Liliana Kaufmann

Soledades


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infantil; de mirada abierta, fija en el vacío. Destacó además unos labios congelados en una expresión que sonríe a la nada y que parece estar al borde de las lágrimas.

      El mito del golem también aparece mencionado en obras literarias que luego serían reconocidas como cuentos populares infantiles, tales los casos de Frankenstein, Aventuras de Pinocho y El pequeño soldadito de plomo.

      Podríamos citar muchísimos ejemplos más; sin embargo, tanto en la literatura como en el campo general del arte, el Golem se encuentra presente en personajes que recrean el nacimiento del ser humano a partir de infundir vida a un trozo de materia inanimada.

      Con la intención de señalar el momento preciso en que el hombre fue capaz de superar las limitaciones del pensamiento mítico para referirse al autismo, se incluyen a continuación diferentes especulaciones teóricas que intentan explicar sus causas y rasgos propios.

       Podemos decir que hemos cruzado el umbral del mito solo cuando advertimos una repentina coherencia entre incompatibles.

      CALASSO (1990: 88)

      El mito de la soledad del autista viene de la mano de Leo Kanner (1992). Este psiquiatra austríaco con residencia en Estados Unidos aisló y describió el autismo como una entidad nosológica con criterios diferenciales en relación con la esquizofrenia. Para él, el autista no es como el esquizofrénico, un sujeto que se retira del mundo, sino más bien un sujeto que no llega a entrar en él. Desde su perspectiva, es observable entre los 12 y 18 meses de vida, momento en que se produce una detención –a la vez que un retraimiento a momentos anteriores del desarrollo– de ciertos procesos vinculados a la experiencia interactiva: compartir la atención, la afectividad y los deseos.

      En 1943 Kanner publica un artículo en la revista Nervous Child titulado “Las alteraciones autistas del contacto afectivo”. Allí relata once casos de niños a los que tuvo ocasión de tratar. Los sigue con notable precisión en sus descripciones clínicas y pone en circulación un segundo trabajo sobre ellos, en el que no se muestra demasiado optimista ni se refiere a progresos concretos después del informe original. En uno de sus relatos distingue la especificidad de uno de sus pacientes de esta manera:

      Iba de un lado a otro sonriendo, haciendo movimientos estereotipados con los dedos, cruzándolos en el aire. Movía la cabeza de lado a lado mientras susurraba o salmodiaba el mismo soniquete de tres tonos. Hacía girar con enorme placer cualquier cosa que se prestara a girar. Cuando le metían en una habitación, ignoraba completamente a las personas y al instante se iba por los objetos, sobre todo aquellos que se podían hacer girar [...]. Empujaba muy enfadado la mano que se interponía en su camino o el pie que pisaba uno de sus bloques (Kanner, [1943] 1983: 3-5).

      En otros casos, cuando se refiere a los niños autistas, dice que son extraños pequeños que tienen en común peculiaridades fascinantes: pueden hacer rompecabezas de muchísimas piezas en poco tiempo, recuerdan de memoria recorridos que realizaron en auto o a pie, horarios de programas de TV, repiten una y otra vez diálogos de personajes de películas. A ello se agrega que parecen vivir en un mundo aparte, no comprenden las ironías y realizan con el cuerpo movimientos poco coordinados. También destaca que en todos los casos verdaderos de autismo se encuentran las siguientes características: el deseo obsesivo de preservar la invariancia y los islotes de capacidad. La primera sugiere varios factores al mismo tiempo: pautas repetitivas, rígidas, limitadas a sus propósitos. La segunda, conocimientos o habilidades superiores a las esperadas para su edad, generalmente relacionadas con la memoria mecánica y con destrezas espaciales o de construcción. De todas maneras, en sentido estricto, lo que hace a los rasgos centrales del cuadro son la atrincherada soledad y la incapacidad de mantener relaciones afectivas normales con las personas.

      Ahora bien, reparemos en la cuestión de la soledad. Kanner considera la existencia en el niño, desde el principio, de una extrema y profunda soledad autista que domina toda su conducta y que es causa de que –siempre que le sea posible– desatienda, ignore y excluya todo lo que le venga de afuera. Podríamos decir que acuerda con que estas conductas se desencadenan debido a una incapacidad innata para desarrollar el contacto afectivo normal con las personas. Sin embargo, también observa en todos los casos de autismo la presencia de padres intelectuales y fríos afectivamente. Esta posición, en las primeras décadas del siglo XX, mediada por las teorías de los psicoanalistas influyentes de ese momento, conlleva la idea de que hay un trastorno provocado por la incapacidad de los padres de lograr una relación afectiva adecuada durante el período de crianza entre el hijo y ellos. Aun así, Kanner considera que las psicoterapias no son eficaces y que el único tratamiento posible es el educativo.

      En síntesis, es posible advertir que la soledad del niño autista, según la perspectiva de Kanner, evoca una especie de muro impuesto principalmente por elementos innatos. Un muro que se levanta para impedir que se den las amarras emocionales con los objetos y personas del mundo exterior; que alberga a un sujeto que no puede compartir focos de atención, tampoco los motivos de sus afectos, ni sus deseos. Por esta razón, el motivo de la soledad recala en el corazón de las interacciones que promueven los vínculos humanos, y por el momento nada indica que incluya un terreno vivencial compartido.

      Por lo tanto, si profundizamos en la lógica que nos propone Kanner, distinguiremos dos cuestiones fundamentales para comprender la esencia, tanto del caso de la soledad como del autismo mismo. Una es el punto en el que confluyen las descripciones que realiza del niño autista y sus padres: ambos se muestran distantes afectivamente. La relación que articula ambas descripciones nos introduce en la segunda cuestión, de la que podríamos decir que las ideas del autor no reflejan con precisión si el niño es vulnerable a desarrollar el autismo porque sus primeras experiencias afectivas son, en su mayor parte, producto de padres que se muestran distantes afectivamente con él, o si su autismo se trata más bien de una cuestión de herencia genética, y por eso el niño asume conductas semejantes a las de sus padres.

      Entonces, la hipótesis de base que el autor propone sitúa una herencia de soledad que levanta una muralla infranqueable (por la inmutabilidad de lo genético). Y resulta todavía más importante subrayar que la soledad abarca un terreno vivencial más amplio, ya que incluye la soledad de los padres (transmitida genéticamente).

      Pero avancemos un poco más sobre estas ideas. Cabe observar que, aun cuando padres e hijo se muestren recíprocamente distantes en lo afectivo, Kanner no considera las huellas de tanta indiferencia. En este sentido, podríamos presumir que la esencia de la soledad que Kanner atribuye al niño autista es compartida con la de sus padres cuando se supone que las acciones que ambos llevan a cabo no tienen una consecuencia en la conducta que el otro asume. En este punto, se puede advertir que las huellas teóricas que el autor deja tras sí parecen revelar que padres e hijo, recíprocamente, se sienten invisibles a los ojos del otro. Y que ese podría ser el motivo de su soledad.

      La palabra autista o autismo proviene del griego autos,

       que significa “sí mismo”.

       Es la isla que nadie habita, el lugar de la obsesión circular, del que no hay salida. Todo ostenta la muerte.

       Es un lugar del alma.

      CALASSO (1990: 23)

      Muchos autores abordan el tema del autismo desde un enfoque psicoanalítico. Sin embargo, en este recorrido parcial e introductorio solo revisaremos aquellos que dejaron las primeras huellas sobre las cuales podemos explorar nuevas peculiaridades del mito de la “atrincherada soledad del autista” descrito por Kanner.

      Comencemos con Donald Meltzer (1975), quien concibe la patología como una enfermedad mental provocada por factores biológicos, “intrínsecos del niño”. De todas maneras, plantea que, producto de un inadecuado vínculo con su madre, el niño desencadena una serie