lo sé. Normalmente me sorprenden, pero no de la manera que espero.
No estaba seguro de lo que quería decir, pero sintió que acababa de darle una puñalada.
–¿Hablas también de mí? –le preguntó en voz baja.
–Sí.
Su respuesta fue un cuchillo que atravesó su corazón. No debería haberle sorprendido. Sarah era impulsiva, impaciente y con tendencia a entrar en erupción, como los volcanes que tanto le gustaban. Había tratado de cuidar de ella durante su matrimonio, pero Sarah lo había rechazado. Había tratado de hacerla feliz, pero nunca parecía terminar de estarlo.
Se había dado cuenta de que era muy parecida a Blaine.
–¿No vas a darme más detalles?
–Te has portado muy bien conmigo desde el accidente –le dijo ella con gratitud–. No lo esperaba.
–Bueno, las parejas en nuestra situación pueden llegar a tener una buena relación.
–Sí, supongo. Sobre todo cuando tenemos claro que los dos queremos el divorcio.
El cuchillo se hundió un poco más en su corazón.
–Claro –masculló entre dientes.
Sonaba en la radio una alegre canción que contrastaba con lo que estaba sintiendo en esos momentos. Le costó contenerse para no apagarla y detener la música.
–Me alegra que hayas encontrado un sitio donde te encuentras tan bien –le dijo Sarah.
–Hood Hamlet es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Recordó la lista que había elaborado de lugares en los que podrían vivir después de terminar sus prácticas. Portland había sido una de las mejores opciones porque tenía el observatorio vulcanológico del monte Cascades. De haber seguido juntos, no estaría en Hood Hamlet.
–El único inconveniente es que la gente es un poco entrometida –le dijo él.
–Típico de los pueblos pequeños.
–A veces me olvido de lo pequeño que es.
–Entonces, ¿van a hablar de nosotros? –le preguntó Sarah.
Él respiró hondo y exhaló lentamente antes de contestar.
–Ya lo hacen.
–¿Por qué?
Cullen lamentó habérselo dicho.
–Nadie sabía que estaba casado hasta tu accidente.
Vio de reojo que Sarah abría la boca sorprendida.
–¿Por qué no se lo habías dicho?
–Bueno, no se lo dije a nadie porque ya no eras parte de mi vida y podía mudarme a Hood Hamlet y hacer borrón y cuenta nueva.
Vio que estaba pálida y que parecía dolida.
–¿Les hiciste creer que estabas soltero?
–Bueno, la verdad es que no es algo que planeé, surgió así –repuso él a la defensiva–. Y no me mires como si yo fuera el malo de la película. Después de todo, fuiste tú la que sugirió que nos divorciáramos.
–Es cierto, pero tú estuviste de acuerdo –replicó Sarah–. Yo no fui la que me mudé a otro estado ni actué como si estuviera soltera.
–Yo tampoco actúo de esa manera.
–No, por supuesto que no –le dijo ella con incredulidad.
–No lo he hecho.
La reacción de Sarah lo estaba sorprendiendo. Habían estado separados y llevaban casi un año sin verse. El divorcio no iba a ser más que una mera formalidad.
–¿Qué iba a pensar la gente? Me fui a vivir solo a Hood Hamlet y no llevo alianza. Nadie me preguntó si estaba casado y no encontré ninguna razón para decírselo.
–¿Y si hubieran preguntado? ¿Se lo habrías dicho?
–Sí, supongo que les habría dicho la verdad.
–No me extraña que la gente esté hablando de nosotros.
–Algunos de mis amigos estuvieron conmigo mientras estuviste en la UCI y me hicieron algunas preguntas, claro.
–¿Qué saben tus amigos de nuestra situación?
–No mucho.
–Cullen…
Notó que parecía más enfadada que herida, pero no sabía si eso era mejor o peor.
–Saben que llevamos casi un año separados, pero que ahora estamos juntos.
Ella lo miró alarmada.
–¿Juntos?
–Sí, hasta que te recuperes –le aclaró.
–Bueno, espero que no tarde mucho en hacerlo para que puedas seguir con tu nueva vida en Hood Hamlet y yo pueda volver al monte Baker.
Cullen suspiró al ver que al menos estaban de acuerdo en algo.
–Yo también espero que te recuperes pronto, pero no conviene adelantar acontecimientos, tienes que ir poco a poco, día a día hasta verte con fuerzas.
Y sabía que entonces los dos podrían seguir adelante con sus vidas y por separado.
Estaba deseando que llegara ese día.
Sarah estaba deseando llegar a Hood Hamlet. El viaje en coche había sido incómodo y doloroso para sus heridas y también para su corazón. No podía cambiar lo que había sucedido con Cullen. Solo podía aprender de sus errores y seguir adelante con su vida. Sabía que eso era lo que tenía que hacer. De hecho, ya debería haberlo hecho.
Se fijó en el paisaje. La carretera subía sinuosa hacia el monte Hood, era una vista preciosa. El verde oscuro de los pinos contrastaba con el cielo azul. Era impresionante, pero no podía quitarse la imagen de Cullen de la cabeza.
Se había afeitado antes de salir, pero seguía siendo muy atractivo sin esa incipiente y sexy barba de tres días. Lo miró de reojo. Se conocía ese perfil de memoria. Unas espesas y oscuras pestañas rodeaban sus cálidos ojos azules y tenía unos maravillosos y gruesos labios. Recordaba perfectamente sus besos, pero todo eso formaba parte del pasado.
Sonaba una balada en la radio. La letra hablaba de la angustia y de la soledad, dos cosas de las que sabía mucho, pero estaba convencida de que Cullen y ella estaban mejor separados. Él había encontrado un lugar en el que era feliz y lo envidiaba. Creía que ella nunca iba a encontrar su verdadero hogar, se había pasado toda su vida buscando ese refugio.
Después de pasar la infancia yendo de la casa de su madre a la de su padre, como si fuera un perro apestoso que nadie quería, no necesitaba demasiado. Nada grande ni lujoso, solo un lugar que pudiera ser su hogar, un sitio donde se sintiera amada.
Había creído encontrarlo con Cullen, pero se había equivocado. Después de unos meses de matrimonio se había dado cuenta de que las cosas no iban bien y había decidido tomar las riendas y salir de esa situación antes de que volvieran a abandonarla.
Cullen le tocó el antebrazo.
–Sarah, estamos entrando en Hood Hamlet –le dijo Cullen.
Se sobresaltó al oír de repente su voz. Miró por la ventana. Estaban en una calle bastante ancha. Había muchos árboles en la parte izquierda de la carretera y vio unos cuantos tejados un poco más lejos. No creía en la magia, pero estaba deseando ver cómo era ese pueblo.
Tomaron una curva y se quedó con la boca abierta cuando vio por fin Hood Hamlet. Era una maravilla, parecía una postal de Navidad. Casi podía imaginar que estaba en los Alpes suizos.
–Bienvenida a Hood Hamlet –le dijo Cullen.
No le extrañó