Stella Bagwell

Un mal comienzo


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propósito para hacerte daño. ¡Y yo no tenía ni idea que la Maureen que mencionaste en el hospital era esta! Sólo dijiste que ella te ofreció llevarte un día hasta el campamento. No sabía que fuese geólogo ni que trabajase para una compañía petrolera. Pensé que era una novia que te habías echado por allá.

      –Mira, papá, aunque ella no lo hubiese hecho intencionalmente, tiene un montón de otros problemas –al ver la impaciencia en el rostro de su padre, lanzó un profundo suspiro–. No creo que pueda trabajar con ella ni dos días, ni siquiera dos horas.

      Wyatt se cruzó de brazos y le lanzó una seria mirada.

      –Pues bien, dime el tipo de problemas que tiene.

      –Es imprudente. Siempre cree tener la razón. Obcecada. Irrespetuosa.

      –Es decir que es muy parecida a ti.

      –Papá, ya sabes lo que quiero decir. Es… bueno, es una mujer en un mundo de hombres. No encaja.

      –Es más que todos los hombres que he entrevistado. Será una buena baza para la empresa.

      –Si me encuentras a alguien más con quien trabajar, puedes reducir mi salario a la mitad.

      Wyatt arqueó las cejas.

      –¡Lo dices en serio!

      –Completamente –le respondió Adam.

      Wyatt le escrutó el rostro largo rato. Ya conocía esa expresión en el rostro de su hijo. Obcecado, desafiante, incluso un poco temerario. Y sintió que el tiempo volvía atrás treinta años y se estaba mirando al espejo.

      –Pues yo también hablo en serio –le dijo a su hijo–. Veo que permites que tus emociones personales interfieran con el verdadero propósito aquí. Sacar petróleo y gas, y hacérselo llegar al consumidor.

      Inclinando la cabeza, Adam metió las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y se miró las puntas de las botas. ¡Las botas que había tenido que cortar! Intentó no pensar en ello en ese momento. Probablemente también podía perdonar que Maureen lo hiciese salir disparado del Jeep sin capota. Pero, ¿podría estar cerca de ella un día sí y otro también? Esa mujer lo alteraba de formas que no quería pensar.

      –No tengo sentimientos personales hacia Maureen York –dijo abruptamente.

      –No dabas esa impresión hace unos momentos cuando casi le arrancas la cabeza a mordiscos –señaló Wyatt–. Vosotros… ¿pasó algo entre vosotros en Sudamérica?

      Adam pareció ofendido por el comentario de su padre.

      –¡Papá, la señorita York debe tener cerca de treinta años!

      La expresión de Wyatt se tornó irónica.

      –¿Desde cuando te han detenido unos años de diferencia?

      Adam tuvo la elegancia de ruborizarse.

      –Bueno, quizás ella no sea mayor que yo. Pero te puedo decir con certeza que no es mi tipo en absoluto.

      –Fenomenal –dijo Wyatt y le dio una palmada de aliento en el hombro–. Entonces no será un problema para ti volver a mi oficina y asegurarle que te causará mucha ilusión trabajar con ella.

      –Haré lo posible por mentir.

      –Créeme, Adam –rio Wyatt–, dentro de unos meses me agradecerás que la haya contratado.

      Maureen ya casi había decidido no esperar más cuando la puerta de la oficina se abrió y Adam Murdock Sanders entró en la habitación. Ella inmediatamente se puso de pie y entrelazó las manos tras la espalda.

      –¿Dónde está el señor Sanders? –preguntó sin preámbulos.

      –Yo soy el señor Sanders con quien trabajará. Mi padre se ha ido a casa a nuestro rancho.

      Maureen se humedeció los labios e hizo un esfuerzo por permanecer calmada. Nunca había sido una persona que se dejase llevar por los sentimientos. Ese era uno de los motivos por los que tenía éxito a pesar de su sexo. Pero ese joven tenía algo que la hacía alterarse como nunca.

      –Mire señor San… señor Murdock Sanders –se corrigió intencionadamente–, creo que usted y yo sabemos que nunca podremos trabajar juntos.

      Adam estaba totalmente de acuerdo. Pero según su padre había dicho hacía unos minutos, en esta ocasión tendría que dejar sus sentimientos de lado. Esa mujer con aspecto sensual era una científica muy inteligente. Había estado con ella menos de un día, pero ese poco tiempo había sido lo suficiente para llegar a la conclusión de que ella conocía su profesión.

      Se dirigió hacia el escritorio y apoyó la cadera en él.

      –Estoy dispuesto a probar.

      –¿Porque su padre se lo ha impuesto?

      Adam intentó no irritarse ante la pregunta.

      –Wyatt no me fuerza a hacer nada. No es ese tipo de padre. Y yo no soy ese tipo de hijo.

      Bastaba mirarlo para darse cuenta de que no era un hombre al que se pudiera mangonear. A pesar de ser joven, ya tenía una enorme presencia. Y no era solo su aspecto físico, aunque el cielo sabía cómo la visión de sus anchos hombros y delgado cuerpo la sacudían hasta el tuétano.

      –Sí. Lo creo. No me lo imagino cediendo ante nadie.

      Adam la miró para descubrir a qué se refería, pero al recorrerle con la vista los altos pómulos, la dorada piel, los ojos color chocolate y los labios maquillados color cereza, se olvidó para qué la miraba. El contraste de esos labios contra el resto de su cara era lo más erótico que Adam recordaba haber visto en una mujer.

      –Mire, señorita York, me doy cuenta de que no nos conocemos demasiado y…

      –Cuatro horas como máximo –lo interrumpió ella.

      Adam asintió y se dirigió a una mesita donde había una cafetera con tazas. Sentía que se ahogaba.

      –¿Café? –ofreció.

      –Gracias, solo, por favor.

      Él sirvió dos tazas y le llevó una. Aunque su intención era dársela y alejarse inmediatamente, pero como había descubierto en el poco tiempo que habían compartido, cuando se acercaba a ella no era dueño de sus actos. Se quedó a un paso de ella y volvió a mirarle los rojos labios.

      –Me doy cuenta de que no quería matarme. Solo lo pareció.

      –Créame, señor Sanders, si hubiera intentado matarlo, habría encontrado una forma más fácil y sencilla que hacer que saliese disparado de un Jeep.

      Tomó un trago del café, hizo un gesto de disgusto ante el amargo sabor y luego lo miró. Tenía facciones fuertes y huesudas, la piel morena por el sol y los ojos verdes como esmeraldas húmedas. Su pelo era del color de la caoba brillante y le caía sobre la frente en una onda. Si tuviera que describir su aspecto con una sola palabra, diría que tenía un atractivo sexual.

      –¿Cree en realidad que podremos trabajar juntos? –le preguntó.

      Adam no podía imaginarse haciendo ningún tipo de trabajo junto a esa mujer, pero se cuidó bien de decirlo. Sanders Gas and Exploration necesitaba un buen geólogo desesperadamente. Si iba a ser Maureen York, entonces tendría que hacer un esfuerzo y concentrarse en ser profesional.

      –Si usted puede olvidar la primera vez que nos vimos, yo también puedo –dijo.

      Ella olía a lilas y antes de poder controlarse, un montón de preguntas lo asaltaron.

      –Muy generoso de su parte –respondió ella.

      Adam dejó escapar el aire que estaba conteniendo. Si la memoria no le fallaba, lo único que ella le había dicho era que estaba divorciada y que llevaba diez años trabajando de geólogo. Aparte de eso, no tenía ni idea de dónde provenía o de cómo su padre la había logrado seleccionar de una larga lista