egocéntrico, al que nos referiremos con más detalle en otro capítulo, carece de elasticidad. Le falta esa buena tensión tan necesaria en la vida para armonizar desajustes y desequilibrios caracterológicos. Fácilmente podríamos caer en uno de los múltiples desórdenes o desequilibrios caracterológicos debido a nuestra debilidad humana.
Sin la ayuda del otro, yo sería un Don Nadie.
YO ME HAGO GRACIAS AL TÚ
El gran filósofo judío Martin Buber (1878-1965) dedicó sus estudios a la comunicación entre las personas. Cuando todavía era un niño se separaron sus padres, y fue a vivir con sus abuelos. Tal vez este hecho le marcó, y de ahí su temática vital: el encuentro. Su principal empeño fue el de destacar la importancia del diálogo (la persona es constitutivamente dialógica), de la relación interpersonal, de los valores, de la verdad y de lo humano entre los hombres, algo que resumió con la frase: «Yo me hago gracias al Tú» (Ich werde am Du). Buber afirma que solo la presencia del Tú permite al Yo devenir en sí mismo junto a Él. La realización solo ocurre a través del encuentro, en la interdependencia con el otro.
Lo propio de la relación de encuentro Yo-Tú, no es apoderarse del otro, sino dejarlo ser. Ser respetado en todo encuentro, es el espacio vital al que todos tienen derecho para poder reflexionar sobre algo y decidir así libremente. Por eso, un diálogo, en el sentido más profundo de la palabra, consiste en exponer una opinión de modo que el interlocutor no se sienta coaccionado a aceptar los argumentos del otro, sino que note claramente la libertad de poder tomar una decisión suya, muy personal. En el verdadero encuentro entre dos personas, una de ellas abre la puerta de su interior mostrando su verdadero yo. Esto, obviamente, nos hace vulnerables.
También Karl Jaspers, filósofo y médico alemán, afirmaba la misma idea con otras palabras: «¡Moriría desolado si únicamente fuese yo solo!» (Ich muss veröden wenn ich nur ich bin). Necesito el espejo del otro. De ahí la importancia también de las neuronas espejo[2], de las que hablaremos con más profundidad en el capítulo tercero.
Todos queremos llevar una vida de plenitud o, como diría Aristóteles, una vida eudaimónica o lograda; a tal fin hemos de cuidar las relaciones personales, pues son el verdadero escenario de la existencia humana. La vida se desarrolla gracias a pequeñas tensiones que hay que ir ajustando para disfrutar de la verdadera armonía personal.
EL AUTOGOBIERNO FAVORECE UNA COMUNICACIÓN MÁS SERENA
Hay palabras que animan mucho para mantener una buena comunicación y, por lo tanto, una buena relación. Cuando las personas nos entendemos, compartamos o no posiciones, es posible que lleguemos a un acuerdo. Pero si no nos entendemos, ya sea por nuestra falta de comunicación o por prejuicios, o porque la otra persona nos lastima, estaremos frente a un grave problema.
Para definir esta situación complicada se suele decir que se mantiene una relación tóxica o tormentosa, que produce efectos nocivos en el plano emocional: estrés, tristeza, depresión, angustia, etc.
Para transformarnos y cambiar nuestro modo de pensar hemos de aprender a conducir nuestra vida, más que a dejarnos llevar. Conducir y no ser conducidos. Tarea de la formación es esclarecer el contenido valioso de la realidad, descubrir los diversos intereses objetivos. ¡Cuántas veces pensamos que las soluciones han de ser agradables y fáciles! Pretendemos que nos beneficien a costa del perjuicio del otro. Pero no todas las alternativas son fáciles, la paz y la serenidad también tienen un precio. El problema es que las partes no quieren pagarlo; desean una solución sin concesiones, sin cambios por su parte. No es un escenario realista. La falta de aceptación de la realidad la percibimos por todas partes.
La solución para salir de esta trampa está en el autogobierno, en la capacidad de conducirse a sí mismo. Este concepto ha sido estudiado por muchos expertos en neurobiología, especialmente por Joachim Bauer[3], y está en la raíz de la serenidad y de una buena comunicación. Gracias al autogobierno somos capaces de alcanzar muchas cosas en la vida. Sin él, casi nada. Un buen autogobierno está íntimamente relacionado con la salud y el bienestar de una persona.
El autogobierno nos permitirá escuchar con más precisión. Quien sabe escuchar puede comprender mejor al otro, ser paciente cuando este se desahoga y no precipitarse a la hora de aconsejarle —si es que lo necesita—. A veces es mucho mejor tener tiempo para el interlocutor, escucharle atentamente y, más tarde, darle una respuesta bien pensada, aunque de ese modo no dé uno la imagen de ser una persona perspicaz e inteligente, como bien nos gustaría. El interlocutor se sentirá, sin embargo, mejor comprendido, ganará en confianza y buscará un nuevo encuentro.
[1] Su carrera comenzó y se desarrolló en la antigua República Democrática Alemana (Alemania Oriental). Müller falleció en Berlín Este en 1995, tras haber sido reconocido como uno de los mayores dramaturgos alemanes desde Bertold Brecht.
[2] Alfred SONNENFELD, «La empatía como soporte para educar. Las neuronas espejo», en Educar para madurar, Madrid, 2019, Rialp, 11.ª edición, pp. 93-108.
[3] Véase su libro Selbststeuerung. Die Wiederentdeckung des freien Willens, München, 2015.
2.
LOS CUATRO PILARES DE UN MENSAJE
Comunicación y desarrollo de la personalidad son las dos caras de la misma moneda.
FRIEDEMANN SCHULZ VON THUN
LOS CUATRO ASPECTOS DE UN MENSAJE
¿Cómo puede ser transmitida la información de tal modo que se entienda? Esta pregunta, que suponemos poder contestar sin dificultad, es, no obstante, el motivo de un sinfín de malentendidos. Y esto se debe, sencillamente, a que cada uno oye lo que quiere oír. Debido a nuestro estado de ánimo, interés, concentración…, interpretamos el mensaje recibido según nuestro modo de pensar y con los matices que queramos aplicar en ese momento.
Son muchos los motivos por los que un mensaje puede ser malentendido. ¿A quién no le han traído cosas distintas a las que había encargado en su pedido? El factor de distorsión ha sido ajeno a nuestras intenciones. ¿Quién no se ha echado a llorar tan solo por un malentendido? Los malentendidos desembocan en situaciones desagradables, donde todos pierden. Etimológicamente, «malentendido» proviene del adjetivo «mal» y el verbo «entender». La afirmación: «He entendido mal», atribuye la responsabilidad del malentendido al receptor del mensaje. Pero esto no siempre es cierto, pues en muchas ocasiones es el emisor el causante de la disfunción comunicativa. Por ello, hemos de distinguir en toda comunicación o transmisión de información, por un lado, el contenido, y por otro la relación que existe entre el emisor y el receptor del mensaje.
Así, el emisor es la persona que emite algo que está codificado a través de signos —el mensaje—, y el receptor es quien ha de decodificar este mensaje. A través del feedback (retroalimentación) se puede saber si ha llegado o no el mensaje, pero en ocasiones, dado que una misma información puede contener varios mensajes, a veces la comunicación no es tan fácil, y se convierte en un verdadero reto.
El conocido psicólogo alemán Friedemann Schulz von Thun[1] llama la atención sobre el hecho de que en todo mensaje el emisor revela su estado interior al comunicarse y, además, se establece una relación positiva o negativa entre este y el receptor.
La frase «te he llamado cinco veces», se entiende y comprende fácilmente. Pero si pregunto, «¿dónde te metes todo el día, por dónde andas?», el mensaje es más ambiguo. En este caso no sabemos exactamente lo que el emisor quiere expresar; puede ser, «estoy preocupado, llámame, por favor» o simplemente «¿dónde has estado?». A veces el receptor entiende la literalidad del mensaje, pero le sobreviene la duda en cuanto a su sentido. En ocasiones, esto le lleva a acusar al emisor de no saber expresarse, lo que puede generar conflicto, el cual se evitaría si en lugar de recriminárselo se disculpase por no haber sido capaz de captar el contenido de la