Rafael E. López-Corvo

La maldición eterna


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parte se ocupa de la constitución y clasificación de las drogas, así como la estructura de personalidad y la organización de la familia de los consumidores, además de la forma particular –inconscientemente o no– de cómo estos últimos participan en los hábitos de consumo. Esta tercera parte tiene una inclinación puramente psicológica, recoge ante todo la experiencia en la investigación psicoanalítica, así como en el tratamiento de estos pacientes durante el curso de casi treinta años.

      Las tres partes de este libro, por lo tanto, pueden leerse por separado, según sean los intereses particulares de cada lector, o los lectores de diferentes intereses, algo importante de apuntar, por cuanto puede haber quien se incline más por la historia moderna que por la antigua, o más por la psicología que por la historia. En realidad el complemento psicológico al final de esta obra constituyó un compromiso adquirido después de la publicación de otro libro sobre las adicciones1, el cual, por estar dirigido a profesionales del psicoanálisis, resultó ser de difícil acceso para muchos otros lectores, quienes con razón reclamaron la exclusión. Pensando pues en ellos decidí añadir el complemento psicológico a lo que originalmente suponía ser un breve recuento de los aspectos más misteriosos y fascinantes de la historia universal de las drogas.

      1 Véase López-Corvo, R. E., Adictos y adicciones, 1991, Caracas: Monte Avila.

      Introducción

      Las drogas, tan antiguas como el hombre

      En una mañana de abril de 1988 recibí una llamada telefónica de una mujer quien dijo ser la tía de Denis, un paciente consumidor compulsivo de alucinógenos que yo había tratado varios años atrás. La tía me explicó, con gran ansiedad, que la madre de Denis, totalmente desesperada por la enfermedad de éste, había decidido alquilarle una habitación en un barrio rojo de la ciudad, plantarle varias papeletas de cocaína y marihuana para luego llamar a la policía, esperando en esta forma, que fuese recluido en una cárcel de alta peligrosidad a ver si alguien llegaba a asesinarle. Semejante agresividad tan extrema de una madre para con su hijo, resultaba clara expresión no sólo de una terrible desesperación, sino también de una manifiesta impotencia frente a la adicción de su hijo. Violencia de esta magnitud ligada al consumo de drogas, nos fue ya alertada por Homero 2500 y tantos años antes del nacimiento de Cristo. Fue por boca de la misma Helena, hija de Zeus y esposa de Menelao, para el momento de la visita de Telémaco a su palacio de Lacedemonia, quien buscaba ansioso noticias de su padre Ulises, por diez años perdido en el laberinto sin fin de la Odisea. “Entonces Helena, hija de Zeus”, relata Homero,

      …ordenó otra cosa. Echó en el vino que estaban bebiendo una droga contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar todos los males. Quien la tomare, después de mezclarla en la crátera, no lograría que en todo el día le caiga una sola lágrima en las mejillas, aunque con sus propios ojos vea morir a su madre y a su padre o degollar con el bronce a su hermano o a su mismo hijo. Tan excelentes y bien preparadas drogas guardaba en su poder la hija de Zeus, por habérselas dado la egipcia Polidamma, mujer de Tom, cuya fértil tierra produce muchísimas, y la mezcla de unas es saludable y la de otras es nociva.

      Yo había visto a Denis por primera vez en 1976 cuando presentaba un cuadro de franca locura tóxica por efecto del consumo compulsivo de LSD, así como de otros alucinógenos tales como hongos psilocibios encontrados silvestremente en las laderas de cerros circunvecinos. Era un muchacho de apenas 18 años, el último de tres hermanos, tímido, más bien taciturno aunque reía continuamente y sin sentido, desgarbado, alto, con mirada huidiza, una nuez de Adán sobresaliente como el pico de un pájaro y la furia de un acné que le abrasaba ambas mejillas. Había sido hospitalizado por una conducta agresiva impredecible y relataba con facilidad el contenido de su delirio: los extraterrestres andaban azarosamente en su búsqueda para secuestrarle y llevarle hacia la galaxia Andrómeda; se desconocía la razón, pero el gesto de importancia con que siempre respondía a la pregunta, hacían presumirle poseedor de algún poder muy especial; podía comunicarse con ellos mediante el sonido del chorro del agua del lavamanos y el ruido quejumbroso de la orina cuando se desahogaba en la poceta. Con frecuencia aislado en algún rincón, reía tontamente ocultando la cara entre ambas manos, al tiempo que gesticulaba intentando protegerse del acoso interminable de los fantasmas de sus alucinaciones.

      En 1796, Francisco Hernández, judío converso, médico personal de Felipe II y cronista de las Américas, nos habló con pasmosa exactitud acerca del efecto de los hongos psilocibios capaces de inducir psicosis, “visiones”, como él mismo acota:

      Otros hongos no causan la muerte sino la locura que en muchas ocasiones es permanente; su síntoma es una especie de risa incontrolable. Existen otros que sin inducir a risa producen visiones de todo tipo, tales como guerras e imágenes de demonios. Hay otros que son muy apreciados por los príncipes en sus fiestas y banquetes. Se procuran en vigilias imponentes y terribles que duran toda la noche.2

      Además del Dr. Hernández, también están los recuentos de los frailes franciscanos Diego Durán y Bernardino Sahagón, para la misma época.

      Cuatro meses estuvo recluido Denis, hasta que al final el ambiente protegido de una comunidad terapéutica y la química neutralizante de los medicamentos antipsicóticos, le amordazaron la locura. Salió de alta bajo la satisfacción de sus familiares y terapeutas, más taciturno que de costumbre aunque libre de la risa compulsiva y del acoso de los extraterrestres: estaba completamente dispuesto y sin mayores dificultades a seguir un régimen ambulatorio. Dos días bastaron, sin embargo, para que Denis fuese traído nuevamente por sus padres, igual la risa incontrolable y la gesticulación a sus perseguidores invisibles. Había consumido no se sabe qué cantidad de LSD, hasta restaurar nuevamente el mundo psicótico de cuatro meses antes: la necesidad de la presencia de los extraterrestres para adueñarse de su insólita importancia servía ante todo para ocultar la amenaza de su terrible “pequeñez” y el peso de una temible soledad. Paradójicamente, Denis necesitaba mantenerse desquiciado, inmerso en el mundo absurdo de la psicosis, descaminado entre los límites de la fantasía y el borde impreciso de la realidad: una “fuga en la psicosis”, como Freud varios años antes había diagnosticado con increíble precisión. Pocas horas pues bastaron, fuera de los muros protectores de la institución, para que Denis reclamara nuevamente su lugar en la locura, mediante la violencia y el poder químico alucinante del consumo oral de LSD.

      Para esta época conocí a los padres de Denis, una pareja en sus sesenta tardíos, él mayor que ella, amables, obviamente preocupados por la suerte de su hijo, gente de clase media alta, intelectuales y de recursos económicos desahogados aunque sin mayores pretensiones. Nunca en estos momentos llegué a adivinar a la madre desesperada del futuro, capaz de recurrir al comportamiento extremo de planear la desaparición física de su hijo, como una salida a la perplejidad sin esperanza que inducía la dependencia a las drogas. Tres veces consecutivas más, que yo recuerde, fue Denis dado de alta, admitido horas más tarde igual número de veces, tan psicótico como el primer día, de alta nuevamente unos tres o cuatro meses después, libre nuevamente de su sintomatología inicial, para ser recluido posteriormente, tan loco como la primera vez. ¿Cuánto tiempo más se repetiría esta tragedia? No lo sé exactamente, por cuanto yo hube de ausentarme por varios años del país y perdí la pista de Denis hasta el momento de la llamada telefónica de la tía, quien me informó cómo los padres habían perdido casi toda su fortuna en la cadena interminable de hospitalizaciones, altas, consumo y vuelta a la hospitalización.

      En su mayoría las drogas han existido en el mundo mucho antes de la aparición misma del hombre, tanto aquellas consideradas legales como las que en los últimos años han sido sometidas a prohibición, las cuales han logrado trascender su barrera natural en donde estuvieron circunscritas por siglos, y en contra de las cuales es ejercido en la actualidad el mayor esfuerzo de contención y control. El alcohol, por ejemplo, ha sido siempre una de las más difundidas y conocidas, tanto es así que su presencia es universal, por cuanto su obtención es producto de la simple fermentación de los azúcares contenidos dentro de cualquier fruta, tanto silvestre como cultivada, por lo cual todos los esfuerzos dirigidos a intervenir su producción han resultado siempre absolutamente imposibles: el alcohol se hizo legal gracias al empuje de la versatilidad de su origen. Otras drogas también