como le había hecho a ella.
–¿Penoso? –se burló–. Hace media hora, cuando me tenía contra el cabecero de su cama, no me lo ha parecido.
Víctor parpadeó y retrocedió. Por un instante, Olivia vio que algo se rompía dentro de él. Vio arrepentimiento, y tristeza.
–No me lo puedo creer –siseó Víctor.
Odiando su propio arrepentimiento, Olivia cruzó los brazos con un gesto defensivo.
–Deja de llamarme. Y no vuelvas por aquí. Vive tu vida y déjame vivir la mía. Esto no tiene nada que ver contigo.
Víctor respondió con una sonrisa retorcida y amarga.
–¿Que no tiene nada que ver conmigo? Eso sí que tiene gracia. Esto tiene mucho que ver conmigo.
–Te equivocas. Solo es cosa mía.
–Puedes repetírtelo todas las veces que quieras. Si eso te ayuda a atravesar esta fase tan desagradable, puedes seguir fingiendo que no tiene nada que ver conmigo.
–Sal de aquí –le ordenó Olivia con voz queda.
Víctor sacó algo del bolsillo de su chaqueta y lo dejó en el mostrador.
–Solo venía a traerte la información que he recibido sobre el plan de jubilación. Por fin la han enviado. Gracias a Dios, creo que ya no queda nada más.
–Si recibes algo más, ¿te importaría enviármelo por correo electrónico?
–Será un placer.
Se marchó dando un portazo tan fuerte que las llaves resbalaron de la mesa y cayeron al suelo.
Olivia permaneció donde estaba, sin respirar. Cuando por fin tomó aire, comprendió que Víctor había arruinado lo que acababa de compartir con Jamie. Lo había echado a perder. Lo había convertido en algo triste, en un gesto de venganza. El muy canalla. Dejando de lado su manera de exhibirse con las jóvenes con las que salía, se había comportado de forma muy civilizada durante todo el proceso de divorcio. Pero, en cuanto ella había comenzado a rehacer su vida, se había mostrado despiadado.
¿Por qué?
Olivia recogió las llaves y las dejó en el platito de cerámica. Después, agarró el bolso que había dejado en la silla y llevó la chaqueta al armario del pasillo. Aquellos movimientos la ayudaron a sentirse un poco mejor, pero no era capaz de detener la avalancha de arrepentimiento que la sofocaba.
No se había equivocado. Había dado a conocer su secreto y había desaparecido la magia. Al fin y al cabo, nada podía ser perfecto y vengativo al mismo tiempo, ¿no?
–Mierda –musitó, frotándose los ojos con las manos.
Cuando abrió los ojos, la habitación estaba inclinada. Parpadeó media docena de veces para que las lentes de contacto volvieran a su lugar, maldiciéndose en todo momento. No iba a permitir que Víctor le arrebatara lo que había vivido.
No.
Había sido atrevida. Valiente. Se había alejado de tal manera de su zona de confort que la había perdido por completo de vista. Había estado con un hombre más joven. Un hombre muy atractivo. Había ido a su casa. Se había metido desnuda en su jacuzzi. Y había hecho el amor con él.
Y, de pronto, recuperó una pequeña parte de aquel placer. Era imposible no sentirlo cuando recordaba a Jamie presionando en su interior. Llenándola. Tensándola. La primera vez, el primer orgasmo… Jamás había sentido nada parecido. La forma en la que su cuerpo se aferraba a él mientras se corría. La forma en la que Jamie iba creciendo y creciendo dentro de ella.
–¡Dios mío! –susurró, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
¿Había sido él? ¿O había sido ella? Daba igual. Pero ella quería volver a disfrutarlo. Y no iba a permitir que Víctor se lo arrebatara. Y no iba a permitirse poner en duda que también Jamie lo deseara. No iba a preguntarse cuántas veces lo habría hecho con otras mujeres. No iba a preocuparse por la posibilidad de que estuviera utilizándola. Y si lo había hecho con otras mujeres, bien por él. La práctica le había cundido con creces
–Que te jodan, Víctor –dijo.
Y, aunque su voz sonó un poco insegura, se alegró de haberlo dicho. Aunque no volviera a usar aquel verbo jamás en su vida, aquel día lo había utilizado en el momento preciso.
Y, modestia aparte, también lo había puesto en práctica condenadamente bien.
Jamie se descubrió a sí mismo soñando despierto, incapaz de concentrarse en la conversación que fluía a su alrededor. Por si no se vieran bastante en el trabajo, su hermana había vuelto a proponer que comieran juntos los domingos, en un esfuerzo por estrechar los lazos familiares. El día que lo había anunciado, a Jamie no le había importado demasiado. Al fin y al cabo, disfrutaría al menos de una comida casera a la semana. Pero, en aquel momento, no pudo evitar que le fastidiara.
Había tenido que enviar a Olivia a su casa. Era demasiado pronto como para invitarla a comer a la que había sido la casa de la familia. Y como había cancelado la comida del domingo anterior, su hermana había amenazado con una respuesta violenta si se le ocurría volver a hacerlo. Pero él no tenía ganas de separarse de Olivia. ¡Maldita fuera! Le habría gustado estar con ella hasta el día siguiente por la mañana.
El sexo había sido… intenso. Más intenso de lo que esperaba. Hacía meses que no se acostaba con nadie y su última experiencia había sido mala. Pero no había sido solo eso. Durante los últimos dos años todos sus encuentros con mujeres le habían dejado vacío. No había tenido tantas aventuras como todo el mundo sospechaba, aunque se había divertido mucho antes de los veinticinco. Pero la diversión no implicaba otro tipo de sentimientos. Solo era una experiencia. Y cualquier experiencia podía llegar a aburrir al cabo de un tiempo.
Pero aquel día, con Olivia… con Olivia había habido sentimiento. Además de una gran diversión.
–¡Eh! –pasó una mano delante de su rostro.
Jamie miró furioso a su hermana.
–¿Qué?
–He dicho que estoy pensando en organizar una barbacoa para celebrar el Cuatro de Julio el domingo siguiente al día cuatro. ¿Te viene bien?
–Claro.
–Tú te encargarás de los cohetes.
–¿De los cohetes? ¿Y de qué va a encargarse Eric?
–De la cerveza –dijo Tessa–. Yo de la comida. Y Luke traerá los platos y todas esas cosas.
Jamie la miró con incredulidad.
–¿Yo me encargo de los cohetes? ¿Es la barbacoa de la familia y tu novio tiene que traer más cosas que yo? –señaló a Luke con un dedo acusador–. ¡Luke ni siquiera es de la familia!
Tessa elevó los ojos al cielo.
–Muy bien. Entonces tú traes los platos, los vasos y las servilletas. Y los cohetes. Luke puede ayudarme a mí con la comida.
–¡Ah! ¿Estás segura de que confías en mí? –le espetó Jamie. Desahogó su irritación en el novio de Tessa–. Últimamente veo mucho tu coche por aquí.
Luke sonrió.
–Aunque te cueste creerlo, me gusta pasar tiempo con mi novia.
–Sí, sobre todo muchas noches. Cada vez que paso por aquí después de cerrar la cervecería, veo tu coche.
Tessa le miró boquiabierta.
–¿Me estás vigilando?
–Por favor, llevo años vigilándote.
–¿Qué? –chilló Tessa.
–Tessa –respondió él con impaciencia–. Vives sola en una casa enorme. Claro que paso por aquí para asegurarme de que estás