estás evolucionando tan bien que seguro que ya lo ha decidido. Pregúntale después.
–Sí, lo haré –contesto Sarah con esperanza.
Dio un paso balanceándose un poco y le rodeó la cintura con el brazo para que no se cayera.
–Ten cuidado –le advirtió–. Ha sido un paseo muy largo, será mejor que volvamos ya.
Esperaba que Sarah le llevara la contraria, pero asintió y lo soltó.
–Puedo hacerlo yo sola –le dijo.
–Lo sé, pero hazme este favor y vayamos de la mano.
–Bueno, supongo que es lo menos que puedo hacer después de todo lo que has hecho por mí.
Creía que Sarah le debía mucho y estaba dispuesto a aceptar ese paseo como pago. No quería soltarla y trató de convencerse de que no tenía nada que ver con lo que le gustaba tenerla cerca ni con el aroma floral que lo envolvía. Nada en absoluto.
Esa tarde, Sarah se agarró a la manta de hospital y se quedó mirando al doctor Marshall con el ceño fruncido, pensando que debía de haberlo entendido mal. Eso no era lo que esperaba.
–¿Qué es un alta condicional? –le preguntó.
–No puedo darte un alta normal –le dijo el doctor Marshall–. No puedes cuidar de ti misma. El coordinador de altas y el ortopedista están de acuerdo conmigo.
No podía creer que hubiera estado toda la tarde esperando con ilusión para escuchar eso.
–Pero… Eso es una tontería.
Cullen los observaba a los dos sin decir nada.
Se aferró con más fuerza a la manta. No le gustaba estar tan pendiente de Cullen, pero sus sentidos parecían agudizarse cuando estaba él. Se había llegado a preguntar si él sentiría lo mismo, pero había llegado a la conclusión de que no era así.
Se sentía muy decepcionada. Habían compartido paseos de la mano, aunque fuera solo dentro del hospital, y había asumido que Cullen la apoyaría a la hora de conseguir el alta.
–No es ninguna tontería –replicó el doctor Marshall–. Tienes suerte de estar viva.
–Eso es verdad –murmuró Cullen.
Ella no se sentía afortunada. Creía que había tenido mala suerte al haber estado en el borde del cráter cuando se produjo la explosión de vapor, algo que no había ocurrido en el monte Baker desde hacía casi cuatro décadas. Y, como consecuencia de ello, estaba atrapada en ese hospital.
–De acuerdo, a lo mejor «tontería» no es la palabra más adecuada, pero no soy ninguna inválida.
–Hay una gran diferencia entre caminar por los pasillos y ser capaz de cuidar de sí mismo.
–Y esta mañana ha caminado más de la cuenta –intervino Cullen.
–Sé que aún queda mucho para que me recupere por completo, pero no necesito una niñera.
El doctor Marshall y Cullen se miraron con complicidad. No le gustó nada ver ese gesto.
–Nadie está sugiriendo una niñera. Pero estoy de acuerdo con el doctor. Eres diestra y va a ser muy difícil valerte por ti misma con la mano izquierda. Además, aún hay que vigilar tus heridas. Vas a necesitar ayuda con las cosas de cada día. No puedes trabajar ni conducir.
Supuso que no debería haber esperado que Cullen se pusiera de su lado. Pero aun así, no se arrepentía. Sabía que el divorcio era lo mejor que podían hacer. Creía que la gente siempre acababa por irse de su vida y sabía que él se iría también en cuanto saliera del hospital.
El nudo que tenía en el estómago era cada vez más grande. Pero no podía ceder y admitir la derrota. Creía que la necesitaban en el instituto. Sus compañeros habían estado revisando los datos, pero la sismología volcánica era su especialidad. No podía decepcionarlos, contaban con ella. Además, sentía que no tenía nada más en su vida, solo su trabajo.
–Nada de eso me importa, me apañaré como pueda y lo lograré. Tengo que volver al trabajo.
–¿Vas a jugarte tu salud actual y la futura por tu trabajo? –le preguntó el doctor Marshall.
–Si así logro determinar cómo predecir una erupción volcánica, sí. Me merece la pena.
Cullen la miró con el ceño fruncido.
–Si vuelves al instituto antes de tiempo, no te haces a ti misma ningún favor –le advirtió.
–Tendré cuidado –le respondió a su marido.
–¿En qué consiste tu trabajo, Sarah? –le preguntó su médico.
–En el análisis de los datos –repuso ella
–Sí, es verdad, analiza datos después de subir al monte Baker a recogerlos –añadió Cullen–. ¿No es así, doctora Purcell?
Cullen sabía de sobra que era cierto y no le gustó que la dejara en evidencia frente a su médico.
–Puedo enviar a un equipo de mi departamento para descargar los datos –les dijo Sarah.
–¿Podrías trabajar desde casa? –le preguntó el doctor Marshall.
–Sí, supongo que sería una opción. Tengo acceso a Internet en mi casa.
–¿Y hay alguien que pueda quedarse contigo en tu piso y atenderte?
Pensó en sus compañeros de trabajo. La mayoría estaría dispuesta a llevarle comida o recoger su correo, pero no podía pedirles que se quedaran con ella. Nunca había tenido buenos amigos. Llevaba toda su vida mudándose de un sitio a otro y no había podido desarrollar ese tipo de vínculo con nadie. Solo con Cullen, pero con él no podía contar.
–Puedo contratar a alguien –contestó ella mordiéndose el labio inferior.
–Bueno, supongo que la atención domiciliaria es una posibilidad –le dijo el médico.
El problema era el tamaño de su piso. No tenía sitio para nadie más.
–Si Sarah se queda en Bellingham, nadie le impedirá ir al instituto o subir a la montaña si lo cree necesario –le dijo Cullen al médico.
Abrió la boca para llevarle la contraria, pero se detuvo. Sabía que lo que decía era verdad.
–Sabes que tengo razón –le recordó Cullen.
Le molestaba que la conociera tan bien.
–¿Es eso cierto? –le preguntó su médico.
–Es posible… –confesó unos segundos después.
Cullen se echó a reír y ese sonido le llegó al corazón, no pudo evitarlo.
–Es más que posible –agregó su marido.
–Mi primera opción en los casos de lesiones en la cabeza, aunque sean pequeñas, es que el paciente se quede al cuidado de su familia, pero el doctor Gray ya me ha explicado la situación.
–Estoy sola –reconoció ella.
–Entonces, creo que solo queda la opción de ir a un centro de atención especializada –le explicó el doctor Marshall–. Hay varios en Seattle.
–Me parece la solución perfecta –repuso Cullen.
Pero ella no lo tenía tan claro. En Bellingham tendría acceso al instituto y estaría en su casa. No le hacía gracia tener que quedarse una temporada en Seattle, pero vio que no tenía otra opción.
–Supongo que sí. Siempre y cuando tenga mi ordenador portátil y acceso a los datos…
–Pero no creo que vayas a poder concentrarte durante mucho tiempo en el trabajo –le advirtió Cullen–. Si no te lo tomas en serio, puedes sufrir problemas de visión y dolores