Cathy Williams

Ricos y despiadados


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Cathy Williams

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Ricos y despiadados, n.º 1058 - octubre 2020

      Título original: A Reluctant Wife

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-887-5

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      ES LA comidilla del pueblo.

      Katherine Taylor, con el cabello rubio rizado, los ojos castaños y una boca que parecía hecha para sonreír a la menor provocación, estaba sentada sobre la mesa de la cocina y mordisqueaba con gesto perezoso una zanahoria, pues estaba en la «semana de dieta», en contraste con la semana anterior en que el lema había sido: «come de todo pues las dietas son una estupidez». Mientras hablaba observaba a su amiga preparar un plato a base de verdura.

      –Se rumorea que va a vivir por aquí –añadió.

      –¿Y qué?

      Sophie daba la espalda a su amiga, pero podía imaginar el brillo maligno en sus ojos mientras se entregaba al placer del cotilleo. En un pueblo pequeño, y suponía que había pocos pueblos tan pequeños como aquel, el chisme era el aceite que engrasaba las ruedas de la vida cotidiana.

      –¿Y qué? ¿Eso es todo lo que se te ocurre decir?

      –¿Te parece poco? –Sophie añadió especias a la verdura y un poco de crema. Kat estaba a dieta, pero odiaría a cualquiera que la apoyara en su esfuerzo. Su amiga adoraba la comida y se sentiría ofendida si le ofrecieran algo sin calorías cuando se suponía que estaba de juerga, aunque la juerga consistiera en una cena casera para dos.

      –¿Cómo puedes no morirte de curiosidad? –preguntó Katherine en tono acusatorio, como si Sophie intentara deliberadamente sabotear la conversación–. Todo el mundo habla de Gregory Wallace. Annabel y Caroline y las demás damiselas del lugar ya han previsto toda su vida social para los próximos quince años, si fuera verdad que va a vivir aquí.

      –Pobre hombre. Bueno, la cena está lista.

      Aquello desvió la conversación durante unos minutos, pero en cuanto estuvieron instaladas ante sus platos de espaguetis con verduras, Katherine recuperó el tema del día, empeñada en lograr que Sophie reaccionara.

      Sophie escuchaba la charla incansable de su amiga, pero el asunto la aburría. Era la primera en reconocer que Gregory Wallace había hecho mucho por el pueblo. Su fortuna había estado detrás de la construcción del nuevo barrio residencial, que a pesar de las iniciales sospechas, se había hecho con buen gusto y respeto por el entorno. Era innegable que los nuevos habitantes, londinenses aburridos de la gran ciudad, harían despegar la maltrecha economía local.

      Se hablaba ya de la apertura de un supermercado y el único hotel del pueblo, que había ido decayendo de año en año, se había visto obligado por los acontecimientos a un lavado de cara, y ahora parecía nuevo y casi elegante, dispuesto a recibir a los esperados turistas. Pero aquello no significaba nada. La gente se comportaba como si aquel hombre fuera un caballero vestido de armadura luchando por salvar al pobre Ashdown de su eminente ruina y decadencia, en lugar de lo que era realmente, un hombre de negocios que había encontrado un nuevo filón para aumentar su fortuna.

      –No veo por qué ese hombre querría vivir precisamente aquí –comentó por fin Sophie, dejando cuchillo y tenedor sobre el plato vacío, y observando con indulgencia cómo su amiga se resistía unos segundos a repetir y luego sucumbía con un suspiro de placer–. Esa clase de hombres necesita las emociones de Londres. Y no me digas que piensa instalarse aquí, cultivar hortalizas y observar los pájaros en su tiempo libre.

      –Eres tan cínica, Sophie –replicó Katherine tras un generoso sorbo de vino y una mueca de burla.

      –Sólo soy realista. ¿Gregory Wallace es algo así como el soltero de oro y va a venir a vivir aquí? No es un lugar afamado por las bellezas locales.

      –No digas eso delante de Annabel o le dará un ataque. Además –Katherine se irguió en la silla, acarició la copa de vino entre las manos y miró a su amiga con seriedad–… Estás tú. No eres exactamente una mujer fea, ¿verdad, querida? Aunque te pases la vida vistiendo como si quisieras serlo.

      Sophie sintió que el calor subía por