nuevas: las desigualdades horizontales y verticales, la interseccionalidad y la discusión de la relación entre desigualdad y diferencia.
El término “desigualdad horizontal” ha sido acuñado por la economista del desarrollo Frances Stewart (Stewart, 2010; Stewart, Brown y Mancini, 2005). Según la autora, la posición social de un individuo en una sociedad dada corresponde a la suma de las desigualdades verticales y horizontales. La primera se refiere a las diferencias entre los individuos a lo largo de una escala social, y la segunda, a las diferencias entre grupos. Al centrarse en las desigualdades horizontales, Stewart tiene como objetivo ampliar la visión económica convencional sobre las causas de la desigualdad social. Distingue a los grupos no solo a través de factores económicos, sino también de criterios políticos, religiosos, étnicos, raciales y de género. Sin embargo, la definición de grupo sigue siendo difícil de responder: dado que un individuo puede, al mismo tiempo, sentir que pertenece a diferentes grupos, ¿cómo se define un grupo? Además, teniendo en cuenta las desigualdades que generan las afiliaciones grupales, no es obvio que haya una relación causal entre pertenencia grupal y desigualdad:
Hasta cierto punto, entonces, los límites del grupo se vuelven endógenos a la desigualdad grupal. Si las personas sufren discriminación (es decir, experimentan desigualdad horizontal), pueden sentir su identidad cultural con más fuerza, particularmente si los otros los clasifican en grupos con el propósito expreso de discriminarlos (creando o haciendo efectivas, así, las DH [desigualdades horizontales]) (Stewart, Brown y Mancini, 2005: 9).
La interseccionalidad, a su vez, es más que un concepto. Se originó en los ochenta, en el contexto del activismo feminista negro en los Estados Unidos; hoy el término caracteriza un amplio campo de estudios donde se defienden diferentes posiciones y perspectivas (Célleri Endara y otros, 2013). El denominador común en este campo es interpretar las posiciones de los individuos en las jerarquías sociales como interpenetraciones y articulaciones de diferentes categorizaciones, como las describe Roth:
En vez de examinar el género, la raza, la clase, la nación, etc., como jerarquías sociales distintas, los enfoques ligados a una perspectiva de la interseccionalidad examinan cómo se construyen mutuamente los diferentes ejes de estratificación y cómo se articulan las desigualdades y se conectan con las diferencias. Una perspectiva interseccional siempre toma en consideración el carácter multidimensional, así como los entramados, las analogías y las simultaneidades de varios ejes de estratificación (2013: 2).
Los múltiples ejes de diferenciación social no son intrínsecamente jerárquicos, sino horizontales. Pero, como acabamos de comentar, se convierten en ejes de desigualdad. A nivel mundial, las desigualdades más desafiantes son aquellas entre Estados nación. Las posibilidades de vida, el acceso a bienes y servicios, incluso la esperanza de vida, difieren ampliamente según la “suerte” de haber nacido en un lugar o en otro. Como señala Brubaker (2015), esta diferencia en apariencia “horizontal” o neutral de nacionalidad o lugar de origen está íntimamente ligada con la estructura de desigualdades. Y estas desigualdades de nacimiento se refuerzan y endurecen por las políticas de migración y de refugiados, y por los límites a la libre circulación de personas en el mundo. Los pasaportes y la ciudadanía se convierten en marcas de privilegio y distinción. Estas categorizaciones adscriptas son, quizá, las más duraderas, e incluso crecientes en el mundo contemporáneo. Sin embargo, rara vez se han incorporado al análisis de las ciencias sociales, que se ha centrado en las desigualdades internas de los países (véanse también Shachar, 2009; Boatcă, 2015).
Estas tres novedosas direcciones en las perspectivas de investigación estuvieron acompañadas de un cambio en las metodologías aplicadas al análisis de las desigualdades sociales. Así, tras la incorporación de múltiples categorías de estructuración de las desigualdades, se produjo un desplazamiento de los estudios basados en datos socioestructurales a los estudios basados en hallazgos tanto cualitativos como cuantitativos en los órdenes políticos y simbólicos. Esto requirió una diversificación metodológica en función de la cual perdieron predominio los estudios de estratificación y movilidad social, para dar lugar a un análisis crítico de la propia construcción de las categorizaciones sociales (Anthias, 2013, 2016). Las metodologías etnográficas, que permiten a los investigadores estudiar los efectos de la desigualdad en las interacciones cotidianas y las redes multisituadas, se volvieron por igual influyentes (Skornia, 2014).
La búsqueda de una perspectiva más amplia respecto de las desigualdades, que permita a los investigadores comprender la dinámica de la producción y reproducción de la desigualdad más allá de las fronteras nacionales, plantea la pregunta sobre los tipos de datos y de análisis comúnmente utilizados. De hecho, Piketty (2014) y sus colaboradores plantean una innovación metodológica clave, al introducir datos sobre los principales contribuyentes de impuestos y al presentar un análisis histórico-comparativo de datos nacionales. Sin embargo, un gran obstáculo para avanzar en esta agenda de investigación es la falta de información disponible para muchos países, así como de datos globales entrelazados que podrían vincular, por ejemplo, el daño ambiental causado por la producción de soja en Paraguay y las mejoras del bienestar derivadas del consumo de soja en Europa o en China.
Estudiar la dinámica de las desigualdades globales entrelazadas
Hasta ahora, estos avances han conformado subcampos específicos dentro de la investigación de la desigualdad. Esto significa que por lo general los académicos involucrados en las investigaciones relacionadas con cada uno de los desarrollos citados anteriormente ignoraron los avances observados en los otros subcampos. Sin embargo, estos avances son sin duda complementarios. El desafío de combinarlos de manera analítica constituye el núcleo de la agenda de investigación de desiguALdades.net, una red de científicas y científicos establecida en 2009. La red se esfuerza por recopilar y sistematizar los hallazgos empíricos de investigaciones individuales de diferentes disciplinas, con el fin de producir avances conceptuales en la investigación de las desigualdades. Así, la red hace una doble contribución a la investigación de la desigualdad: introduce su propio aporte en cada uno de estos subcampos y construye un marco analítico coherente para el estudio de las desigualdades sociales que los combina e integra.
Este libro se basa en los hallazgos de desiguALdades.net. Intenta ofrecer una visión sistemática de los avances logrados en la red e identificar las limitaciones y deficiencias en esos resultados para abrir nuevas agendas de investigación. Partimos de una concepción relativamente sencilla de las “desigualdades sociales entrelazadas”, entendidas como “las distancias entre las posiciones que los individuos o los grupos de individuos asumen en el contexto de un acceso organizado de manera jerárquica a los bienes sociales relevantes (ingreso, riqueza, etc.) y los recursos de poder (derechos, participación política, posiciones políticas, etc.)” (Braig, Costa y Göbel, 2013: 2). Las siguientes consideraciones, que especifican este ordenamiento, son los principios que guían estas páginas.
En primer lugar, este ordenamiento es resultado de la operación de múltiples fuerzas –institucionales, estructurales– que producen el orden jerárquico (socioeconómico, sociopolítico, socioecológico, cultural).
En segundo lugar, las dinámicas de las desigualdades deben considerarse desde una perspectiva multiescalar y relacional, centrando la atención en las interdependencias entre los fenómenos en diferentes niveles: desde las tendencias históricas globales hasta las negociaciones locales. La premisa es que incluso los patrones locales de desigualdad (de la comunidad o del hogar) nunca están aislados de las fuerzas nacionales e internacionales. Esto no implica adoptar las estructuras sociales globales como las unidades de análisis preferenciales, como en la investigación del sistema-mundo, ni concentrarse solo en los espacios transnacionales como lo hacen los “transnacionalistas metodológicos” (Khagram y Levitt, 2007). Dado que la producción y la reproducción –pero también la impugnación y mitigación de las desigualdades sociales– siempre reflejan una interacción de (inter)dependencias globales, políticas nacionales y negociaciones cotidianas, las unidades de análisis geográficas o político-administrativas (municipios, Estados nación o el mundo entero) no son las adecuadas para estudiar desigualdades entrelazadas y dinámicas. Para abarcar todas las jerarquías relevantes asociadas con posiciones sociales concretas ocupadas por individuos o grupos en las