Entonces, supongo que tengo permiso para hacer realidad contigo todas mis fantasías, ¿no? –bromeó.
–Más o menos –murmuró ella. Apenas se reconocía a sí misma, comparándose con la mujer insegura que había sido hacía solo una hora escasa.
–Más te vale que sí, porque soy insaciable –le advirtió él con voz ronca.
–Me parece que yo también –susurro Brooke, que volvía a notar esa sensación ardiente en la pelvis.
Lorenzo la colocó sobre él y segundos después todo volvía a empezar cuando él la penetró de nuevo y la sujetó por las caderas, controlando cada uno de sus movimientos, y tocándola de una manera que pronto hizo que volviera a abandonar la estratosfera. Cuando el orgasmo les sobrevino de nuevo, apoyó la cabeza en su hombro musculoso y sonrió como una boba.
Esa mañana, durante el desayuno, Lorenzo apenas pudo apartar los ojos de su esposa. Sentada en su silla como una adolescente, con una pierna doblada debajo de la otra, hablaba y bromeaba afectuosamente con él mientras se tomaba una tostada y le daba a Topsy trozos de la corteza.
Era tan extraño… Brooke jamás había tomado carbohidratos; los consideraba puro veneno. Tampoco se había comportado nunca de un modo afectuoso, ni bromista. Ni siquiera antes de que se casaran.
Una hora después, antes de ir al banco, se reunió con el psiquiatra de Brooke pues le había pedido una cita en busca de consejo.
–Sí, veo perfectamente posible que se haya convertido en una persona muy distinta sin ese marco de referencia de su antigua vida como una celebridad que tan importante era para la imagen que tenía de sí misma –le dijo el hombre con seguridad–. Hay ejemplos documentados de casos similares, pero me temo que no puedo decirle cómo debe proceder. Eso es decisión suya, aunque sospecho que pronto llegará el momento de decirle que antes del accidente estaban divorciándose.
Lorenzo fue dándole vueltas a aquella sugerencia durante el trayecto hasta el banco, donde tenía ese día una reunión de la junta directiva. La noche anterior habían hecho el amor; no podía soltarle de repente que estaban en medio de un proceso de divorcio. Inspiró profundamente y gruñó irritado. No, eso no funcionaría.
Esperaría a que se presentase el momento adecuado para decírselo, pensó. Estaba seguro de que cuando ese momento llegase lo sabría. No quería angustiarla ni causar problemas innecesarios. Tenía que apoyarla, no destruirla. Por otra parte, sin embargo, también era consciente de que jamás se plantearía continuar casado con Brooke porque no podía perdonarle sus mentiras ni sus infidelidades. Y eso lo colocaba entre la espada y la pared…
Ajena al espinoso dilema de Lorenzo, Brooke estaba vistiéndose para salir, lo cual era un auténtico desafío con la ropa que tenía en el vestidor. Sabía que no tenía que ir de negro para darle sus condolencias a la madre del chófer muerto en el accidente, pero le parecía una cuestión de respeto ponerse algo con lo que al menos no pareciera que iba a una fiesta.
Finalmente escogió una falda de tubo de color azul marino y una blusa de seda a rayas, pero no conseguía que le subiera la cremallera de la falda, y tuvo que quitársela mientras admitía para sus adentros con una mueca de contrariedad que estaba claro que había puesto peso.
Cambió la falda por unos pantalones oscuros sueltos y al salir de la casa por primera vez desde su llegada se sentía más fuerte, y aliviada de que por fin hubiera reunido el valor suficiente para hacer lo que sentía que tenía que hacer para cerrar en su mente el episodio del accidente.
La secretaria de Lorenzo había parecido sorprendida cuando la había llamado, pero le había facilitado el teléfono y la dirección de la madre del chófer fallecido. Lorenzo había puesto otro coche y otro chófer a su disposición, y cuando el vehículo cruzó las puertas de la verja de la propiedad, se puso las gafas de sol y agachó la cabeza para evitar que los fotógrafos que había a ambos lados pudieran sacar una imagen de ella.
A la madre del chófer le gustaron mucho las flores que Brooke le llevó, y agradeció tener la oportunidad de hablarle de su hijo fallecido. Se refirió en varios momentos a las cuantiosas propinas que ella solía darle cuando la llevaba, y Brooke sonrió, aliviada de saber que al menos había sido una persona generosa antes del accidente.
El visitar la tumba de Milly Taylor, sin embargo, la puso de un humor sombrío. Aunque había intentado averiguar algo más sobre ella, solo parecía haberla conocido la dueña de la cafetería donde había estado trabajando antes de morir, y ese sería el siguiente lugar al que fuera.
La lápida era muy sencilla. Brooke depositó sobre ella las flores que había comprado y suspiró, preguntándose si aquella joven habría sido su amiga. Parecería lógico que al menos hubiera tenido una amiga, ¿no? Sin embargo, se le antojaba extraño que hubiese trabado amistad con alguien de un extracto social tan distinto del suyo. ¿Qué podrían haber tenido en común?
La cafetería no estaba muy lejos del cementerio, así que le dijo al chófer que iría andando, y le pidió que la recogiera pasada media hora.
De camino allí pasó por un quiosco de prensa y la portada de una revista llamó su atención. En una esquina había una fotografía suya y debajo un titular que decía: ¿Divorcio o reconciliación?.
–Si quiere leerla, tendrá que comprarla –le dijo el vendedor, malhumorado, cuando tomó la revista para mirarla.
Brooke se puso colorada y sacó el dinero de su monedero para pagarle. Se quedó parada en medio de la calle leyendo el artículo que venía en el interior de la revista, y su estupor fue en aumento. Tenía el estómago revuelto y se sentía mareada. De pronto todo lo que había creído saber sobre Lorenzo y sobre sí misma se estaba tambaleando. ¿Rumores o infidelidades? Sí, había visto esas fotos de ella en distintos clubes nocturnos con otros hombres, pero había dado por hecho que eran contactos de trabajo o conocidos de su círculo social; jamás habría pensado que…
Lorenzo tenía un viaje de negocios a Italia y se marchaba esa misma noche y estaría fuera una semana. Si quería hablar con él no podía esperar; tenía que verlo de inmediato…
Capítulo 6
ESTÁ AQUÍ su esposa, señor Tassini –informó a Lorenzo su secretaria–. Dice que necesita hablar con usted.
Sorprendido, pues Brooke jamás había ido al banco a verlo, Lorenzo se levantó de inmediato de su escritorio y le dijo a su secretaria que la hiciera pasar.
Brooke entró y su secretaria cerró para dejarlos a solas. Nada más verla, Lorenzo supo que había ocurrido algo malo. Tenía la mirada perdida, estaba muy pálida y se había detenido a unos pasos de él entre vacilante y tensa.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó en un tono quedo–. Debería alegrarme porque es la primera vez que sales de casa desde que abandonaste la clínica, pero tienes mala cara.
–Perdona, no debería haber venido a tu lugar de trabajo –murmuró Brooke. Le había impactado tanto la noticia que ni se le había pasado por la cabeza que no era lo más acertado–. Debería haber esperado a que llegaras a casa. Será mejor que me marche; ya hablaremos antes de que te vayas al aeropuerto.
–No, espera –dijo Lorenzo, rodeando la mesa y acercando una silla–. Siéntate; es evidente que hay algo que te preocupa. ¿Quieres una taza de té?, ¿o un café?
–Un café estaría bien –respondió ella, con la esperanza de que la cafeína hiciera que se asentaran un poco sus revueltas emociones. Se sentía como si el suelo se hubiera hundido bajo sus pies.
Dependía demasiado de Lorenzo, admitió desolada para sus adentros. Desde que había despertado del coma había construido toda su vida en torno a él, y la idea de que su matrimonio no fuera más que un cruel espejismo la había hecho derrumbarse y se hallaba a la deriva en un mar de inseguridad y arrepentimiento.
Lorenzo le tendió el café que le había pedido, y al tomar el platillo y la taza la alivió tener algo con lo que poder