dejándose maltratar por Brooke de esa manera. Durante todo ese tiempo había ignorado la frialdad de Brooke hacia ella, con la esperanza de que llegase a aceptarla como su hermana y dejase atrás el pasado, superando el dolor que le habían causado su madre y el padre de ambas. Pero ahora se daba cuenta de que Brooke seguía tan furiosa y resentida con ella como cuando se habían conocido.
Brooke guardó su kit de maquillaje y volvió a decirle al chófer en un tono agrio que acelerara. La lluvia estaba cayendo con mucha más fuerza y chorreaba por los cristales, dificultando la visibilidad.
–Está será la última vez que me haga pasar por ti –le dijo Milly, en un tono quedo pero firme–. De hecho, para serte sincera, desearía no haberlo hecho nunca.
–¡Por amor de Dios! ¿Tienes que enfurruñarte precisamente ahora? –le espetó Brooke airada.
–No me estoy enfurruñando, y no pienso dejarte tirada –respondió Milly con voz tirante–, pero cuando esto se haya acabado, no volveré a hacerme pasar por ti.
Brooke esbozó una sonrisa encantadora y le apretó la mano.
–Perdona si he perdido los nervios, pero es que esta oportunidad ha surgido tan de repente, y estoy tan estresada… –le dijo melosa–. Mira, ya no falta nada para llegar al hotel. Recuerda que no debes hablar más de lo estrictamente necesario con los empleados; yo no charlo con gente irrelevante. Quédate en la suite y haz que te suban el desayuno, el almuerzo y la cena. Y no comas porquerías. Todo el mundo sabe que llevo una alimentación muy sana, y dentro de poco tengo pensado subir a mi canal de YouTube un vídeo con unos ejercicios para mantenerse en forma. Recuérdalo: no debes dejarte ver. Es lo que espera la gente; saben que mi matrimonio se ha acabado y parecería insensible si no diese la impresión de que lo estoy pasando muy mal y necesitara pasar unos días a solas, apartada de todo.
Milly no se dejó engañar por aquella sonrisa falsa ni por sus disculpas. Estaba claro que Brooke solo estaba mostrándose amable con ella porque temía que la dejara plantada en el último minuto, y la entristecía ver que pudiera ser tan falsa cuando ella había llegado a sentir por ella un afecto sincero.
De repente el chófer, que había acelerado para contentar a Brooke, frenó bruscamente y dio un volantazo. Milly miró hacia delante y vio aterrada que estaba intentando esquivar un camión que se había saltado un semáforo en rojo e iba hacia ellos.
Milly se preparó para el impacto, rezando en silencio, y trató de agarrar a Brooke de la mano, pero estaba inclinada hacia delante, chillándole al conductor, y no podía alcanzarla. Se oyó un horrible crujido metálico cuando chocaron y el golpe sacudió todos sus huesos. Una ola de insoportable dolor la envolvió. Brooke… «¡Brooke…!», quiso gritar, presa de horror, al recordar que su hermana se había quitado el cinturón y no había vuelto a ponérselo, pero una densa oscuridad la engulló poco a poco y perdió el conocimiento.
Lorenzo Tassini, el banquero más excepcional de su generación y reconocido genio de las finanzas, estaba de muy buen humor porque esa mañana Brooke, que pronto sería su exmujer, por fin había firmado los papeles del divorcio.
Ya estaba hecho. Dentro de unas semanas sería libre, libre al fin, de una esposa que le había mentido, que le había engañado acostándose con otros, y que había dado pie a un sinfín de vergonzantes titulares en los periódicos.
Brooke confiaba en que su notoriedad la ayudase a abrirse paso en la industria del cine para labrarse una carrera como actriz. Él la despreciaba, pero se culpaba más a sí mismo por haber cometido el error de casarse con ella, que a Brooke por cómo lo había decepcionado. Echando la vista atrás, apenas podía comprender la locura que se había apoderado de él al conocer a Brooke Jackson. Sin duda la lujuria que había despertado en él había sido su perdición.
Su belleza lo había hipnotizado, pero los dos años que habían estado juntos habían generado en su interior rabia y resentimiento. La felicidad ilusoria que había experimentado al principio había durado muy poco. Pronto se había dado cuenta de que era imposible hacer realidad su sueño de crear un hogar y formar una familia junto a una mujer que no quería tener hijos y que no quería pasar tiempo con él a no ser que fuera en un ruidoso club nocturno.
Claro que… ¿qué sabía él lo que era un hogar feliz, o tener una familia? Había crecido en un antiguo palacete en Italia, con un padre a quien le importaban más sus calificaciones académicas que su felicidad, y había sido criado y educado por una sucesión de estrictas niñeras y tutores.
Las traiciones de Brooke habían aniquilado sus sueños de una vida familiar normal, de un hogar cálido. Había dejado atrás todos esos anhelos absurdos. No necesitaba nada de eso; era un hombre muy, muy rico y libre de todo tipo de ataduras. No volvería a casarse, y tampoco tendría hijos porque, con el mal ejemplo que había tenido, estaba seguro de que sería un pésimo padre.
Iba a salir a almorzar cuando llamaron por teléfono. Era la policía. La limusina en la que iba Brooke se había visto involucrada en un accidente. Se quedó paralizado al oír los detalles que le relató el agente al otro lado de la línea: su esposa estaba gravemente herida y la habían ingresado en la unidad de cuidados intensivos; el chófer, que trabajaba para él, había muerto, y también la otra mujer que iba a bordo. ¿Qué otra mujer?, se preguntó aturdido.
Visitaría a la familia del chófer en cuanto le fuera posible para darles sus condolencias, decidió de inmediato tras colgar el teléfono. Y aunque ya no pensara en Brooke como su esposa, sabía que no tenía ningún pariente y era su responsabilidad moral hacerse cargo de ella. Por eso, se fue derecho al hospital. Hacía mucho que había perdido el aprecio y el respeto a su mujer, pero jamás le desearía mal alguno.
Cuando Lorenzo llegó al pabellón de urgencias había un par de policías esperándole. Querían hacerle unas preguntas sobre la otra mujer, la que había muerto en el accidente. Según el pasaporte que habían encontrado se llamaba Milly Taylor, pero Lorenzo nunca había oído ese nombre ni sabía quién era.
La policía pensaba que tal vez también hubiera sido una extraña para la propia Brooke, que quizá, como estaba lloviendo tanto, se había ofrecido a llevarla porque le pillaba de paso. A Lorenzo le costaba imaginar a Brooke haciendo de buena samaritana y contestó que tal vez fuera una de las maquilladoras o estilistas a cuyos servicios recurría con frecuencia.
Se preguntó si el accidente habría sido culpa del conductor, y por ende culpa suya también por haber permitido a Brooke el capricho de seguir usando una de sus limusinas hasta que estuvieran oficialmente divorciados.
Aunque el acuerdo prematrimonial que habían firmado antes de la boda le aseguraba un férreo control para evitar que sus bienes acabasen en sus garras, se había mostrado generoso con ella. Además de dejar que siguiese haciendo uso de la limusina, le había comprado un lujoso apartamento para que viviese en él cuando abandonase Madrigal Court, su casa de campo. De hecho, ya le había entregado las llaves, pero Brooke aún no se había mudado porque le gustaba demasiado la comodidad de contar con un servicio pagado que le cocinaba, limpiaba, lavaba la ropa… ¡Madre di Dio…!, ¿cómo podía estar pensando esas cosas en un momento tan grave?, se reprendió.
La policía le aseguró que el accidente no había sido culpa de su chófer. Un camionero extranjero había girado en la calle equivocada, le había entrado el pánico en medio del intenso tráfico y se había saltado un semáforo en rojo, provocando el accidente.
Brooke había sufrido un severo traumatismo craneal y el neurocirujano que estaba a punto de operarla le advirtió que era posible que no sobreviviera a la intervención. Lorenzo se pasó horas paseándose arriba y abajo por la sala de espera, rumiando los demás detalles que le habían dado sobre su estado: le habían dicho que Brooke tenía múltiples cortes y golpes en la cara y aunque solo había podido verla unos segundos cuando habían pasado con ella en una camilla, camino del quirófano, había podido comprobar hasta qué punto el accidente había desfigurado sus facciones. Sabiendo lo importante que era para Brooke su apariencia, sintió lástima de ella. Si sobrevivía, se aseguraría de conseguirle al mejor cirujano plástico para que pudiera volver a mirarse al espejo sin sentirse