Plato

Obras Completas de Platón


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tan grande, librándome de la ignorancia, como le harías a mi cuerpo librándole de una enfermedad. Si tienes la intención de pronunciar un largo discurso, te declaro desde luego que no me curarás, porque no podré seguirte. Pero si quieres responderme como hasta ahora, me harás un gran favor, y creo que ningún mal te ha de resultar. Tengo derecho en llamarte en mi auxilio a ti, hijo de Apemantes, ya que tú me has comprometido en esta conversación con Hipias. Si éste se niega a responderme, hazme el favor de suplicárselo por mi.

      EUDICO. —No creo, Sócrates, que Hipias espere a que yo se lo suplique, porque no es esto lo que me prometió desde el principio, y antes bien ha declarado que no evadiría las preguntas de nadie. ¿No es cierto, Hipias, que has dicho esto?

      HIPIAS. —Es cierto, Eudico; pero Sócrates todo lo embrolla cuando disputa, y las trazas son de que sólo se propone crear entorpecimientos.

      SÓCRATES. —Mi querido Hipias, si lo hago, no es con intención, porque en tal caso yo sería según tu opinión sabio y hábil; sino que lo hago sin quererlo. Escúchame, pues, tú que dices que es preciso ser indulgente con los que hacen el mal sin quererlo.

      EUDICO. —Te ruego, Hipias, que no te eches por otro lado. Responde a las preguntas de Sócrates, para complacernos a nosotros y cumplir la palabra que has dado al principio.

      HIPIAS. —Responderé, puesto que me lo suplicas. Pregúntame, Sócrates, lo que bien te parezca.

      SÓCRATES. —Hipias, estoy deseoso de examinar lo que se acaba de decir; a saber, cuál es mejor, si el que comete faltas voluntarias o el que las comete involuntarias, y creo que la verdadera manera de proceder en este examen es el siguiente. Respóndeme: ¿no llamas a este hombre buen corredor?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y a aquel otro malo?

      HIPIAS. —Sin duda.

      SÓCRATES. —El buen corredor, ¿no es el que corre bien y el malo el que corre mal?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y no corre mal el que corre lentamente, y bien el que corre ligero?

      HIPIAS: Sí.

      SÓCRATES. —De manera que, con relación a la carrera y a la acción de correr, ¿la velocidad es un bien y la lentitud un mal?

      HIPIAS. —Sin duda.

      SÓCRATES. —De dos hombres que corren lentamente, el uno con intención y el otro a pesar suyo, ¿cuál es el mejor corredor?

      HIPIAS. —El que corre lentamente con intención.

      SÓCRATES. —Correr, ¿no es obrar?

      HIPIAS. —Seguramente es obrar.

      SÓCRATES. —Si es obrar, ¿no es hacer algo?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —Luego el que corre mal hace una cosa mala y fea en punto a carrera.

      HIPIAS. —Sin duda, mala; ¿cómo no lo ha de ser?

      SÓCRATES. —El que corre lentamente, ¿no corre mal? .

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —El buen corredor hace esta cosa mala y fea porque quiere; y el malo la hace a pesar suyo.

      HIPIAS. —Así parece.

      SÓCRATES. —En la carrera, por consiguiente, el que hace el mal a pesar suyo es más malo, que el que hace el mal voluntariamente.

      HIPIAS. —Sí, en la carrera.

      SÓCRATES: En la lucha: de dos luchadores que sucumben el uno voluntariamente y el otro a pesar suyo, ¿cuál es el mejor?

      HIPIAS. —El primero al parecer.

      SÓCRATES. —En la lucha, ¿no es más malo y más feo ser derribado que derribar?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —En la lucha, por consiguiente, el que hace con intención una cosa mala y fea es mejor luchador que otro, que la hace a pesar suyo.

      HIPIAS. —Así parece.

      SÓCRATES. —En todos los demás ejercicios gimnásticos, el que es bien dispuesto de cuerpo no puede igualmente ejecutarlos fuerte y débilmente, fea y bellamente, de suerte que, en lo que se hace malo con relación al cuerpo, el de mejor disposición lo hace voluntariamente y el de cuerpo mal construido lo hace a pesar suyo.

      HIPIAS. —Eso parece cierto, en lo que toca a la fuerza.

      SÓCRATES: en lo relativo a la gracia de la postura, Hipias, ¿no es lo propio del cuerpo bien formado ejecutar voluntariamente las figuras feas y malas, y del cuerpo mal hecho ejecutar las mismas figuras involuntariamente? ¿Qué te parece?

      HIPIAS. —Convengo en ello.

      SÓCRATES. —Por consiguiente, la falta de gracia, si es voluntaria, supone buenas cualidades en el cuerpo, y si es involuntaria, las supone malas.

      HIPIAS. —Así parece.

      SÓCRATES. —¿Y qué dices de la voz? ¿Cuál es, a tu parecer, mejor: la que desentona voluntariamente o la que desentona involuntariamente?

      HIPIAS. —Es la primera.

      SÓCRATES. —Luego la segunda es la peor.

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Qué preferirías tú entre tener bienes o tener males?

      HIPIAS. —Tener bienes.

      SÓCRATES. —¿Qué preferirías tratándose de pies, los que cojearan voluntariamente o los que cojearan involuntariamente?

      HIPIAS. —Preferiría los primeros.

      SÓCRATES. —La cojera, ¿no es un vicio y una deformidad?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —La escasez de vista ¿no es un vicio de los ojos?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Qué ojos querrías tener mejor, y de cuáles desearías servirte, de aquellos con que voluntariamente se ve mal o al través, o de aquellos en los que estos defectos son involuntarios?

      HIPIAS. —Mejor querría los primeros.

      SÓCRATES. —Luego tú consideras aquellas partes de ti mismo, que causan el mal voluntariamente, como mejores que las que le causan involuntariamente.

      HIPIAS. —Sí, esas que acabas de nombrar.

      SÓCRATES. —¿No es también cierto respecto a todas las demás partes, por ejemplo, los oídos, la boca, la nariz y los demás sentidos? De suerte que los sentidos que funcionan mal involuntariamente no son en manera alguna apetecibles, porque son malos; mientras que los que funcionan mal voluntariamente, lo son, porque son buenos.

      HIPIAS. —Por lo menos así me lo parece.

      SÓCRATES. —Y con respecto a instrumentos, ¿cuáles son aquellos de que mejor debemos servirnos, de los que causan el mal involuntariamente o de los que lo causan voluntariamente? Por ejemplo, el timón con que uno gobierna mal a pesar suyo, ¿es mejor que aquel con que se gobierna mal voluntariamente?

      HIPIAS. —No, el mejor es el último.

      SÓCRATES. —¿No debe decirse otro tanto del arco de la lira, de las flautas y de los demás instrumentos?

      HIPIAS. Tienes razón.

      SÓCRATES. —Más aún. Si se trata del alma de un caballo, ¿cuál vale más que tenga: aquella con la que se cabalgará mal por su voluntad, o aquella con la que sucederá lo mismo pero sin su voluntad?

      HIPIAS. —La primera.

      SÓCRATES. —¿Luego es la mejor?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —Por consiguiente,