una serie de puntos erógenos que desconocía. Al notar que le soltaba el enganche del sujetador se inquietó porque estaban en el exterior y, aunque aquella era una zona rural, podría haber gente en los alrededores.
–No quiero que me vean desnuda –murmuró nerviosa, girándose hacia él entre sus brazos. Al ver el modo en que Lorenzo la miró, como sorprendido de que se sintiera cohibida, se temió que su reacción pudiera sofocar su pasión–. Quiero decir que… bueno, podría haber gente trabajando en los viñedos, o cerca.
Lorenzo se rio suavemente, la levantó en volandas, como si no pesara nada, y la llevó dentro para sentarla al borde de la cama. Inclinándose sobre ella le quitó el sujetador con tanta facilidad que Brooke no pudo sino admirar su pericia y se encontró murmurando:
–Debes haber estado con muchas mujeres.
En cuanto esas palabras abandonaron sus labios contrajo el rostro, preguntándose por qué lo habría dicho, y sintió que le ardían las mejillas.
Lorenzo la miró sorprendido.
–Tampoco tantas. Supongo que lo normal, antes de que nos casáramos –respondió.
–¿Quieres decir que desde entonces no…? –balbució ella–. Me refiero a que… bueno, estábamos separados… y yo he estado más de un año en coma…
–No he estado con ninguna otra mujer desde que nos casamos –le dijo Lorenzo–. El día de nuestra boda, al pronunciar los votos matrimoniales, prometí serte fiel, y yo no falto a mis promesas.
Aquel era un tema controvertido, reconoció Brooke intranquila para sus adentros, aunque no podía dejar de impresionarla esa lealtad, a la que seguramente muchos hombres habrían faltado durante una separación. Era algo más por lo que debía sentirse afortunada. Al confesarle eso Lorenzo la había hecho muy feliz, y la había reafirmado en su convicción de que merecía la pena intentar salvar su matrimonio. No había buscado sexo ni consuelo en otra mujer durante todo ese tiempo, y eso decía mucho de la clase de persona que era. Quería volver a decirle que lo amaba, pero se tragó las palabras porque pensó que a él le parecerían vacías en ese momento.
–Nos estamos poniendo demasiado serios –le dijo Lorenzo con una media sonrisa.
–Es culpa mía –murmuró ella–; soy yo la que me he puesto a hacer preguntas incómodas.
–Puedes hacerme las preguntas que quieras –la tranquilizó él, yendo a cerrar la puerta.
Mientras lo veía quitarse la chaqueta, la corbata y los zapatos, Brooke tragó saliva, preguntándose por qué siempre se sentía tan tímida con él, por qué en ese momento quería tapar sus senos desnudos. Llevaban años casados; no tenía sentido. Además, que se sintiera tan cohibida se contradecía con todo lo que había descubierto sobre su yo antes del accidente. Las mujeres que eran tímidas o a las que les daba vergüenza mostrar su cuerpo no se ponían pantalones cortísimos ni minifaldas.
Y Lorenzo tampoco podía decirse que fuera precisamente tímido, se dijo mientras lo veía avanzar hacia la cama, completamente desnudo, como un sensual depredador de piel bronceada y músculos esculpidos.
El solo mirarlo la abrumaba porque todavía no acababa de comprender cómo un hombre tan rico, poderoso e importante podía haberse casado con ella. Y esa baja autoestima que tenía… ¿de dónde venía? Se suponía que era una mujer con confianza en sí misma, con un fondo fiduciario, que a su manera también había disfrutado de éxito profesional. ¿Podría ser que, aunque siempre había mostrado esa fachada de cara a los demás, para sus adentros hubiera sido una persona insegura?
–Dio… Estoy impaciente por estar dentro de ti… –murmuró Lorenzo con voz ronca.
Esas palabras tan gráficas hicieron que un rubor subiera desde el pecho de Brooke hasta su cara, y volvió a sentirse como un pez fuera del agua, como en la primera noche que había pasado con él.
–¿Qué pasa? –inquirió él, al ver lo tensa que se había puesto.
–No lo sé –balbució ella.
Se apresuró a acabar de quitarse el vestido y descalzarse para meterse bajo las sábanas. Se sentía tremendamente incómoda con Lorenzo mirándola de ese modo suspicaz. Siempre parecía darse cuenta de sus inseguridades, y no solo era embarazoso, sino que además la ponía nerviosa porque la hacía perder la compostura.
–¡Pero si te has puesto colorada! –exclamó Lorenzo riéndose, como si lo divirtiera haber conseguido esa proeza.
–¿Por qué has tenido que decirlo? –protestó Brooke–. No sé por qué, todavía siento estos momentos de intimidad contigo como algo nuevo, a lo que no estoy acostumbrada. Sé que es una bobada, pero es así.
–No es una bobada –replicó él, a pesar de que le parecía imposible que nada pudiera azorar a Brooke–. Perdona, ahora me doy cuenta de que estoy siendo muy poco sensible.
–No, es que yo me siento como… fuera de lugar –replicó ella, y alargó la mano para estrechar la de él, en un intento por salvar las distancias entre ellos.
Lorenzo dejó de intentar explicarse lo inexplicable y se metió en la cama junto a ella. Mientras besaba a Brooke comenzó a acariciarle un pezón. Sin embargo, de nuevo se encontró dándole vueltas a los cambios que se habían producido en ella. ¿Cuándo se había vuelto tan seria? ¿Y cuándo había empezado él a comportarse como si aquella solo fuese una identidad temporal de la «verdadera» Brooke?
El caso era que allí estaba él, loco de deseo por la mujer de la que se quería divorciar, como si fuese una droga. Por primera vez desde el accidente se encontró queriendo alejarse de ella, pero entonces Brooke entrelazó sus dedos con los de él, despegó sus labios de él para mirarlo y la sonrisa que iluminó su rostro hizo que se evaporaran todos esos pensamientos.
Cuando empezó a besarlo de nuevo, enroscando su lengua con la de él, Lorenzo sintió que su miembro se endurecía. Se colocó sobre ella y la sujetó por las manos, permitiéndose dar rienda suelta a su pasión.
Brooke notó ese cambio en su actitud y respondió con deleite a sus besos, comprendiendo que había estado a punto de ahuyentarlo con sus inseguridades. Hundió los dedos en su pelo negro y gimió y arqueó la espalda cuando él agachó la cabeza para mordisquear uno de sus pezones. Las hábiles manos de Lorenzo descendieron por su cuerpo, aproximándose a la unión entre sus muslos. Y entonces, cuando la tocó, sus caderas se levantaron del colchón y un grito ahogado escapó de sus labios.
–Estás tan húmeda, tan dispuesta… –murmuró Lorenzo satisfecho.
Hizo que se girase y se pusiese de rodillas frente a él, con los antebrazos apoyados en el colchón. Cuando la penetró de una embestida, todo el cuerpo de Brooke se tensó. El placer que la sacudió era electrizante. Los latidos de su corazón se dispararon y se le cortó el aliento. Lorenzo empezó a mover las caderas, y cada poderosa embestida le provocaba una nueva oleada de placer, como un intenso seísmo que la hacía estremecer e incrementaba la tensión en su pelvis.
Sus músculos internos se contrajeron, y el increíble clímax que le sobrevino la hizo gritar de gusto y hasta se le saltaron las lágrimas. Sin embargo, Lorenzo no se detuvo, sino que siguió sacudiendo las caderas contra las suyas, y empezó a sentir que la tensión volvía a escalar en su pelvis, y bastó con que sus dedos tocaran la parte más sensible de su cuerpo para que se desatara en su interior un nuevo orgasmo.
Se derrumbó sobre el colchón mientras oía a Lorenzo gruñir de satisfacción. La hizo girarse de nuevo y la besó de un modo muy sensual que la hizo estremecerse de nuevo.
–No pienso volver a moverme en lo que me queda de vida –le aseguró Brooke, exhausta.
–El helicóptero viene a recogerme a las dos, pero estaré de vuelta esta noche, sobre las nueve –le dijo él, mirándola a los ojos–. Así que aprovecha para descansar esta tarde, porque esta noche no vas a dormir mucho, cara mia.
–Promesas, promesas…