Jacqueline Baird

Marido de conveniencia


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      Josie estaba un tanto sorprendida por sus palabras, pero conociendo al Mayor, sabía que era verdad. Lo que no podía comprender era por qué Conan se había mostrado de acuerdo con su padre. Era evidente, incluso para ella, que apenas lo conocía, que Conan no se llevaba bien con él. Aquel verano Josie había visto a Conan por vez primera, lo que indicaba que tenía poco contacto con su familia.

      –Pero supongo que tú no estarás de acuerdo con él, ¿no? Al fin y al cabo, todo esto no es asunto tuyo. Tú ni siquiera vives aquí.

      –No, no vivo aquí, pero debería hacerlo –respondió con amargura y preguntó sorpresivamente–: ¿A ti te gusta vivir en esta casa, Josie?

      –Sí, claro que me gusta –contestó Josie, incapaz de adivinar el sentido que podía tener aquella pregunta.

      –Esta granja era la casa familiar del Mayor. Él vivió aquí con su primera esposa. Charles nació aquí. Supongo que no te lo contó, ¿verdad? –le preguntó con una lúgubre sonrisa.

      –No, él no lo hizo –replicó Josie, confusa.

      –No me sorprende. A pesar de que le encanta que la gente lo crea, mi padre no siempre fue el dueño de Beeches Manor. Consiguió hacerse con la propiedad al casarse con mi madre. Quizá, si te explico la historia de la familia, puedas llegar a comprender por qué quiero casarme contigo.

      Josie deseaba que lo hiciera. No podía comprender qué podía obtener él de todo aquello.

      –Mi nombre completo es Conan Devine Zarcourt –continuó explicándole–. Conan es un nombre celta, significa sabiduría, y Devine era el apellido de soltera de mi madre. Durante siglos, los Devine fueron los propietarios de Beeches Manor, pero mi abuelo y mi madre fueron los últimos descendientes de ese apellido. Cuando mi madre se casó con el Mayor, éste y Charles se fueron a vivir con mi madre y mi abuelo y alquilaron la casa en la que ahora vives. Yo nací un año después de la boda, y creo que poco tiempo después mi madre se dio cuenta de que había cometido un error.

      –Cuando era niño –prosiguió–, no era consciente de que había algo raro en la relación de mis padres. Entonces mi abuelo todavía vivía, y la frialdad que mostraba mi padre hacia mí era sustituida con creces por el amor que él me prodigaba. Además, mi madre me envió a un internado cuanto tenía siete años.

      –Debió de ser terrible para ti –se compadeció Josie.

      –Siento desilusionarte, pero te equivocas –contestó Conan, rechazando su compasión–. Mis padres y yo nunca estuvimos muy unidos. Era a mi abuelo a quien echaba de menos. Durante años, crecí con la seguridad de que la casa algún día sería mía. Mi abuelo nunca dejaba de decírmelo. Murió cuando yo tenía once años, pero, desgraciadamente, hacía años que había cedido la propiedad de la casa a mi madre para evitar problemas legales cuando muriera, aunque había dejado muy claro que la vivienda siempre debería pertenecer a un Devine. Pero mi madre tenía otras ideas en la cabeza. En cuanto mi abuelo murió, huyó con su amante. Al parecer, en su desesperación por obtener un divorcio rápido, se mostró de acuerdo en romper la promesa que le había hecho a mi abuelo y en dejarle la casa al Mayor. Ahora creo que vive en Nueva Zelanda.

      –¿Pero cómo pudo hacer algo así?

      –Muy fácilmente. Cuando cumplí dieciocho años, mi padre me contó toda la historia. Me explicó que se había casado con mi madre para conseguir la casa y que yo fui un error, una complicación que no necesitaba. Llegó incluso a cuestionar mi paternidad. Evidentemente, pensaba legar la casa a su hijo mayor.

      –Me cuesta creer que tu madre o el Mayor se hayan comportado así.

      –Ah, Josie. Siempre tiendes a pensar lo mejor de los demás. Ése es uno de tus múltiples encantos –contestó Conan con una irónica sonrisa, antes de añadir–: Pero créeme, todo lo que te he contado es absolutamente cierto. Ahora, con tu ayuda, tengo la oportunidad de recuperar mi herencia, y pretendo hacerlo…

      –Pero si Charles ha muerto, ahora eres tú el único heredero –comentó Josie prudentemente. Debía de estar todavía muy afectada por todo lo sucedido, porque tenía la sensación de que había perdido el hilo de la argumentación en alguna parte. Pero no quería embrollar más las cosas. Ya tenía suficiente con sus problemas–. Todo esto me parece muy interesante, pero no tiene nada que ver conmigo.

      Con un rápido movimiento, Conan se sentó a su lado. Su cercanía la ponía nerviosa. Su cuerpo se tensó cuando Conan la tomó por la barbilla y le hizo volverse hacia él para escrutar su rostro.

      –Todo esto tiene que ver contigo. Sé lo mal que lo estás pasando, Josie, y haría cualquier cosa para evitarte más sufrimiento, puedes creerme. Pero sólo estoy reclamando algo que me pertenece y tú eres el medio que tengo para conseguirlo.

      Un escalofrío recorrió la espalda de Josie.

      –Además, tenemos que actuar rápidamente –continuó diciendo Conan–. Desgraciadamente, en tu estado el paso del tiempo no lo tenemos a nuestro favor.

      Josie hizo una mueca ante aquella observación.

      –Déjame explicártelo detenidamente. El Mayor y yo tuvimos anoche una larga conversación e hicimos un trato. Si me caso contigo y le doy a tu hijo el apellido Zarcourt, él me devolverá inmediatamente la herencia. Si decides permanecer soltera, tú serás su heredera, siempre y cuando tengas un hijo varón. En caso contrario, lo cederá todo a la iglesia…

      Josie no era capaz de decir una sola palabra. Se limitaba a mirar a Conan completamente asombrada. ¡No podía estar hablando en serio!

      –¿Entonces estás de acuerdo? ¿Te casarás conmigo? –preguntó Conan, agarrándola por los hombros–. O quizá tu alma de mercenaria prefiera tener la oportunidad de dar a luz un hijo y así poder quedártelo todo –añadió con cinismo.

      –¡No tengo absolutamente nada de mercenaria! –la indignación la ayudó a recuperar la voz.

      –En ese caso, Josie, ¿qué diferencia puede haber? Un Zarcourt puede ser tan buen padre de tu hijo como cualquier otro, y por lo menos de esa forma ese pobre niño podrá seguir formando parte de la familia.

      Josie apenas podía respirar ante la brutalidad de aquel comentario.

      –Todo esto es una completa estupidez. No puedes presentarte en mi casa y decirme que quieres casarte conmigo para recuperar tu herencia. En cualquier caso, lo que ha sugerido el Mayor no es justo. Tú eres su hijo y como tal tienes derecho a esa casa. No deberías verte forzado a casarte conmigo para conseguirla.

      –En este mundo hay muchas cosas que no son justas, Josie, como creo que pronto comenzarás a averiguar –replicó secamente antes de añadir–: Pero puedes estar segura de que no me siento en absoluto forzado. Quiero casarme contigo. Eres una joven adorable y encuentro más de un centenar de razones para desear que seas mi esposa.

      Josie cerró los ojos durante un segundo. Sus palabras le habían hecho recordar lo desesperado de su situación. Cuando abrió los ojos, descubrió a Conan observándola. En la expresión de sus ojos, había algo que no acertaba a nombrar, pero que estuvo a punto de impulsarla a aceptar su ofrecimiento. Casándose con él resolvería todos sus problemas. Pero el recuerdo de la noche que había pasado con Charles irrumpió en ese momento en su mente. No quería repetir la experiencia, no podía…

      –¿Qué dices Josie? Ayúdame y te prometo que os cuidaré lo mejor que pueda a ti y a tu hijo.

      –No podría. Apenas te conozco. Yo… Bueno… El caso es….

      –Si lo que te preocupa es tener que acostarte conmigo, olvídalo. No puedo decir que no me gustaría que lo hicieras –sonrió con descaro–, pero te prometo que jamás soñaría en hacer contigo nada que no quisieras. Te doy mi palabra.

      Josie no estaba segura de si debía creerle. No creía que Conan fuera un hombre capaz de mantenerse célibe durante mucho tiempo. De modo que si estaba dispuesto a un matrimonio sin sexo, eso sólo podía significar que tenía una