Liz Fielding

El amor secreto


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Liz Fielding

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      El amor secreto, n.º 1515 - septiembre 2020

      Título original: The Best Man and the Bridesmaid

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-874-5

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      VIERNES, 22 de marzo. Cita con la modista. Yo, llena de encajes, como dama de honor en la boda de Ginny. Es mi peor pesadilla hecha realidad. Ha sido completamente imposible decirle que no a mi futura cuñada. Antes de la modista, comida con Robert. La guapísima, y muy inteligente, Janine lo ha dejado y yo soy, como siempre, el hombro sobre el que llorar. Lágrimas de cocodrilo, por supuesto… pero será muy interesante comprobar cómo se siente Robert al ser plantado por primera vez.

      –¿Terciopelo amarillo? ¿Qué le pasa al terciopelo amarillo?

      –Nada, supongo –contestó Daisy–. Si yo quisiera ser dama de honor. Nada si me entusiasmara la idea de ponerme un vestido que, probablemente, me quedará fatal –añadió, mirando su busto que, sospechaba, era varias tallas más pequeño de lo ideal. La mirada de Robert había seguido la suya y observaba su falta de curvas con expresión pensativa–. Nada si me apeteciera ir detrás de la novia más guapa del siglo y al lado de un grupo de primas, todas guapísimas de amarillo.

      –Te quedará bien el amarillo –dijo Robert. Pero no parecía muy convencido. Aunque daba igual, mientras dejase de hablar de Janine durante un rato. Daisy había oído suficientes veces lo maravillosa que era. Si tan maravillosa era, lo que tenía que haber hecho era casarse con ella, pensaba. Aunque la idea hacía que se le encogiera el corazón.

      –Pareceré un pollo.

      –Probablemente –sonrió Robert.

      El padrino lo tenía fácil, pensaba ella, irritada. La única preocupación de Robert sería elegir el color de la chaqueta: gris o negra. O ni siquiera eso porque la madre de Ginny estaba organizando cada detalle de la boda como si fuera una película de Hollywood.

      No. Lo único que Robert tendría que hacer sería asegurarse de que su hermano llegaba a tiempo a la boda, sacar los anillos en el momento adecuado y dar un corto pero divertido discurso durante el banquete. Y a Robert se le daban muy bien las bodas… particularmente asegurarse de que no fuera la suya.

      Organizaría una estupenda despedida de soltero para Michael y conseguiría que su hermano apareciera en la iglesia a tiempo y sobrio como un juez. Sacaría los anillos en el momento oportuno, daría un discurso que haría reír a todos los invitados y probablemente se merendaría a alguna de las damas de honor.

      Cuando salieran de la iglesia, todos los corazones femeninos latirían por él. Con la excepción del de la novia, quizá. Pero las hermanas de la novia, las primas de la novia, las tías de la novia… incluso la abuela de la novia…

      Y Robert ni siquiera necesitaba un elegante traje para eso. Las mujeres se volvían locas por él y lo único que tenía que hacer era sonreír.

      Las damas de honor, sin embargo, tenían que acatar los caprichos de la madre de la novia. Daisy suspiró. Encajes, tul. Terciopelo. Eso ya era suficientemente horrible, pero ¿por qué tenía que haber elegido terciopelo amarillo precisamente?

      –No tienes que darme la razón en todo –lo regañó ella–. He hecho todo lo posible para no ser dama de honor.

      –Ya sabes que habían respetado tu decisión y la cuarta dama de honor iba a ser…

      –La cuarta dama de honor es una irresponsable por romperse una pierna –lo interrumpió ella–. No puedo creer que la madre de Ginny haya permitido que un miembro tan vital del reparto se fuera a esquiar unos días antes de la boda.

      –Supongo que nadie la había informado de ello –sonrió Robert. Daisy habría hecho cualquier cosa por aquella sonrisa. Incluso sufrir la indignidad de ponerse un traje de terciopelo amarillo. Robert se inclinó hacia ella y acarició los rizos que amenazaban con escapar de su diadema–. Y no creo que vayas a parecer un pollo –intentó consolarla.

      –¿De verdad?

      –Un pollo, no. Más bien un pato.

      –Exacto. Amarillo y esponjoso –murmuró ella, disimulando su irritación.

      –Esponjoso, amarillo y muy…

      –No digas la palabra «mona», Robert.

      –Ni soñando –dijo