Luis Tudanca

Una política del síntoma


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cercar, circunscribir lo que no funciona, que es la definición, a la vez, más general que Lacan da de síntoma.

      Pero a la vez, una lectura del síntoma debería rodear lo ilegible. Solo a partir de ese “lo que no funciona” es posible, y no en todos los casos, que eso que es del orden del síntoma sea pasible de interpretación.

      Aquí entra en juego nuevamente lo impolítico. Lo impolítico es una manera de leer el síntoma fundamentalmente en lo social.

      Con el término social abarcamos diferentes campos: las instituciones, la llamada sociedad, pero también las otras lecturas que vienen de otros discursos sobre estos temas, etc.

      De dicha lectura impolítica es posible derivar una acción política propiamente dicha o no, esperar, hacer silencio, etc.

      Con esa herramienta, el saber leer, se aborda el síntoma.

      Pero todavía un aspecto más: ese leer el síntoma consiste en privarlo de sentido. La interpretación apuntará entonces al fuera de sentido.

      De allí, en tanto lo impolítico da marco al bien decir, se hace necesario insistir con dicha categoría.

      Recordemos que lo impolítico no es antipolítica o ausencia de política, es una política. No encubre ni está al servicio de una caída de interés por las políticas, ni su desmerecimiento, ni su crítica mordaz.

      Por el contrario: es política encarnada y conlleva una cierta radicalización de las políticas.

      Podemos ya dar un ejemplo de una lectura impolítica del síntoma en lo social.

      Se puede decir que la despolitización se ha convertido en La política contemporánea, es decir, se extiende y eso marca un rumbo: he allí un síntoma.

      Leer ese síntoma permitiría desplegar una acción que vehiculice un retorno a las políticas.

      Cuando alguien dice “no me interesa la política” expresa una política muy particular: la despolitización.

      Indiquemos de paso que la lectura de ese síntoma se produce a través de la reducción al máximo de los sentidos que proliferan en torno al tema.

      Foucault va de los muchos temas, de los muchos sentidos, a un tema, una noción.

      Y se observa a partir de los ejemplos, y tomando diversos autores, la imposibilidad de ser neutral. Nadie es neutral, lo sepa o no lo sepa.

      Y si seguimos la idea de Foucault de la existencia de dos razas que llevan inevitablemente a lo que el autor llama una guerra perpetua (dedicaremos un capítulo a dicho tema) estamos tentados de afirmar que hay la raza de los que sostienen la despolitización y hay la raza de los que sostienen las políticas.

      Despolitización y políticas muestran los extremos, los dos polos donde multiplicidad de argumentos y sentidos intentarán dar cuenta de los beneficios o peligros de uno y de otro.

      Leído ese síntoma, reducidos los sentidos al máximo, quedando como resto dos polos ¿qué política?

      Una política del síntoma, de ese síntoma por ejemplo, se ocuparía de lo imposible: mostrar el borde de ese agujero donde se montó el dos de la confrontación.

      Aun sabiendo de la conformación de ese dos, llamemos a ese dos: dos familias, dos grupos, dos razas, dos bandos, etc., apuntar a no favorecer la consolidación del dos.

      No tanto pretender disolver ese dos –eso sería imposible– sino, simplemente, quitarle consistencia.

      ¿Y si no se logra? No se puede ser neutral. Veremos más adelante que aun en ese caso puede conservarse el pudor.

      Pero la decisión siempre se impone: elección forzada.

      Los sentidos que lo impolítico puede rasurar, restar a las políticas apuntalando la acción política propiamente dicha, son variados.

      Empezando por lo propio: ausentándolo lo más posible sin por eso no intervenir.

      Pero también aportando comunidad en lo disperso, el munus en el nada en común que nos caracteriza como parlêtres, en la no relación de base de la que provenimos.

      ¿Disolver los contrarios? No.

      No se consigue ningún consenso real entre intereses contrarios, no hay posibilidad de armonía alguna y menos de adaptación.

      c) El “algunos otros” lacaniano

      Spinoza decía que la potencia se ejerce con otros.

      Leemos ese “otros” como el “algunos otros” que hace decir a Lacan que el analista se autoriza de sí mismo y de algunos otros: he allí una política del síntoma.

      Ni la singularidad aislada, ni la masa.

      El “algunos otros” no aspira a ninguna representación: nadie representa a nadie, pero tampoco es exacto que uno se represente a sí mismo.

      El “algunos otros” es inclusión, espacio común, agregación, e implica una apertura sostenida en una expansión sin cierre.

      La lógica de agregación característica del “algunos otros” se sostiene en un montón, en redes, sin apuntar a un todo.

      Lo impolítico refuerza la existencia del “algunos otros” evitando la pendiente al grupo-masa que llevaría a los dos polos-bandos.

      Si hay acto político solo es a través de la acción política y sus consecuencias.

      Lo impolítico, si lo consigue, trae a colación el acto en la acción política propiamente dicha, o espera.

      1- ESPÓSITO, R., Categorías de lo impolítico, Katz, Bs. As., 2006.