Nick Potter

El significado del dolor


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trabajaría con él y se convertiría en una gran influencia para mí), y un osteópata, cuya habilidad para evaluar mi condición con tan sólo ver mis movimientos y palpar mi cuerpo era extraordinaria.

      A ambos les preocupaba el hecho de que un chico de 18 años tuviera estos problemas y me pidieron que me realizara una radiografía. Los rayos X mostraron que llevaba tiempo con una pequeña pero desagradable fractura en dos lugares distintos. También tenía daño significativo en los discos, algo que descubriría más tarde, pues en ese momento no apareció en la radiografía. Luego de muchos años, me he recuperado a nivel estructural y, mientras me mantenga fuerte, delgado y ágil, estaré bien. Sin embargo, aún puedo experimentar dolor. ¿Por qué? Entre otras, ésa es la pregunta crucial que intentaré responder en este libro.

      Por cierto, hago referencia al hecho de ser regordete durante mi infancia porque eso también influyó en mi manera de enfrentar la vida y mi trabajo. Odiaba ser obeso pero amaba la comida, por lo que me endurecí ante las crueles burlas que enfrenté. Mi respuesta habitual era golpear al individuo en cuestión, puesto que solía ser más grande que la mayoría, y eso le ponía punto final al asunto. No obstante, es increíble cómo ese tipo de sufrimientos mentales y emocionales permanecen contigo.

      Hace algunos meses, estaba parado en un semáforo cerca de mi hogar, junto a unas canchas deportivas. A la distancia, miré cómo un joven profesor de educación física, probablemente un estudiante en año sabático, elegía a dos capitanes de entre un grupo de chicos de 11 años. Al ver cómo los dos capitanes elegían sus equipos, uno a la vez, sentí una opresión en el pecho y tensión en la mandíbula. En mi mente, fui transportado a mi época escolar, cuando yo era uno de esos chicos que espera ser elegido y siente pavor a medida que el número de jugadores disminuye y sabe que se quedará solo —en mi caso, el “gordito” parado junto al “debilucho nerd”. La vergüenza de ser siempre el último era muy dolorosa. Y heme aquí, 40 años después, aún sintiendo el aborrecible miedo al fracaso. De hecho, me sentí tan afectado por esta escena que me vi en la necesidad de explicarle al entrenador el efecto que su técnica tendría en los dos chicos que inevitablemente quedarían hasta el último. Así que me estacioné, troté hacia la cancha e hice exactamente eso.

      Esperaba que el entrenador me “mandara al diablo”, pero me sorprendió gratamente cuando aceptó mi sugerencia con genuino interés. El joven apenas estudiaba para ser maestro y no se había percatado del efecto de sus acciones. Creo que también se dio cuenta de cuán profunda era mi emoción, un sentimiento tan arraigado que me llevó a interrumpir mi día, estacionarme ilegalmente y trotar a lo largo del perímetro de la cancha para hacerme escuchar. Simplemente le sugerí que al esforzarse por dividir el grupo a la mitad —asegurándose de equilibrar la fuerza de cada equipo y hacer pequeños ajustes cuando fuera necesario— les ahorraría a muchos chicos la tristeza de ser rechazados por su falta de atletismo o habilidades sociales.

      Caminé de regreso al auto, pensando en lo que acababa de hacer y sintiéndome ligeramente satisfecho, pero noté que, prácticamente de la nada, me empezó a doler la espalda baja. Como dije antes, he cargado con una lesión de espalda casi toda mi vida, pero la he mantenido bajo control durante años, ya que conozco todas sus pequeñas artimañas. Me percaté entonces de que experimentaba lo que tanta gente en el mundo sufre a diario —y algo que afecta a muchos de mis propios pacientes—: la cruda manifestación física del dolor emocional. Mi mente encontró el punto débil en mi cuerpo, el lugar donde previamente existió la lesión, sacando a flote sentimientos del pasado que había olvidado. Recordar el pavor que sentía en el patio de recreo permitió que la memoria del dolor físico se revelara; y, debido a que el dolor físico es más fácil de acallar, a menudo reemplaza al dolor emocional.

      Me obligué a respirar largo y profundo, pues noté que contenía el aliento, y me agaché para tocarme los dedos de los pies y confirmar que todo estuviera bajo control. A medida que seguí caminando, el dolor simplemente desapareció. Toda la experiencia me recordó dos cosas: que el dolor emocional se graba en nuestra psique de una manera que rara vez ocurre con el dolor físico; y que cada uno de nosotros es producto de su entorno y experiencias tempranas, las cuales sientan la pauta de todas nuestras conductas futuras. El dolor no es como una enfermedad, algo extrínseco que debe alejarse o contra lo cual hay que luchar, sino algo intrínseco y vivencial. Cuento esta historia porque creo que explica muchas de mis creencias actuales sobre por qué experimentamos dolor, por qué la medicina y la ciencia no han “dado en el clavo” en muchas áreas y por qué el dolor crónico se ha convertido en una nueva epidemia para la cual aún no tenemos respuestas.

      En este libro ahondaré en estas ideas y abordaré el tema del dolor en todas sus manifestaciones: qué es, por qué lo experimentamos y qué significa —por qué el dolor se encuentra en el centro de lo que significa ser humano. También analizaré la relación entre el estrés y el dolor, y sembraré algunas reflexiones sobre la visión que tenemos de nuestros síntomas y qué podemos hacer para sanar.

      1

      ¿Qué es el dolor?

      Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, llantos y gritos de lamentación. —Dante Alighieri, Divina comedia

      Te golpeas el dedo del pie, te machucas los dedos de la mano con una puerta, te levantas con dolor de cuello o espalda tras mover muebles pesados —o, lo que es peor, experimentas un dolor siniestro que podría ser síntoma de algo realmente aterrador. O quizá desarrollas una molestia que viaja por todo tu cuerpo sin tener idea de qué lo provoca. Todos tememos al dolor, pues creemos —incluso aunque no comprendamos la fuente— que siempre presagia malas noticias. Haremos casi cualquier cosa por evitarlo —guardar cama, evitar actividades o trabajo que antes disfrutábamos, tomar medicamentos que podrían resultar adictivos, incluso someternos a una cirugía esperando que la breve intensidad de este dolor evite una agonía prolongada.

      Pero ¿qué pensarías si todo lo que creías sobre el dolor y su origen fuera erróneo o constituyera tan sólo una parte de la verdad? ¿O si tu experiencia del dolor en el presente estuviera conectada con los orígenes del Homo sapiens, que podría haber evolucionado como un mecanismo de advertencia ante el peligro inminente?

      No te preocupes… Con esto no quiero sugerir que el dolor que sientes a causa de una fractura de tobillo sea imaginario. Por supuesto que duele, nadie cuestiona eso. Sin embargo, ahora sabemos que la experiencia del dolor involucra muchas más cosas que un hueso roto, un disco dañado o una piel raspada. Me refiero al nuevo —pero ahora bien evidenciado— modelo biopsicosocial de la ciencia del dolor. En estas páginas, trataré de explicar con la mayor claridad posible este complejo concepto, con el fin de ayudarte a replantear tu experiencia del dolor y tomar acciones para buscar nuevas formas de abordarlo y curarlo, o al menos calmarlo.

      Quizá no siempre sea fácil encontrar la ayuda que necesitas, pero hay muchos profesionales médicos bien informados por ahí. Poco a poco está creciendo una comunidad de especialistas que provee nuevos y visionarios acercamientos para enfrentar el dolor. Por desgracia, hasta el momento el mundo del tratamiento del dolor ha permanecido como un misterio tanto para la comunidad médica y científica como para quienes lo padecen. Esto ha sido particularmente cierto durante los últimos 20 años, en los cuales la medicina y la ciencia han sido mayormente impulsadas por la industria farmacéutica, que tiende a seguir un enfoque reduccionista, haciendo énfasis en los niveles molecular y celular en vez de considerar múltiples factores clave para nuestro entendimiento del dolor. En la mayoría de los padecimientos, A más B no necesariamente es igual a C.

      Así que sé amable contigo. No es tu culpa no mejorar, sino del sistema médico que tenemos en la actualidad —son años de manejar el dolor de forma incorrecta— que ha sido incapaz de ayudarte y educarte.

      EL FANTASMA

      Si vamos a hablar de dolor —y sobre todo de cómo superarlo—, entonces debemos identificar lo que es. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo define como:

      Una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con un daño real o potencial de algún tejido, o descrito en términos