Varias Autoras

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020


Скачать книгу

con palabras.

      Joe le levantó la barbilla con un dedo y clavó la mirada en la suya.

      –¿Y si te prometo que no te besaré? Eso te tranquilizaría, ¿verdad?

      «¡No! Quiero que me beses».

      Juliette se quedó impactada consigo misma. Sorprendida y avergonzada por sus ingobernables deseos. Se apartó de Joe y se rodeó el cuerpo con los brazos antes de sentir la tentación de traicionarse todavía más.

      –Bien. Eso suena razonable. Vamos a poner algunas reglas básicas.

      Estaba orgullosa de su tono de voz ecuánime. De haber recuperado la fuerza de voluntad.

      –Nada de besos. Ni nada de tocarse.

      Joe asintió despacio.

      –Me parece bien –se dirigió al sofá y se sentó, cruzando un tobillo sobre otro.

      ¿Le parecía bien?

      Toda la parte femenina de Juliette se sintió ofendida por la facilidad con la que aceptó las normas.

      ¿No podría haberse resistido un poco?

      Pero tal vez Joe tenía a alguien más a quien quería besar y tocar y hacer el amor ahora. Tal vez estaba cansado del celibato y se veía preparado para seguir adelante con su vida. Después de todo, habían pasado quince meses. Era mucho tiempo para que un hombre en su apogeo sexual estuviera sin una amante. Juliette sintió una opresión en el pecho que le bajó directamente al estómago. Se le formaron varios nudos que le dificultaban la respiración.

      Debía hacer un esfuerzo por contenerse. No tenía derecho a estar celosa. Ella había puesto fin a su matrimonio. Tenía los papeles del divorcio en la bolsa, por el amor de Dios.

      –Bien –murmuró con los dientes apretados–. Pero por supuesto, eso nos deja con el problema de qué vamos a decirles a Lucy y a Damon cuando se den cuenta de que estamos compartiendo suite.

      Juliette se acercó al mueble bar y sacó una botella de agua. Le quitó el tapón y se sirvió un vaso. Lo agarró y se giró para mirarlo.

      –¿Alguna sugerencia?

      La expresión de Joe seguía siendo inescrutable, pero percibió un recelo interior. Su postura era demasiado despreocupada, demasiado relajada y contenida.

      –Podríamos decir que estamos dándole una oportunidad a la reconciliación.

      Juliette le dio un sorbo al vaso de agua para no dejarse llevar por la tentación de arrojárselo a la cara. Luego lo dejó con un golpe seco sobre la encimera.

      –¿Una reconciliación? ¿Para un matrimonio que no tenía que haber existido desde un principio?

      Un nudo de tensión apareció en la boca de Joe. Tenía los ojos clavados en ella.

      –No fui yo quien rompió nuestro matrimonio.

      Juliette se acercó a las ventanas que daban a las dunas blancas de arena y el agua turquesa de la playa. Aspiró con fuerza el aire.

      –No, porque tú ni siquiera estabas implicado en él desde el principio.

      El silencio se hizo tan largo que fue como si el tiempo se hubiera detenido.

      Juliette escuchó el sonido de la ropa de Joe cuando se levantó del sofá. Contó sus pasos a medida que se acercaba a ella, pero no se dio la vuelta. Joe se colocó a su lado con la mirada clavada en la playa, como ella.

      Tras un largo instante, Joe giró la cabeza para mirarla con labios apretados.

      –Si fueras sincera verías que tú tampoco estabas ahí del todo, Juliette. Todavía estabas olvidando a tu ex. Por eso nos conocimos, porque no podías soportar la idea de pasar sola la noche en la que él iba a casarse con la que considerabas tu amiga.

      Juliette deseó poder negarlo, pero cada palabra que había dicho Joe era cierta. La traición de Harvey la había destrozado. Salían juntos desde que eran adolescentes. Hacía meses que tenía una aventura con Clara, y Juliette no lo había visto venir ni por asomo. La noche que pensó que Harvey le iba a pedir matrimonio, él le dijo que la dejaba. Harvey Atkinson-Lloyd, la elección de sus padres como marido perfecto para su única hija. La hija que, a diferencia de sus exitosos hermanos Mark y Jonathon, no había conseguido hacer nunca nada para ganarse su aprobación.

      Juliette apretó los dientes, dividida entre la rabia que sentía hacia Joe por haber señalado su estupidez y la ira hacia sí misma por hacer que una situación mala fuera todavía peor al haberse acostado aquella noche con él.

      Se giró para mirarlo con la barbilla levantada y los ojos echando chispas.

      –¿Y cuál es tu excusa para haberte ido conmigo aquella noche? ¿O tienes la costumbre de acostarte con desconocidas totales cuando estás trabajando en Londres?

      Una emoción cruzó el rostro de Joe como una interrupción. Una pausa. Un reajuste.

      –Era el aniversario de la muerte de mi madre.

      Su tono era frío, sin intención. Pero había una nota de tristeza bajo la superficie.

      Juliette lo miró sin comprender.

      –Pero no lo entiendo… me habías dicho que tu madre emigró a Australia. ¿No era esa la razón por la que no vino a nuestra boda?

      –Esa es mi madrastra. Mis padres están los dos muertos.

      ¿Lo había entendido mal Juliette cuando estaban juntos? Intentó recordar la conversación, pero no se acordaba de un solo detalle. Sabía que su padre había muerto unos años atrás, pero Joe no había mencionado apenas a su madre. Tenía la sensación de que era un tema del que no quería hablar mucho, y por eso no había insistido. No habían hablado demasiado de sus familias, sobre todo porque Joe pasaba mucho tiempo fuera de casa. Sus breves y apasionados encuentros cuando volvía a casa entre viajes eran puestas al día físicas, no emocionales.

      Juliette había deseado algo más que intimidad física, pero no supo cómo llegar a él. Había fracasado en todos sus intentos, y Joe siempre terminaba yéndose a cumplir otro compromiso laboral. Era como si percibiera la necesidad de conexión emocional de Juliette y le resultara extremadamente amenazadora. Pero siendo justa, ella también era bastante vaga respecto a sus propios asuntos familiares. No quería que Joe supiera lo fuera de sitio que se sentía en su brillante y académica familia.

      –Lo siento –dijo frunciendo el ceño–. No debí escucharte correctamente cuando me hablaste de eso.

      Los labios de Joe esbozaron una sonrisa que le llegó a los ojos.

      –Mi padre volvió a casarse cuando yo era un niño. Pero cuando él murió, mi madrastra y mis dos hermanastros emigraron a Melbourne, donde ella tenía familia.

      –¿Tienes contacto con ellos? ¿Teléfono? ¿Correos electrónicos? ¿Felicitaciones de cumpleaños… esas cosas?

      –Lo imprescindible.

      Juliette empezaba a darse cuenta de que no sabía mucho del hombre con el que se había casado con tanta precipitación. ¿Por qué no se había esforzado un poco más en ayudarlo a que se abriera? El repentino embarazo la había lanzado a una espiral de emociones. Y cuando por fin reunió el valor para llamarle y decírselo, Joe voló directamente a Londres y se presentó en su apartamento con una proposición de matrimonio. Una proposición que Juliette se había sentido obligada a aceptar para paliar algo de la vergüenza que había provocado en sus padres al quedarse embarazada tras una aventura de una noche.

      Volvió a mirarlo, preguntándose cómo era posible estar físicamente tan cerca de alguien sin saber nada de él.

      –¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?

      Joe consultó el reloj y maldijo suavemente entre dientes.

      –¿No tenemos esa historia de la copa pronto?

      –Cielos