alzó la barbilla con un brillo intransigente en los ojos.
–No los deseo.
–Tal vez no, pero a mí sí me deseas todavía –Joe atrajo su cadera a su cuerpo y bajó la mirada a su boca–. ¿No es así?
Juliette se volvió a humedecer los labios.
–No –su tono era firme, pero su cuerpo se balanceó hacia él como impulsado por una fuerza más grande que no podía resistir.
Joe le subió la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar.
–El orgullo es algo curioso, ¿verdad? A mí también me gustaría decir que no te deseo, pero eso sería mentirme a mí mismo y a ti.
Juliette aspiró con fuerza el aire y lo dejó salir despacio.
–Joe… por favor…
–¿Por favor qué? –Joe le cubrió una mejilla con la mano, y le puso la otra en la parte baja de la espalda para atraerla todavía más cerca de su cuerpo–. ¿Vas a negar que lo estás sintiendo ahora mismo? ¿Lo que has sentido desde el momento en que entré en la suite esta tarde? ¿Lo que sentiste la primera vez que nos vimos? Por eso bloqueaste mi número de teléfono y mis correos electrónicos, ¿verdad? No quieres que nada te recuerde lo que sientes por mí.
Juliette volvió a tragar saliva y apoyó las manos en su pecho.
–Ahora estamos separados, y…
–Este fin de semana no estamos separados. Vamos a compartir habitación. Y cama.
–No –ella apartó las manos de su pecho y lo miró desafiante–. Celeste dijo que iba a conseguirnos una supletoria…
–He hablado con ella hace unos minutos –dijo Joe–. No ha podido conseguir una a tiempo para esta noche, pero lo volverá a intentar mañana.
Juliette lo miró de nuevo y apretó los labios. Dio un paso atrás con postura rígida.
–Los dos tenemos que seguir adelante con nuestras vidas. Si vamos hacia atrás en lugar de hacia delante, solo complicaríamos las cosas.
Juliette se llevó la mano izquierda a la sien y cerró los ojos como si estuviera rezando en silencio.
–Por favor, Joe. No hagas esto más difícil de lo necesario –bajó la mano de la cara y volvió a mirarlo con una expresión que parecía tener una determinación renovada–. Voy a subir a la habitación. A dormir. Sola.
Juliette consiguió marcharse sin que nadie se diera cuenta y regresó a la suite, cerrando la puerta con un profundo suspiro. Se había sentido tentada a bailar con Joe toda la noche, a encontrar una excusa para estar en sus brazos de nuevo. Pero aquel era el camino al dolor, porque no podían estar juntos. Ni antes ni ahora.
Si al menos su cuerpo dejara de traicionarla… resultaba muy difícil mantener las distancias cuando Joe solo tenía que mirarla para que su resistencia se derritiera. Había bajado la guardia lo suficiente para hablarle de su frustrante relación con sus padres y sus dudas respecto al futuro de su carrera. Había sido un momento de debilidad y, sin embargo, había encontrado consuelo al compartirlo tan abiertamente con él. Se había mostrado comprensivo de un modo que Juliette no había esperado.
Y luego estaba lo de la fundación contra la muerte en el parto…
No podía quitarse de la cabeza cómo había recaudado dinero para una investigación tan importante. Juliette le había juzgado mal todo aquel tiempo por no estar de luto como ella esperaba, pero Joe había hecho lo que esperaba que ayudase a otros. Eso hacía que le resultara más difícil acceder a su rabia, mantener la distancia emocional.
Pero eso no significaba que tuvieran un futuro juntos.
¿Cómo iba a ser así si no estaban enamorados, nunca lo habían estado y solo estarían juntos debido a la atracción física? Eso no era suficiente para construir un matrimonio, especialmente un matrimonio que había sufrido una tragedia como la suya. Un matrimonio que nunca hubiera existido de no haber sido por su embarazo accidental. Juliette no era el tipo de mujer que tenía muchas citas. No era sofisticada, ni superinteligente, y nadie podría decir que tenía un tipazo. Si no se hubiera quedado embarazada, nunca habría sido la primera opción de Joe.
Juliette se quitó las horquillas del pelo y las arrojó sobre la cómoda de camino al baño. Las cosas de afeitado de Joe estaban en la encimera, y su frasco de colonia justo al lado del maquillaje de Juliette. Sintió un leve escalofrío en el vientre. Compartir el baño era algo muy íntimo. ¿Sería lo bastante fuerte para resistirse a la tentación que él suponía? Juliette agarró el frasco de colonia, le quitó la tapa y se llevó el cuello de la botella a la nariz, cerrando los ojos mientras aspiraba las notas cítricas del aroma. Volvió a dejar el frasco y le puso el tapón.
Tenía que ser fuerte.
Tenía que serlo.
Juliette regresó al dormitorio y miró la bolsa en la que estaban los papeles del divorcio. El domingo, cuando Lucy y Damon se marcharan, los sacaría y se los pondría a Joe debajo de la nariz, no antes. Le daba una cierta sensación de poder saber que los tenía allí, esperando el momento oportuno. Joe pensaba que podía chasquear los dedos y ella iría corriendo a sus brazos como si nada hubiera cambiado. Pero todo había cambiado.
Ella había cambiado.
Y ya no volvería a ser la que fue.
Joe regresó a la suite más tarde aquella noche y se encontró a Juliette dormida con una fila de almohadas dividiendo la enorme cama en dos secciones. La lamparita de la mesilla de noche seguía encendida y la suave luz envolvía sus facciones en un brillo dorado. Se había soltado el pelo y lo tenía desparramado por la almohada. Se había quitado el maquillaje, y tenía la piel fresca y limpia, luminosa como la de una niña. La boca estaba relajada en el sueño, los labios ligeramente entreabiertos, la respiración suave y acompasada.
Joe se aflojó la corbata, se la sacó por el cuello y la arrojó a la silla que estaba en la esquina del dormitorio.
Juliette abrió los ojos de golpe y se incorporó, parpadeando.
–Ah, eres tú…
–Gracias por la cariñosa bienvenida –Joe empezó a desabrocharse la camisa.
Ella entornó la mirada y se subió más las sábanas.
–¿Qué haces?
–¿A ti qué te parece? –Joe se quitó la camisa y la lanzó en la misma dirección que la corbata–. Me estoy desvistiendo.
–¿No puedes hacerlo en el baño? –Juliette tenía las mejillas ligeramente sonrojadas y seguía evitándole la mirada–. Y por favor, ponte unos calzoncillos o algo. Y quédate en tu lado de la cama.
–Es un poco tarde para mostrarse tímida, cariño. Conozco cada centímetro de tu cuerpo, y tú del mío.
Juliette apartó la ropa de cama y se lanzó hacia el albornoz que colgaba en el respaldo de otra silla.
Joe captó un destello del pijama de pantalón corto color café con leche. Uno de los finos tirantes se le había deslizado por el hombro, revelando la curva superior de un seno. Juliette metió los brazos en las mangas del albornoz y se ató el cinturón con fuerza innecesaria, mirándolo con furia.
–Muy bien. Como quieras. Tú te quedas con la cama, y yo dormiré en el sofá –pasó por delante de él, pero Joe le agarró la muñeca y la retuvo.
–No seas tan dramática –le soltó el brazo, abriendo y cerrando los dedos para calmar la sensación de hormigueo que le había provocado su contacto–. No voy a forzarte. Quédate tú con la cama, yo me voy al sofá.
Juliette se mordió el labio inferior y miró hacia la otra parte de la suite, en la que estaba el pequeño sofá.
–Eres demasiado alto. No vas a dormir nada.
No