importantes y de 70 fábricas, dirigida por los bolcheviques, declaraba que «la causa de los obreros de Putilov es la causa de todo el proletariado de la ciudad», y exhortaba a los obreros de la fábrica de Putilov a «contener su legítimo descontento». La huelga fue aplazada. Pero en los doce días siguientes no sobrevino cambio alguno. La masa obrera de las fábricas se agitaba, buscando una salida. Cada fábrica tenía planteado su conflicto, y todos estos conflictos juntos llegaban a las alturas, al gobierno. El sindicato de brigadas de locomotoras decía en una nota enviada al ministro de Vías y Comunicaciones: «Lo diremos por última vez: la paciencia tiene sus límites. No nos sentimos con fuerzas para seguir viviendo en esta situación». Era una queja que nacía no sólo de la necesidad y el hambre, sino también de la duplicidad, la indecisión, la falsedad del gobierno. La nota protestaba con especial acritud contra «los llamamientos constantes que se nos dirigen, apelando al deber cívico y a la abstinencia».
En marzo, el Comité Ejecutivo había traspasado los poderes al gobierno provisional, a condición de que no se sacaran de Petrogrado las tropas revolucionarias. Pero ya nadie se acordaba de eso. La guarnición había evolucionado hacia la izquierda, los dirigentes de los soviets, hacia la derecha. La pugna contra la guarnición estaba constantemente a la orden del día. Y si el gobierno no se atrevía a sacar todos los regimientos de la capital, so pretexto de necesidades estratégicas, los más revolucionarios veíanse sistemáticamente diezmados por la sangría de las compañías enviadas de maniobras. Constantemente estaban llegando a la capital noticias relativas a la disolución en el frente de regimientos insubordinados y a la negativa a cumplir las órdenes de ataque que se les daban. Dos divisiones siberianas —no hacía mucho, los tiradores siberianos eran considerados como los mejores elementos— habían sido disueltas por la fuerza. Ante la negativa a cumplir las órdenes que se les habían dado, fueron encausados solamente en el 5° Ejército, situado cerca de la capital, 87 oficiales y 12.725 soldados. La guarnición de Petrogrado, en la cual se acumulaba el descontento del frente, de la aldea, de los barrios obreros y de los cuarteles, se hallaba en un estado de permanente agitación. Los soldados barbudos de cuarenta años exigían con histérica insistencia que se les licenciara, que se les mandara a casa para atender a los trabajos del campo. Los regimientos situados en el barrio de Viborg —el 1° de Ametralladoras, el 1° de Granaderos, el de Moscú, el 180° de Infantería y otros— estaban constantemente bajo la ardiente influencia de los suburbios proletarios. Millares de obreros desfilaban diariamente por delante de los cuarteles; entre ellos, había no pocos incansables agitadores bolcheviques. Bajo aquellos sucios muros se celebraban mítines y más mítines, casi sin interrupción. El 22 de junio, cuando todavía no se había extinguido el eco de las manifestaciones patrióticas provocadas por la ofensiva, se atrevió a aventurarse en la perspectiva Sampsonievskaya, imprudentemente, un automóvil de Comité Ejecutivo con unos cartelones que decían: «¡Adelante por Kerenski!». El regimiento de Moscú detuvo a los agitadores, rompió los carteles y mandó el automóvil patriótico al regimiento de ametralladoras.
En general, los soldados eran más impacientes que los obreros, porque vivían directamente bajo la amenaza de ser enviados al frente y porque les costaba mucho más trabajo asimilarse las razones de estrategia política. Además, tenían un fusil en la mano, y desde febrero, el soldado propendía a exagerar su fuerza. Lihdin, un viejo obrero bolchevique, contaba más tarde que los soldados del 180° Regimiento le decían: «¿Qué hacen los nuestros en el palacio de la Kchesinskaya: están durmiendo? ¿Por qué no echamos nosotros mismos a Kerenski?». En las asambleas de los regimientos se votaban resoluciones sobre la necesidad de decidirse, por fin, a emprender el ataque contra el gobierno. En los regimientos, se presentaban constantemente delegados de las fábricas y preguntaban si los soldados se echaban a la calle. Los soldados del regimiento de ametralladoras envían a los cuarteles delegados incitando a los soldados a levantarse en armas contra la continuación de la guerra. Los delegados más impacientes añaden: «Los regimientos de Pavl y de Moscú y 40.000 obreros de Putilov se lanzarán mañana a la calle». Las exhortaciones oficiales del Comité Ejecutivo no surten ningún efecto. Cada vez se hace más agudo el peligro de que Petrogrado, no apoyado por el frente y la provincia, sea vencido. El 21 de junio, Lenin, desde la Pravda, exhorta a los obreros y soldados de Petrogrado a esperar hasta que los acontecimientos impulsen a las reservas pesadas a ponerse al lado de la capital. «Nos hacemos cargo de la amargura, de la excitación de los obreros de Petrogrado. Pero les decimos: compañeros, en estos momentos la acción sería nociva». Al día siguiente, una reunión privada de directivos bolcheviques, que, al parecer eran más «izquierdistas» que Lenin, llegaba a la conclusión de que, a pesar del estado de espíritu de los soldados y de las masas obreras, no era aún posible aceptar la batalla: «Es mejor esperar a que, con la ofensiva iniciada, los partidos dirigentes se cubran definitivamente de oprobio. Entonces, tendremos la partida ganada».
Así lo cuenta Latsis, organizador de barriada y uno de los elementos más importantes por aquellos días. El Comité se ve obligado, cada vez con más frecuencia, a enviar a los regimientos y a las fábricas agitadores con el fin de evitar que se lancen a una acción prematura. Los bolcheviques Viborg, meneando la cabeza, se lamentan entre sí: «Tenemos que hacer de manguera para apagar el fuego».
Sin embargo, las incitaciones a lanzarse a la calle no cesaban. Entre ellas, había no pocas que tenían un carácter evidente de provocación. La Organización Militar de los bolcheviques se vio obligada a dirigirse a los soldados y a los obreros con un manifiesto en el que se decía: «No deis crédito a ningún llamamiento que se os haga en nombre de la Organización Militar para que os echéis a la calle. La Organización Militar no ha hecho ningún llamamiento en este sentido». Y más adelante, todavía con mayor insistencia: «Exigid de todo orador que os incite a la acción en nombre de la Organización Militar que os presente la credencial con la firma del presidente y del secretario».
En la famosa plaza del Ancora, de Kronstadt, donde los anarquistas levantan la voz cada día con más firmeza, se prepara un ultimátum tras otro. El 23 de junio, los delegados de la citada plaza, prescindiendo del Soviet de Kronstadt, exigen del Ministerio de Justicia que ponga en libertad al grupo de anarquistas de Petrogrado, amenazando, en caso contrario, con el asalto de la cárcel por los marinos. Al día siguiente, los representantes de Orienbaum declaran al ministro de Justicia que su guarnición está tan agitada como la de Kronstadt con motivo de las detenciones efectuadas en la casa de campo de Durnovo, y que «se están limpiando ya las ametralladoras». La prensa burguesa cogía al vuelo estas amenazas y se las metía por las narices a sus aliados conciliadores. El 26 de junio llegaban del frente a su batallón de reserva los delegados del regimiento de Granaderos de la guardia y declaraban: «El regimiento está contra el gobierno provisional, exige que todo el poder pase a los soviets y se niega a tomar parte en la ofensiva ordenada por Kerenski». Esto expresa el temor de que el Comité Ejecutivo se haya pasado a los burgueses con los ministros socialistas. El órgano del Comité Ejecutivo dio cuenta de esta visita en un tono de reproche.
Hervía como una caldera no sólo Kronstadt, sino toda la escuadra del Báltico, que tenía su base principal en Helsingfors. El mejor elemento con que contaban los bolcheviques en la escuadra era indiscutiblemente Antónov-Ovséyenko, que había participado ya, siendo un oficial joven, en la sublevación de Sebastopol de 1905. Menchevique durante los años de la reacción, emigrante internacionalista durante la guerra, colaborador de Trotsky en París, en el diario Nashe Slovo (NuestraPalabra), bolchevique a su regreso de la emigración, hombre políticamente vacilante, pero dotado de valor personal, y aunque impulsivo y desordenado, capaz de iniciativa e improvisación, Antónov-Ovséyenko, poco conocido todavía en aquellos años, ocupó en los acontecimientos ulteriores de la revolución un puesto bastante considerable. «En el Comité del partido de Helsingfors —cuenta en sus Memorias— comprendíamos la necesidad de esperar y de organizar una preparación seria. Teníamos, además, indicaciones del Comité Central en este sentido. Pero nos dábamos cuenta de que el estallido era inevitable y volvíamos inquietos la mirada a Petrogrado». Los elementos explosivos se iban acumulando asimismo aquí de día en día. El segundo regimiento de ametralladoras, más rezagado que el primero, adoptó una resolución en favor de la transmisión del poder a los soviets. El tercer regimiento de Infantería se negó a dejar salir a 14 compañías para las maniobras. Las asambleas de los cuarteles tomaban un carácter