Jacqueline Baird

Marido de conveniencia


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como un monje.

      –No, no hay nadie realmente importante, pero si lo que estás haciendo es preguntar por mi vida sexual, digamos que he tenido dos relaciones algo duraderas, y en ninguno de los dos casos he vivido con la mujer en cuestión –tenía la mirada fija en el sonrojado rostro de la joven–. Tú, por tu parte, vivirías conmigo cuando estuviéramos casados, y podrías contar con mi fidelidad de la misma manera que yo con la tuya. ¿Satisfecha?

      –Siempre y cuando compartir tu casa no signifique tener que compartir también tu cama.

      –Estupendo. Ya sabía yo que al final te mostrarías razonable. Y ahora, si no tienes más preguntas que hacerme, yo me ocuparé de arreglarlo todo.

      –Espera un minuto. Todavía no he dicho que esté dispuesta a casarme contigo. Necesito tiempo para pensar.

      –Tómate todo el tiempo que quieras –miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca–. Siempre y cuando no sean más de sesenta segundos.

      Qué hombre tan endiabladamente arrogante, pensó Josie. Pero también pensó en su padre y en las preocupaciones que le estaba causando. Y en el niño que estaba a punto de nacer. Qué fácil habría sido trasladar a otro todos sus problemas. Y Conan parecía suficientemente fuerte como para soportarlos. Pero, y era un gran pero, no estaba enamorada de Conan y Conan no estaba enamorada de ella. Sin embargo, había creído estar enamorada de Charles, y ése había sido el origen de todos sus problemas.

      Lo verdaderamente preocupante era que no parecía tener escapatoria. Si se negaba a casarse con Conan y al final tenía un hijo, la propiedad estaría en sus manos, y parecería la más calculadora de las cazafortunas. Pero si se casaba con Conan sólo por el bien del bebé, tampoco iba a convertirse en un modelo de moralidad.

      Ella quería lo mejor para su hijo, y si eso significaba tener que vivir con Conan durante un año estaba dispuesta a hacerlo. Recordó a su padre culpándose por lo sucedido y comprendió que éste se quedaría mucho más tranquilo si se casaba. El Mayor y Conan también quedarían satisfechos y, siendo realista, su primera experiencia sexual no le había dejado muchas ganas de repetir. No se veía a sí misma enamorándose y casándose con nadie…

      –Si, y digo si, me mostrara de acuerdo, necesitaría conocer muchos más detalles del acuerdo. Por ejemplo, yo trabajo.

      Conan le tomó la mano y se la apretó con entusiasmo.

      –Josie, ya sé que trabajas y jamás pondría ninguna dificultad a tu carrera profesional. Estás viendo inconvenientes donde no los hay. Nuestro matrimonio sería un matrimonio de conveniencia.

      –Un matrimonio de conveniencia –musitó Josie. Le gustaba como sonaba–. Sería como una especie de acuerdo de negocios –alzó la mirada hacia él.

      –Por supuesto –le confirmó con mirada chispeante.

      –En ese caso, de acuerdo –sería capaz de soportarlo, aunque sólo fuera por el bien del bebé.

      –Estupendo. Me alegro de que al final hayamos estado de acuerdo. Ahora, por el bien del Mayor y de tu propio padre, evidentemente, será mejor que te vengas a vivir a mi casa de Londres hasta que nazca el bebé.

      –Espera un minuto. Pensaba que querías vivir en la casa de tu padre, y que yo no tendría ningún problema en conservar mi trabajo.

      Conan se reclinó en el sofá.

      –Quiero la casa, ¿pero te has fijado en qué estado se encuentra? Mi padre no ha invertido un solo penique en ella desde hace años. Necesita una revisión completa y hasta que se haya llevado a cabo, Londres es el lugar más indicado para vivir. En cuanto a tu trabajo, lo que yo he dicho ha sido que jamás pondría inconvenientes al desarrollo de tu carrera profesional. En cualquier caso, tendrías que dejar tu actual trabajo dentro de unos meses, y no necesito decirte los rumores que podría haber por los alrededores.

      En eso tenía razón y aunque Josie era inmune a los rumores, era consciente de que a su padre y a Conan sí podrían importarles.

      –¿Y tú en qué trabajas? –preguntó, repentinamente consciente de lo poco que sabía sobre su futuro marido.

      –Vamos, Josie, seguro que lo sabes.

      –No, no lo sé.

      –Trabajo en un banco. Un banco comercial.

      –Oh, mi padre también estuvo trabajando en un banco comercial hasta que se retiró –y algo le decía que Conan y su padre compartían algo más que su trabajo.

      –El banco es mío.

      –¿Qué? –exclamó Josie asombrada.

      –Mi abuelo me dejó un buen paquete de acciones. A los veintiún años me fui a Londres, trabajé duramente, tuve oportunidad de comprar la mayor parte de las acciones del banco y lo hice. Abrí sucursales en Chicago, Nueva York y Los Ángeles. Ésa es la razón por la que he pasado los últimos años de mi vida en los Estados Unidos.

      –Debes de ser muy rico… No lo sabía.

      Conan sonrió ante su asombro.

      –Supongo que no tenías ningún motivo para saberlo. El Mayor parece creer que trabajar en Londres es poco menos que un descrédito –se burló–. Pero supongo que alguno de nuestra familia tiene que ganar dinero.

      –¿Tú mantenías a Charles y a tu…? –Conan la interrumpió antes de que hubiera terminado de formular la pregunta.

      –Por el amor de Dios, Josie, ¿no podemos centrarnos en nuestro tema de conversación? –se levantó bruscamente y tras dar un corto paseo por la habitación, se detuvo frente a Josie con una expresión indescifrable–. ¿Cuánta gente estaba enterada de tu compromiso con Charles?

      –Nadie –contestó.

      –¿Nadie? –preguntó Conan con cinismo–. ¿Ni siquiera tus compañeros de trabajo o tus amigos?

      –No –Josie se sonrojó e intentó justificar rápidamente su reticencia a anunciar el compromiso–. Tú estabas presente la noche en que Charles anunció el compromiso a tu padre… Bueno, se suponía que volvía hoy y que… –bajó los ojos, evitando la mirada de Conan.

      –Me sorprendes. ¡Una mujer capaz de guardar un secreto sobre su vida privada! Pensaba que habrías anunciado a bombo y platillo que habías atrapado al soltero más codiciado del condado.

      –Siento desilusionarte, pero no lo hice –ni por un millón de libras habría admitido que además pretendía anular el compromiso.

      –Entonces, sólo tu padre y el Mayor sabían que estabas comprometida con Charles. ¿Estás completamente segura?

      –Sí –repitió.

      –Magnífico –asomó a sus ojos un brillo triunfal–. Y como apostaría cualquier cosa a que Charles no se lo mencionó a nadie, todo va a resultar mucho más fácil –se metió la mano en el bolsillo y buscó algo en su interior.

      ¿Por qué estaría tan seguro de que Charles había mantenido el secreto?, se preguntó Josie, pero se distrajo al seguir involuntariamente el curso de la mano de Conan y advertir cómo se dibujaba su sexo contra la tela del pantalón. Pasmada por la dirección que estaban tomando sus pensamientos, se levantó y pasó por delante de él con el rostro rojo como la grana.

      –¿Por qué va a resultar mucho más fácil?

      Conan sacó una cajita del bolsillo del pantalón.

      –Es muy sencillo, Josie –abrió la caja, le tomó la mano y deslizó en ella un exquisito solitario.

      Josie miró la sortija, alzó la mirada hacia Conan y volvió a mirar la sortija.

      –Pero…

      –Nada de peros, Josie. Estamos comprometidos. Si alguien pregunta, nos conocimos en agosto, en la tómbola de caridad. Ayer comiste conmigo y nos comprometimos. Después, ya puedes imaginarte nuestro horror cuando regresamos