demasiado tarde.
–Tú tienes mucho talento, Juliette. Tus ilustraciones son increíbles. ¿No estás orgullosa de tu trabajo?
Ella tenía la boca curvada hacia abajo.
–Soy la única persona de mi familia sin un título universitario. No consideran que ser ilustradora de libros infantiles sea una profesión de prestigio, sobre todo si no tienes un título en Artes. Sí, están orgullosos de que haya publicado cosas, pero siguen viéndolo como una especie de afición.
Juliette volvió a suspirar y se le cayeron un poco los hombros hacia abajo.
–No he hecho ni un esbozo desde hace meses, así que tal vez tengan razón. Ha llegado el momento de buscar otra cosa. No sé cómo Lucy me ha aguantado tanto tiempo. No solo he dejado en suspenso mi carrera, sino también la suya.
Joe le puso una mano en la suave mejilla y la miró a los ojos.
–No tienes que pensar en tu carrera hasta que estés preparada, cara. He ido depositando fondos en tu cuenta bancaria que cubren de sobra cualquier pérdida de ingresos.
Un sonrojo cubrió el rostro de Juliette, al tiempo que en sus ojos aparecía un brillo de determinación.
–No quiero tu dinero y no lo necesito. No he tocado ni un penique.
Joe le pasó el pulgar por la barbilla.
–¿Tanto me odias?
Algo cruzó por los ojos de Juliette antes de que bajara las pestañas.
–Nunca he querido tu dinero. Esa no fue la razón por la que me casé contigo.
Se apartó de él y se cruzó de brazos como si tuviera frío, aunque el aire de la noche era suave y cálido.
–Sí, bueno, los dos sabemos por qué te casaste conmigo –Joe no pudo evitar a tiempo el tono cínico–. Querías demostrarle a tu ex que habías seguido adelante.
Juliette apretó los labios.
–Eso no es verdad. No tuvo nada que ver con él. Apenas recuerdo siquiera el aspecto que tenía. Pensé que estaba haciendo lo mejor para el bebé casándome contigo. Además, fuiste tú quien insistió en casarse. Yo me habría conformado con un acuerdo de custodia compartida.
–¿Has sabido algo de tu ex? ¿Lo ves? –Joe no tenía muy claro por qué lo preguntaba, porque no quería saberlo. No necesitaba el castigo, la tortura, la desesperación de imaginarla con otra persona. Nunca se había considerado una persona celosa. Pero la idea de que Juliette tuviera intimidad con otro hombre le provocaba un nudo en el estómago. Y que tuviera un hijo con otro le provocaba tal dolor en el pecho que no podía siquiera respirar.
Juliette le lanzó una mirada de irritación.
–No creo que sea asunto tuyo si lo veo o dejo de verlo.
Joe la tomó del codo para alejarla de los demás hacia un rincón más tranquilo de la terraza.
–Es asunto mío porque todavía estamos legalmente casados –bajó la mano del codo, pero tuvo que hacer gala de toda su fuerza de voluntad para evitar tomarla entre sus brazos y aplastar la boca contra la suya. Para recordarle a Juliette la pasión que saltaba entre ellos. La pasión que estaba ahora también cargando el ambiente.
Lo que le llevaba a una cuestión algo inquietante… ¿qué diablos iba a hacer al respecto? Ya había cometido errores con Juliette. Grandes errores. Errores que no podía deshacer. ¿Se estaría buscando un problema si revisaba su relación para comprobar que valía la pena recuperarla?
A ella le brillaron los ojos con gesto desafiante.
–Me resulta muy gracioso tu repentino interés por mi vida privada después de todos estos meses –le miró la boca como si esperara que hiciera lo que él estaba tentado a hacer–. ¿Y por qué sigues llevando el anillo de casado? Me parece bastante absurdo.
Joe le tomó la mano izquierda y deslizó el pulgar por el espacio vacío de la alianza de Juliette. Esperaba que ella retirara la mano, pero para su sorpresa, no lo hizo. Lo que sí hizo fue mantener su mirada clavada en la suya y humedecerse el labio inferior con la punta de la lengua.
–No es absurdo del todo. Me mantiene libre de la atención femenina no deseada –esperó un instante antes de continuar–. Todavía tengo tu anillo de compromiso y el de casada.
Joe no tenía muy claro por qué le estaba contando aquella información inútil. ¿Acaso no le hacía quedar como un idiota sentimental que no había superado el abandono de su esposa? ¿Debería decirle que no había quitado ni una sola prenda suya del armario, que no podía siquiera dormir en el mismo dormitorio que habían compartido porque le causaba demasiado dolor?
Y por no hablar del dormitorio de la niña. No había abierto la puerta ni una vez. Ni una sola vez. Abrir aquella puerta sería cómo abrir una herida profunda y devastadora.
Juliette bajó la vista hacia sus manos unidas antes de volver a mirarlo.
–Me sorprende que no los hayas empeñado ni hayas encontrado