daba a tres dormitorios. Abrió la puerta de uno de ellos y se apartó para dejarla entrar. Era una habitación de invitados impresionante, pensó ella.
–Este es el cuarto azul –indicó él.
Las paredes estaban pintadas de azul cielo y las ventanas tenían cortinas color algodón. También azules eran las colchas de la cama de matrimonio. Había un sofá blanco de cuero y dos preciosas lámparas de cerámica a cada lado de la cama.
–Es bonita.
–Gracias.
Keisha se acercó a la cama, apartó la colcha y colocó a Beau en el centro. Miró a su hijo, que dormía con placidez, ajeno al torbellino de sucesos.
–Yo solía hacer eso de niño.
–¿Qué? –preguntó ella, sobresaltada porque no lo había oído acercarse.
–Dormir acurrucado con la cabeza en las manos.
–Y también hace los mismos ruiditos que tú cuando duerme –dijo ella con una sonrisa.
–¿Qué ruiditos?
–No importa –repuso ella, sin querer hablarle de esa especie de pequeños gemidos que tanto la excitaban cuando lo veía dormir.
–¿Crees que se puede caer de la cama?
–No. No se mueve mucho.
–Bien, porque, si estás de acuerdo, tenemos que bajar a hablar.
Era un detalle que le diera opción a decir que no, pensó Keisha. Pero ella sabía que tenían que hablar y quería zanjar ese asunto de una vez.
–De acuerdo.
Al girarse, Keisha se topó con él, que la miraba muy de cerca. Entonces, ella no pudo reprimir el aguijón del deseo. Canyon solía tener ese efecto en las mujeres. Lo mismo le había pasado cuando se había encontrado con él en el comedor del juzgado. Y cuando se habían visto hacía un mes en una reunión de negocios. Cada vez que él la había mirado, le había hecho subir la temperatura.
–Tengo que ir al baño primero –dijo ella, frotándose las manos sudorosas en la falda.
–Todos los dormitorios tienen un baño privado. Nos vemos abajo dentro de unos minutos –replicó él, y salió cerrando la puerta.
Keisha suspiró al oír sus pasos alejándose. Cuando había decidido no contarle lo de Beau, había estado muy segura de ello. Sin embargo, tenía la sensación de que, cuando Canyon terminara con ella, iba a desear habérselo contado desde el principio.
Canyon estaba de pie ante la ventana del salón. Fuera, bajo la oscuridad, yacían los cien acres que había heredado.
Desde niño, aquel punto de la finca había sido el que más le había gustado, el que tenía vistas del cañón Whisper Creek. No le interesaban ninguno de los otros lagos y arroyos de la finca de los Westmoreland. Ni sus valles o prados. Allí era donde quería estar.
Recordó cuando iba a cazar con su padre, su tío y sus hermanos y primos. Habían ido a caballo y habían acampado junto a calón. Él solía quedarse despierto mirando las estrellas mientras todo el mundo dormía. Había estado convencido desde siempre de que aquel era un lugar especial. A lo largo de los años, cada vez que algo le había preocupado, lo único que había necesitado hacer había sido ir allí y mirar a las estrellas en busca de respuestas.
Había sido allí donde había huido hacía casi veinte años, cuando había descubierto que sus padres y tíos habían muerto en un accidente de avión. Y había sido ahí donde había tomado la decisión de dejar la carrera de Medicina para hacer Derecho.
En un principio, había creído querer seguir los pasos de su hermano Micah, el médico, pero después de dos años de estudios había comprendido que había sido un error.
Dillon le había sugerido que se tomara un tiempo libre y se quedara allí para buscar las respuestas que había necesitado.
Durante cuatro meses, Canyon había vuelto a la mansión familiar y había estado ayudando a Ramsey con las ovejas o a Zane, Derringer y Jason con los caballos. Y, en los fines de semana, había acampado allí, junto al cañón.
Cuando empezó el nuevo curso, había tomado la decisión de cambiar de carrera, con el apoyo de su familia.
Tomando aliento, Canyon recordó otra decisión que había tomado allí mismo hacía años, la de casarse con Keisha. Una tarde, mientras ella había estado de viaje de negocios, había ido allí a relajarse. Mientras había estado pensando en la casa que quería construirse, había tenido una repentina certeza. «Keisha será la mujer que vivirá aquí conmigo», le había dicho una voz en su interior.
Aquella revelación no le había sorprendido, pues él no había tenido problemas con estar enamorado. La única razón por la que no había sentado la cabeza todavía había sido porque había disfrutado mucho de su vida de soltero. De todos modos, había estado dispuesto a conocer a una persona especial, enamorarse y casarse con ella. Aunque no había contado con que fuera a pasarle tan pronto.
Esa noche, había ido a caballo hasta el cañón y había acampado allí. Mirando a las estrellas, lo había decidido.
Entonces, había estado deseando que Keisha regresara cuanto antes. Sin embargo, cuando ella había vuelto a casa antes de tiempo, se había encontrado con Bonita en su cama y había pensando lo peor. Encima, Bonita le había mentido.
Eso le enfurecía más que nada, pues la amiga de Keisha nunca había hecho nada para rectificar la situación. Él nunca había comprendido los motivos para que hubiera engañado a su amiga.
Los pasos de Keisha en la escalera sacaron a Canyon de sus pensamientos. Mientras se acercaba hacia ella, tomó las copas de vino que había preparado momentos antes.
–Toma. Creo que necesitarás esto –le dijo él, tendiéndole una.
Ella la aceptó y tomó un trago.
–Sabe bien.
–Mi primo Spencer y su mujer tienen un viñedo en California. Pertenece a la familia de Chardonnay desde hace años…
–¿Chardonnay?
–Sí, es la mujer de Spencer.
–¿Su familia tiene un viñedo y le han puesto de nombre Chardonnay?
–Sí –afirmó él, riendo–. Supongo que no es distinto de que mis padres me llamaran Canyon después de concebirme en sus vacaciones en Colorado –añadió y se quedó pensativo unos segundos–. ¿Cómo se te ocurrió el nombre de Beau?
Keisha se sentó en un peldaño de las escaleras.
–Tengo un bonito sofá.
–No, estoy bien –negó ella, y tomó otro trago–. Su nombre completo es Beaumont. Era el nombre del hermano de mi madre, que murió cuando yo era pequeña. Mi madre y él estaban muy unidos, por eso, me pidió que lo llamara como él.
–¿Cuándo supiste que estabas embarazada? –quiso saber él.
–Ya había tenido un retraso cuando me fui a Tampa, así que me hice la prueba mientras estaba allí –explicó, e hizo una pausa–. Esa fue la razón por la que volví antes de tiempo, para contártelo. Me pareció demasiado importante como para contártelo por teléfono. Pero vine y te encontré con Bonita.
A Canyon se le encogió el estómago de rabia. Hasta ese momento, había creído que era posible tener una conversación civilizada con Keisha. Pero, al saber que ella había intuido lo de su embarazo antes de irse de viaje de trabajo en aquella ocasión y no se lo había contado, pensó que era demasiado.
–Ven conmigo, por favor. No quiero despertar a Beau.
Keisha lo siguió. Por su tono de voz, adivinaba que estaba furioso. Era mejor que se enfrentaran a la verdad cuanto antes. Él la condujo hasta la cocina, sacó dos sillas y se